‘Compromisos y complejidades’, de Vasili Grossman

JOSÉ DE MARÍA ROMERO BAREA.

Un escritor que se precie jamás se compromete con ningún sistema político. Al contrario, se reconoce en todas y cada una de las insurrecciones, sabe que la consecución del poder derrota a la esperanza, extorsiona al idealista al mando, lo convierte en burócrata sin alma, en monstruo cruel. Las narraciones de Vasili Grossman (Berdychiv, 1905 – Moscú 1964) siguen siendo pertinentes hoy, al igual que la conciencia de la dignidad herida que muestran sus novelas. Fue “no solo un enorme corresponsal en la Segunda Guerra Mundial”, en opinión del poeta británico y traductor literario Robert Chandler (1953), “sino un valiente disidente”, cuya prosa, duramente trabajada e inusualmente poética, aporta una visión única de las fuerzas enfrentadas que nos conforman.

“Grossman entiende la necesidad de una planificación clara y racional, pero reconoce que en el conflicto armado, como en otros ámbitos vitales, todo depende de las intuiciones de la comprensión”. Su reputación sigue siendo enorme, afirma el editor de la revista literaria Cardinal Points, en su artículo “El escritor que captó la realidad de la guerra”, al convertir en literatura el periodismo en primera línea: “Varias veces durante la marcha [Gromov, el fusilero antitanques] pensó que iba a derrumbarse. Pero siguió hasta el final. Ahora yacía recostado en una zanja, aullaba el infierno con mil voces, pero él dormitaba, estirando las piernas agotadas. El suyo era el magro y austero descanso de la soldadesca”. En relatos como Vida y destino (1959; Galaxia Gutenberg 2007; traduce Marta Rebón), uno de los más abiertamente antisoviéticos de su autor, y por ello censurado, el reportero del Ejército Rojo creó un nuevo lenguaje para dejar constancia el devenir de los pueblos oprimidos en la cúspide del cambio.

En su ensayo para el número de verano de 2020 de la revista londinense The Critic, el premio AATSEEL a la mejor traducción en inglés 2007 afirma que sus experiencias en la Unión Soviética permitieron al autor de Todo fluye (1970; Galaxia Gutenberg 2008; Traducción de Marta Rebón), tener una experiencia directa de la revolución, junto a una apasionada simpatía por las víctimas del nazismo y el comunismo, dos regímenes totalitarios enfrentados. Mientras escribe informes privados para los jefes del partido, sus narraciones reflejan a esos mismos gobernantes en descomposición: “Los soldados han recuperado el sol”, redacta a modo de colofón de la batalla de Stalingrado, en agosto de 1942, “han recuperado la luz del día, han recuperado el derecho a caminar con la cabeza alta, bajo un pálido cielo azul, pisando la tierra de Stalingrado. Han recuperado el día”. 

Es la suya una crónica de primera mano, urdida en la dislocación de la barbarie, a merced de los horrores desatados no sólo por Hitler (sus descripciones del Holocausto fueron usados como prueba en los juicios de Núremberg), sino por el propio Stalin (igualmente antisemita). Vivió el que fuera, de 1941 a 1945, corresponsal del diario Krásnaya Zvezdá (Estrella Roja) en una sociedad que una vez defendió, aunque no tardaría en corromperse, habitó junto a las personas sobre las que escribía, “celebrando no solo a los generales, sino a los ordenanzas, a los soldados de base e incluso a un cartero”, aceptó sus privaciones, en definitiva, para obtener autenticidad. 

A pesar de (o tal vez por) ello, “gran parte de la obra periodística y ficcional de Grossman está disponible solo en ediciones hiper-censuradas”. De ahí la oportunidad de la primera versión inglesa de los 12 artículos del periodista judeoruso sobre la Batalla de Stalingrado, (NYRB Classics, 2019), a cargo del propio Chandler y su esposa Elizabeth, (Por una causa justa, traducción de Andréi Kozinets, Galaxia Gutenberg, 2011), un volumen que supuso la colusión definitiva con las autoridades comunistas, al no ignorar ninguna de las incómodas evidencias. A base de enfrentarse a ellas, una crítica fascinante de su tiempo, además de un estudio desencantado de la existencia bajo el autoritarismo, con todos los compromisos y complejidades que conlleva, al resumir lo mismo la arrogancia y los absurdos de la autocracia que su monótona obsequiosidad.

“Los soldados del Ejército Rojo veían a Grossman como uno de ellos”, apostilla el Premio Rossica de Traducción 2007, “alguien que eligió compartir sus vidas en lugar de limitarse a elogiar la estrategia militar de Stalin desde la seguridad del cuartel general, lejos de la línea del frente”. Stalingrado, precuela de Vida y destino, no publicada hasta 1988, supone “una meditación sobre la historia literaria rusa y la capacidad de la humanidad para construir y destruir”, a base de breves tratados sobre la tiranía y la rebelión tan pertinentes hoy como cuando fueron concebidos, raudos informes revolucionarios del caos repleto de observaciones que han inspirado a generaciones de reporteros, tensas parábolas del abuso llenas de descripciones vívidas en entrevistas melancólicas con la posteridad, elegíacos daguerrotipos de un mundo perdido.

Sevilla 2020

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