‘Impresiones y paisajes’, de Federico García Lorca

RICARDO MARTÍNEZ.

Un texto éste, considero, original y sustancioso (por la prosa cuidada, por la capacidad descriptiva) de un autor que ha sido recordado siempre más por las referencias (más o menos tópicas) a su Andalucía que por su condición de autor rico en matices, amplio, original, musical.

Sería preferible, creo, abordar la obra de un autor lejos de clichés concebidos de antemano atendiendo a prejuicios, y más oportuno ver todas las ramas que conforman su árbol creativo, esto es, que le definen y completan.

Se ha dicho con reiteración que todos los libros de un autor están ya, más o menos expresos, en su primer libro. Pues bien, libres de cualquier exageración que no ayuda sino deforma el buen entendimiento, ¿por qué no advertir en este libro primerizo de Lorca algunos de los rasgos distintivos, valiosos, que habrían de conformar después el grueso de su obra?

‘Un pueblo’ creo que demuestra un observar pensante, inquisitivo, que muestra bien la realidad observada. Hay concisión, precisión, y una distancia del observador que, sin inundar de intención lo que el lector ha de interpretar, es un ejemplo sobrio de un mirar atento y definidor. Acorde, por otra parte, a una realidad bien concreta de un lugar en esa ‘terrible estepa castellana’. ese ‘océano de cuero’ del que habló Neruda.

En, ‘Amanecer castellano’, por otra parte, están muy vivos la luz y el color, y, una vez más, el discurso del narrador es capaz de transmitir en palabras concisas y bien elegidas una visión concreta que, por el bien del lenguaje, viene dotado de relevante significación: “No han roto las nieblas de la noche. Por el horizonte se va abriendo una ráfaga de luz blanca que llena de claridad sombría a los pardos terrenales. Sobre las acequias hechas espejos de verde azul, se miran los álamos quietos y fríos” ¿No podría ver aquí el lector sagaz un escenario bien definido? Luego vendrá la trama, pero siempre será lo principal la palabra, tal como el profesor Lledó nos recordó siempre. Y en Lorca la palabra, sola por sí o como discurso, con frecuencia tuvo su interioridad bien definida, pues no era tanto un aparente autor más o menos aéreo, evocador, como interesado en el interior de los  temas que trataba.

“Sobre el aire lleno de frescura primaveral está cayendo toda la oración castellana. Por los montes de trigos olorosos brillan las arañas, y en las lejanías brumosas el sol pone unos rojos cristales opacos… ¿No están aquí buena parte de las claves líricas, de buen perceptor, que tanto brillo dieron luego a sus versos?

Creo que es de advertir, sobre todo, acaso por la condición que tiene esta obra de primeriza, el esfuerzo por la elección de una palabra nítida, precisa, definidora: hay una contención voluntaria en favor de un discurso limpio y referencial; lo que importa es llegar al lector de la forma más directa y apropiada posible para su entendimiento. Literatura como juego, como sueño, pero también como comunicación.

Siempre, eso sí, en clave de Lorca: “Y sobre el altar de los sacros martirios, en donde descansan aquellos que fueron sangre y llamas por amor a Jesús, y sobre el arca de plata teñida de cielo por los vidrios místicos, el sacerdote vestido de luz y de grana” Júntese la extensa e intensa obra del autor y no se estará lejos, así me lo parece, de advertir que un autor naciente y prometedor nos está dando las claves de su pensar, de su discurso, de su ser.

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