‘Los años sin juicio’, de Federico Vegas

Los años sin juicio

Federico Vegas

Kalathos

Madrid, 2020

424 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

A la literatura de largo aliento suele sentarle mal los arrebatos. De ahí que sea preciso, como en el caso de este Los años sin juicio, que esté detrás un escritor que esté al menos tan enamorado de la literatura como del arrebato. Con un estilo depuradísimo y sin prisas por aturdirnos con las intenciones, Federico Vegas (Caracas, 1950) construye un libro coral sobre un confinamiento imaginario. Pero el trabajo de la imaginación sucede sobre lo real. Durante muchas páginas, Vegas nos retrata a los personajes que habitan el interior de un presidio y nosotros nos vemos en la tesitura de aceptar que existen. Son una creación más que posible, son creíbles, y este es el gran éxito de la imaginación. Desconocemos cuáles han sido sus fuentes, aunque es muy posible que se encuentren entre las voces de la gente, pero sí sabemos del arrebato, pues la obra surge de una visita a un amigo recluido en una cárcel venezolana.

El narrador, que carece de nombre, que no es otro que “yo”, se muestra obsesionado por guardar la cordura. No sólo se refugia en la idea de “madre” como regazo en el que refugiarse, o crea sus métodos de supervivencia, una terapia de mantenimiento centrada en la repetición de actos en orden cronológico, sino que se convierte en un observador, en alguien dedicado a dar testimonio. Así pues, tiene un objetivo que le mantiene a flote: denunciar, como se puede denunciar sin faltar a un proyecto estético, las miserias de un sistema. Y dichas miserias se montan a lomos de seres humanos. El paisaje humano en el que habita es poliédrico, pero mantiene las constantes vitales, la piel sensible, los corazones atentos.

Es posible que habite en la novela un espíritu metafórico, una suerte de delación sobre la situación opresiva del país, pero esta interpretación quedará más en manos de los lectores, pues los términos políticos no abundan, aunque sí quedan apuntados. En realidad, el propósito del autor se asemeja más al de quien no siendo valiente en la realidad, o no considerándose lo bastante valiente en la realidad, construye esa valentía en la ficción. El narrador es alguien que se asoma a las virtudes -lealtad, consistencia o arrojo- donde cualquiera de nosotros fracasaría. De ahí la audacia del texto, que se lee con un encanto extraño, pues el contenido no deja de ser abrumador frente a una prosa que surge de un oído excelente. Esta novela tal vez se resume en esta sentencia: “Tratar de entender a nuestros vecinos es una manera de entretenernos mientras pasa la peste”.

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