‘El ladrón de destinos’, de Richard Russo

MARIO BLÁZQUEZ.(Twitter :@mzeuqzalbi)

Recuerdo que un profesor de literatura me dijo hace muchos años: si alguna vez te diera por escribir, y un escritor tuviera la oportunidad de ayudarte, esta sería la última persona en hacerlo. La experiencia se ha empeñado en demostrar que, si no es exactamente así, aquel profesor tenía bastante razón. Por eso, quizá, cuando aparece un libro en el que un escritor comparte, que no revela, sus secretos acerca del proceso de escritura, solemos encontrarnos con el susceptible recelo de leer un conjunto de consejos tan axiomáticos como previsibles. Cuando no, aun peor, asistir a una exhibición de ego que obstaculiza esos esperados y sabios consejos. Lo que más destacaría del conjunto de ensayos de Richard Russo (1949, Johnstown, Nueva York), que obtuvo el Bachelor of arts en 1967, un PhD en 1979 de la Universidad de Arizona, una M.F.A. en 1980, y ganó el Premio Pulitzer con su novela Empire Falls (2001), es que, desde las primeras páginas, se aparta de ese tipo de ensayo vanidoso y distante. Muy al contrario, conecta con el lector, esforzándose en narrar a modo de biografía su historia desde una actitud empática y con cierta humildad. Recuerda, en este sentido, a uno de los mejores libros que he leído sobre la escritura: Mientras escribo, de Stephen King. Russo, por tanto, recapitula aquí sus vicisitudes desde que siente el impulso de escribir hasta que logra dedicarse a ello.

El libro, con traducción de Patricia Losa y publicado en España por Larrad Ediciones, está dividido en nueve pequeños ensayos en los que introduce, con mucha habilidad, la alternancia de la figura de escritor, profesor, lector y el plano más personal y familiar. De este modo, Russo mezcla vivencias y anécdotas que tienen que ver con la escritura y otras que presumiblemente no, pero, al final, acaban estando relacionadas. Desde el primer momento, muestra un tono locuaz y una posición cercana que adopta cuando reproduce lo que le dijo un antiguo profesor de un taller de escritura: «La mayoría de escritores tienen pendientes miles de páginas de prosa de mierda de la que es necesario deshacerse antes de aspirar a escribir de verdad. En tu caso, que sean dos mil».

Durante su biografía, asistimos a unos inicios titubeantes, cuando, como King y otros escritores de su generación, comenzaban enviando cuentos a revistas, alternando amables rechazos con publicaciones que les hacían ganar algo de dinero y prestigio con el que se iban haciendo un nombre, hasta el punto de inflexión en el que se convertían en escritores a tiempo completo. Russo profundiza con su visión y experiencia personal acerca de los talleres literarios a los que ha asistido y luego impartido, la situación de la industria del libro frente a la opción de la autoedición, de la que hace una favorable valoración aportando argumentos convincentes.

El ladrón de destinos es un ensayo autobiográfico que funciona para aquel que esté interesado en el proceso de escritura, ya sea porque se dedique a ello o por mera curiosidad, ya que no se trata de un manual técnico al uso, sino de un aprendizaje de todo lo que al autor le sucede, de las dudas, del perfeccionamiento y los errores. No es un libro exclusivo para escritores, entiéndase. Hay, de hecho, buenas dosis de humor muy oportuno que, además del concepto didáctico, lo convierte en una lectura amable y disfrutable. Russo no se mete en grandes charcos, no este un libro de ajuste de cuentas pendientes ni polémicas con otros escritores, sino de mostrar los vaivenes de un oficio tan caprichosamente esquivo como inescapable. Uno de los muchos consejos que encontraremos en este libro, de un escritor que dispuesto a ayudar a otros, explica cómo llegó a dedicarse a la literatura tras veinte años de lucha: «Buscad qué tipo de trabajo os gustaría hacer gratis y después encontrad a alguien que os pague por hacerlo». Como reza el subtítulo, al final, se trata de un ensayo sobre escritura, escritores y la vida. 

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