Al habla con la escritora Camila Urioste

CÉSAR MUNDACA.

Camila Urioste nació en La Paz, en 1980. Es comunicadora social por la Universidad Católica Boliviana. Ha cultivado la poesía, el cuento, la dramaturgia, la novela y el guion cinematográfico. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Yolanda Bedregal, por Diario de Alicia (Plural Editores), en 2005 y el Premio Nacional de Novela, por Soundtrack (Editorial 3600), en 2017. 

En 2014, lanzó Caracol (Plural Editores), su segundo poemario. Cinco años después, publicó su primer libro de cuentos, titulado Cuerpos de Agua (Editorial 3600). Su obra poética y narrativa explora la migración, la identidad, el amor, el desamor, la amargura, la memoria, la precariedad, etc.

  1. Camila, una de sus metas es vivir de la escritura. Si tuviera que elegir un solo género de los que ha cultivado para alcanzar ese objetivo, ¿cuál sería y por qué?

Creo que elegiría la escritura cinematográfica. En parte porque es a lo que estoy dedicada estos meses. En parte, porque encuentro que logro reunir en el guion cinematográfico lo que más me gusta de los otros géneros: los diálogos encendidos del teatro, la imagen poética de la poesía y el contar una historia de la narrativa. El cine fue mi primer amor, junto con la poesía, pero siempre le huí cuando tuve conciencia de que hacer cine implicaba, el 80% del tiempo, buscar dinero. Como soy pésima para buscar dinero, me dediqué felizmente a otros géneros. Pero este retorno al cine me ilusiona mucho.  

  1. Así como Onetti, ¿Camila Urioste escribe para sí misma?

Sí y no. Sí, porque jamás me pregunto si a alguien le gustará lo que estoy escribiendo, si el otro entenderá mis chistes o atará los cabos, no me pregunto si el público querrá leer lo que escribo, ni escribo para ser “gustada”. Confío, y la experiencia me ha demostrado que es así, que si yo disfruto lo que estoy escribiendo, si es algo que me gustaría leer, si me río de los chistes y lloro en las escenas tristes, si yo logro atar los cabos, entonces alguien más lo hará, también. Y esa es una comunión muy especial, sobre la que está basada mi relación con el lector/espectador, y mis deseos de seguir escribiendo. No escribo para mí en el sentido de que no me importe ser leída, o no me importe la experiencia que tendrá el lector/espectador con mi escritura. Al contrario, me importa mucho su experiencia, pero la diseño primero para mí, y luego la comparto. La segunda parte es tan importante como la primera.   

  1. ¿Qué le llevó a escribir poesía?

Escribo poesía desde que era niña. Mi padre era poeta, mis padres leían mucho todo el tiempo, y escribir era simplemente algo que se hacía en mi casa y que era valorado. Así empecé, supongo, por inercia. Luego, cuando era adolescente, mi abuela Marta me regaló un cuaderno de hojas lisas color crema, forrado en seda verde. Y entonces empecé a escribir para llenar ese cuaderno con poemas dignos de la hermosura del cuaderno en sí. Se volvió una especie de ritual. Y una forma de procesar eventos dolorosos de ese tiempo de transición hacia la adultez.    

  1. ¿Toda novela tiene que empezar con una frase contundente, disparadora? 

He leído novelas hermosas que no empiezan así, sino que van construyendo hacia el primer disparo. Creo que nadie deja de leer tras la primera frase de una novela, le damos al escritor al menos un párrafo para atraparnos en su tejido. Y además, no creo en fórmulas. Pero es innegable que, cuando una novela comienza con una frase contundente y disparadora, es un placer total, y una enorme demostración de talento.  

  1. ¿Cómo nació su relación con la dramaturgia?

Como no podía hacer cine porque era muy caro y muy complicado, encontré en el teatro una manera de contar historias y explorar muchas cosas que me llamaban la atención del cine. También coincidió con un momento histórico en Bolivia en los años noventa, en que el teatro dio un salto cualitativo enorme, y vi un par de obras de teatro que literalmente me cambiaron la vida. Entré a un par de talleres como actriz y estuve en un grupo de teatro del 2001 al 2004, y luego decidí relacionarme con el teatro ya no desde la actuación sino desde la dramaturgia.  Entre otras cosas, tuve a mi primer hijo a los 24 años, y ya no era viable para mi ir a ensayos de tres horas todos los días, así que la escritura dramática se volvió una manera posible de seguir vinculada al teatro. Escribir teatro es uno de los regalos más grandes que he tenido, me abrió puertas gigantes y me enseñó el valor de los trabajos colaborativos. 

  1. ¿Cuál es su método para escribir cuentos? 

No tengo uno. Mis cuentos no son realmente cuentos. Son narraciones breves que yo llamo cuentos porque no encuentro otra palabra realmente para denominarlos. Los últimos dos cuentos que escribí se construyeron a partir de vivencias muy fuertes a nivel social en mi país. En ambos casos, estuve unas semanas escribiendo sensaciones, imágenes, que me conmovían en relación al tema, y luego les di carne y una estructura narrativa fragmentada. En el caso de los cuentos que publiqué en el libro Cuerpos de Agua (Editorial 3600, 2019), algunos son obras de teatro transformadas en cuento, otros son prosa que alguna vez fue poema, otros son pedazos de novela truncada, y otros son textos cortos en prosa que dibujan fragmentos de una historia. Lo único que los une son algunos temas recurrentes, como la identidad, el sentirse extranjero, el linaje femenino, y el hecho de que, sea cual sea su origen, se han convertido en piezas completas en sí mismas, que juntas, en el libro, conforman un mosaico de significado.  

  1. ¿Qué le hace falta a la literatura boliviana para ganar mayor presencia en América Latina?

No lo sé. Pero supongo que le falta lo mismo que a todas las demás artes en Bolivia, como el cine y el teatro: escuelas profesionales de formación creativa dentro del país, más lectores y espectadores, mejores canales de distribución, políticas de formación de públicos, y políticas de visibilización de nuestras artes y artistas a nivel internacional. Por ejemplo, en Bolivia no hay actualmente fondos concursables para que, si ganaste un premio en el exterior, puedas ir a recogerlo sin gastar tu propio dinero; no hay garantía de participación digna en ferias internacionales del libro; no hay fondos de promoción, creación, ni difusión de ninguna de las artes. Lo único que hay son premios. 

  1. ¿Los premios literarios son estímulos y mochilas pesadas al mismo tiempo?

En Bolivia, sí he tenido esa sensación, aunque me parece que la situación ha cambiado mucho, para bien. Cuando gané mi primer premio nacional de poesía, a los 25 años, se sintió como eso, una carga. Hubo gente que me preguntó si yo realmente creía que merecía el premio, por ejemplo. Hubo gente que se dedicó a escribir columnas de opinión declarando que yo no lo merecía. Si te fijas en lo que digo en la respuesta anterior, de que en Bolivia no hay nada más que premios como política cultural, y que cada premio se lo lleva una sola persona al año, se entiende un poco el dolor, la rabia que sienten algunos cuando no ganan, o gana alguien que ellos o ellas creen indigno. Mi experiencia no fue la única; sé de otros autores que fueron agredidos y criticados por ganar premios, o por decir que los premios eran importantes. Es tan absurdo creer que alguien que gana un premio es superior a alguien que no lo gana, como fingir que los premios no son importantes o son un “mal necesario”. Es hermoso ganar premios. Ganar premios me ha abierto muchas puertas, y fue un alivio económico muchas veces. Me hace reír la gente que gana un premio y luego hace como que no le importa, o como que en realidad no lo quería ganar.  

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