Al habla con Rafaela Lahore, autora de ‘Debimos ser felices’

CESAR MUNDACA.

Créditos: cedida por Rafaela Lahore.

No entiendo a la gente que despotrica contra la red social Twitter. Todo depende a quien sigas. Frecuentemente, mis propios contactos retuitean contenidos de indudable valía y me interno en la lectura del material compartido. A Rafaela Lahore la descubrí gracias a una fantástica entrevista que mantuvo con la poeta uruguaya Ida Vitale. Charla retuiteada por una usuaria de cuyo nombre si quiero acordarme, pero mi memoria, esta vez, no me ayuda.

Rafaela nació hace treinta y cinco años en Montevideo. Es licenciada en Comunicación Social por la Universidad Católica del Uruguay. Desde 2017, reside en Santiago de Chile y trabaja como periodista freelance. En 2019, obtuvo el premio a la Mejor Novela Inédita, por Debimos ser felices (Editorial Montacerdos, 2020). Distinción otorgada por el Ministerio de las Culturas del país sureño.

Para los avispados lectores uruguayos, anuncio que Debimos ser felices será publicada en diciembre del año en curso, a través del sello Criatura Editora.

  • Rafaela, ¿existió algún detonante para escribir Debimos ser felices?

Todo partió en 2015, en un taller de periodismo que hice en El Salvador con la periodista argentina Leila Guerriero. El último día, como parte de un ejercicio, ella nos pidió que escribiéramos una semblanza sobre nuestra madre. Escribí un par de párrafos y con el tiempo me fui dando cuenta de que ahí había un tema potente que quería seguir explorando. Lo que más me interesaba era adentrarme en la relación entre una hija y una madre con depresión y en todo aquello que heredamos de nuestros padres, como ciertas formas de pensar o de sentir, y que muchas veces se trasmiten de generación en generación.

  • ¿Cuál es su truco para escribir un texto basado en su familia y que ésta no se enoje?

Siempre tuve claro que una novela como esta, inspirada en una historia familiar, puede generar enojos y molestias. Para que eso no me influyera mucho traté de escribirla como si no la fuera a leer nadie. El libro acaba de publicarse en Chile y por la pandemia todavía no pude llevarlo a Uruguay. Hasta ahora, la única persona de mi familia que la leyó fue mi madre. Se la mostré unos meses antes de que se publicara y, si bien le chocó cómo conté algunas cosas, le gustó bastante.

  • ¿Ya se siente plenamente escritora o considera que faltan quemar algunas etapas?

Ni una cosa ni la otra. Se podría discutir mucho sobre el aura que rodea la figura del escritor. Por el momento yo solo me considero como una persona que escribió su primera novela. Más allá de eso, tampoco me convence la idea de la escritura como una carrera en la que hay que saltear obstáculos o quemar etapas, como escribir tal cantidad de libros o probar tal género para consagrarse. Creo que para ser realmente una escritora solo hay que mantenerse fiel al ejercicio de la escritura.

  • “La literatura abarca, sin embargo, al conjunto de los mensajes escritos que integran una determinada cultura, al margen del juicio de valor que por su calidad merezcan. Un artículo, una copla o un guion son también literatura – mediocre o brillante, alienante o liberadora, como bueno o malo puede ser, al fin y al cabo, cualquier libro”, sostuvo Galeano en su crónica Diez errores o mentiras frecuentes sobre literatura y cultura en América Latina. ¿Comparte este parecer y por qué?

Coincido en que la literatura habita muchos espacios más allá de los libros. A mí, por ejemplo, siempre me cautivó la poesía que hay en muchas canciones. De hecho, de adolescente me pasaba tardes enteras componiendo letras. Hasta el día de hoy, artistas como Joan Manuel Serrat, Fernando Cabrera, Gabo Ferro, incluso bandas de rock como Extremoduro, me resultan muy inspiradoras en ese sentido. Ni que hablar de las letras de tango, un género que de algún modo está presente en la novela. Letras como Volvió una noche o Cuesta abajo, de Alfredo Le Pera, son para mí grandes poemas sobre la nostalgia y el pasado perdido.

  • En su novela, cuenta sucesos que ocurren entre la narradora y la madre. Luego, se remonta a la infancia de la madre y la convivencia con su familia. También cita sucesos de corte histórico como el genocidio perpetrado por Bernabé Rivera contra los charrúas y retorna a la esfera actual donde participan padre, madre e hija. ¿Qué autor o autora influyó en usted para escribir de esa manera?

Lo interesante de escribir una novela mediante fragmentos es que me facilitó ir hacia atrás y hacia adelante. Me dio mucha libertad para romper el orden cronológico. De cierta forma, cada fragmento funciona como la pieza de un puzzle. A medida que el lector avanza va ordenando estas piezas en su cabeza hasta descubrir, en las últimas páginas, la figura completa. El orden de los fragmentos obedece más a motivos emocionales o poéticos que al orden de la historia. Más allá de eso, te puedo mencionar autores que han influido en mi escritura y que imagino dejaron sus huellas en esta novela, como Juan Carlos Onetti, Idea Vilariño, Alejandro Zambra o Leila Guerriero.

  • “La novela siempre gana por puntos, mientras que el cuento debe ganar por nocaut”, dijo alguna vez Cortázar. Sin embargo, usted trastoca esa premisa del argentino. Los certeros nocauts que propina al lector son evidentes, porque narra ciertos acontecimientos que causan una genuina perplejidad en cada página. ¿Ha sido consciente de ello?

Esta novela se juega en cada fragmento, por eso traté de que cada uno generara cierto impacto. Quizás a eso se debe esa sensación de nocaut que mencionás. Algunos de ellos, los más largos, podrían leerse como pequeños cuentos, porque funcionan por sí mismos. En Debimos ser felices lo más importante no es la trama, sino la mirada de la narradora, es decir, cómo va contando la historia. En ese sentido, para mí era fundamental pulir lo más posible el lenguaje, acercar la narrativa a la poesía para que la prosa fuera la protagonista.

  • A propósito del aborto practicado por la abuela, ¿cuál es su posición sobre ese problema tan complejo?

En la novela se menciona cuando la abuela, una mujer que vivió en el campo a mediados del siglo pasado, decide abortar, pero no se dan muchos detalles. Mi idea no era marcar una posición con respecto a ese tema. En Uruguay la irrumpción del embarazo por sola voluntad de la mujer es legal desde 2012 y desde entonces casi no mueren mujeres por abortos. Es uno de los países de América Latina que más libertades les ha dado a las mujeres, pero sé que en países vecinos, como Argentina o Chile, la situación es muy distinta. Por eso acompaño las luchas de las mujeres que están pidiendo decidir.

  • Tanto la emancipación de la madre (profesional y económicamente) como de la abuela (tras el absurdo incidente con Amantino), ¿podría interpretarse como un guiño a las luchas que libra el movimiento feminista?

Gracias a los lectores me di cuenta de que se puede hacer una lectura feminista de esta historia. Sin embargo, no es algo que yo tuviera presente mientras la escribía. Como te comentaba antes, a mí lo que me interesaba era explorar el tema de la salud mental y de la relación entre padres e hijos. Recién ahora estoy descubriendo que es un libro bastante feminista, porque al fin y al cabo las protagonistas son tres mujeres buscándose la vida, superando sus miedos y sus pérdidas, y tratando de ganar sus espacios, cada una en su época y con sus limitaciones. Si bien al principio me parecía una historia muy local, porque estaba inspirada en la historia de mi familia, ahora entiendo que una infinidad de mujeres se pueden reflejar en ella.

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