‘Todo lo que sucedió con Miranda Huff’, de Javier Castillo

IRENE MUÑOZ SERRULLA.

¿Hasta qué punto podemos aceptar como buena una maldad para castigar otra? ¿Un personaje tiene más derecho que otro a castigar? ¿Dónde está el límite para dar por bueno un hecho perverso? Estas y muchas otras preguntas en esta línea me han quedado en la cabeza cuando anoche terminé de leer la tercera novela de Javier Castillo. 

La intriga está asegurada en esta ocasión, como también lo estuvo en sus dos primeras novelas (El día que se perdió la cordura y El día que se perdió el amor). Sin embargo, en esta ocasión, las contadas ocasiones en las con sus primeras novelas tenías la sensación de que algo era imposible que ocurriera y tenías que seguir leyendo para ver la lógica y verlo todo viable, aquí han desaparecido. Todo encaja según avanzas en la lectura de cada palabra. Con cada párrafo hay un «claro, esto es así, no hay otra alternativa» o un «normal…». No sé si es porque la historia va más rodada y pide cada una de las escenas que nos narra Castillo o porque la experiencia suma, pero la realidad es que la sensación es más fluida en cuanto a encaje de la trama. 

Mantiene el uso de bailes de tiempos y visiones de personajes, y también el uso de capítulos breves, aunque en comparación son un poco más largos que en la biología con la que se dio a conocer. La construcción de los personajes, de la psicología de los personajes, te lleva a pasar del odio al amor y del amor al odio, con todos ellos —excepto con Jeff— en cuestión de pocas páginas. Te sorprendes justificando actitudes que creías que jamás podrías tolerar. Pero esto literatura. Esto es ficción. Y en este caso… esto es cine.

Decía «excepto con Jeff». Jeff es un personaje por el que no te sale sentir odio. Pena, ternura, comprensión, justificación… es el antagonista de todos los demás en algún momento, si te paras a compararlos entre ellos. El resto de personajes comparten mucho, demasiado; investigadores al margen, que en esta novela son necesarios, por aquello de darle el valor policíaco, pero podrían haber sido muñecos de peluche animados, porque su aportación a la resolución de la trama es la mínima. No lo veo como un defecto de la narración, no. La historia que nos van contando los personajes no deja lugar a que un inspector de policía nos descubra nada de nada, porque los personajes principales son autosuficientes para dar al lector lo es necesario en cada capítulo y dejar la intriga y la duda flotando en el ambiente de manera constante.

Aunque esto es una novela, y en la ficción prácticamente todo vale para conseguir una historia atractiva… ¿justificarías eso de tomarte la justicia por tu mano solo porque a lo largo de tu vida parece que tus decisiones no han sido muy acertadas? ¿Hasta qué punto somos dueños de las decisiones y de no corregirlas cuando nos damos cuentas de los errores? ¿Una venganza para reconducir nuestra vida es justificable? ¿Dónde están tus límites? Y, una pregunta más: ¿Huff es una elección aleatoria y su traducción al español es el motivo de la elección? No lo sé, pero me cuesta creer en las casualidades. La actuación de Miranda es fruto de su «enojo» consigo misma y da por buena su conducta en un «suspiro».

Irene Muñoz Serrulla

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