Los poetas peregrinos. Bashō, el maestro del haiku

Por Lucía Dozo.

*En el antiguo Japón se creía que había versos capaces de alterar la realidad. Por eso los viajes poéticos del monje japonés Saigyō bordearon la magia y culminaron con la predicción de su propia muerte. Su vida y su obra inspirarían a Matsuo Bashō, el maestro del haiku, que conquistó Occidente con su poesía.*

En el año 1100 del Japón de finales de la era Heian, el último período clásico de la historia japonesa, nacía el poder de los clanes samurai y comenzaba el declive de las creencias budistas. El impacto social de esta época de gran inestabilidad y violencia se traduce también en el lenguaje. Hasta el tradicional concepto japonés de mujo (cambio) se transforma y comienza a vincularse con la llegada de la catástrofe.

En ese clima convulso nace Satō Norikiyo, quien adopta en su juventud el seudónimo de “Saigyō”, que significa “Viajero del Oeste”. El nacimiento en un mundo en transición y el recuerdo de aquel pasado perdido marcan su obra poética, cargada de melancolía.

Saigyō vivió como ermitaño durante extensos períodos en distintas zonas a lo largo de Japón pero es particularmente conocido por su largo periplo por el norte japonés, en donde realizó sus famosos viajes poéticos.

El aislamiento en páramos desiertos, cabañas abandonadas en bosques o templos de montañas parece llenar de espiritualidad su poesía. Las imágenes de estaciones cambiantes, así como de grillos, crisantemos, hierbas, pantanos impactan en su emocionalidad: “Un pueblo de montaña / al final del otoño / es cuando aprendes / lo que significa la tristeza / en la explosión del viento invernal”. 

En unos pocos versos, Saigyō condensa la soledad de la vida de un ermitaño, los ciclos de la naturaleza y el caos político y social que, a lo lejos, en las urbes japonesas, aún lo acechaba.

La poesía waka del monje japonés no tiene versos ni rimas —que son consideradas un error del poema—, es toda unidad. Desde esa unidad evoca al kotodama, “el espíritu de la palabra”, que confía en un poder casi mágico del lenguaje, susceptible de afectar, de transformar: “La nieve ha caído / sobre los senderos del campo y los de la montaña / Enterrándolos a todos / y no puedo distinguir el aquí del ahí / Mi viaje en la neblina del cielo”. 

El poder del kotodama hace letal su predicción poética: “Que sea de esta forma: / bajo las flores del cerezo, / una muerte de primavera, / en el medio del segundo mes / cuando llena esté la luna”. El día 16 del segundo mes lunar de 1190, Saigyō murió en un templo de las agrestes montañas de Yoshino. El hecho alimentó la leyenda de la santidad del poeta y consagró aún más su obra.

 

Trail at the World Heritage Forest Kumano Kodo, Japan, May, 2012

Los viajes poéticos de Saigyō inspirarían al famoso poeta del haiku Matsuo Bashō, quien cae bajo el encantamiento de los versos del monje peregrino. Tanto la poesía de Saigyō como la de Bashō resaltan el carácter sagrado del escenario natural, herencia de la cosmovisión japonesa, e inician un legado poético que llega hasta hoy.

Bashō, a pesar de ser maestro de poetas, renuncia a la vida social de los círculos literarios y se entrega a recorrer a pie Japón, especialmente atraído por la parte norte de la isla, un territorio muy poco poblado, el escenario salvaje que inspiró los viajes poéticos de Saigyō. Así escribe: “El viento helado / entró en mi corazón. / Salgo de viaje”.  

Su poesía busca desde la contemplación experimentar el satori, la plenitud del presente. Bashō construye una mirada poética desde la óptica budista, así llama a vaciar el contenido intelectual, a dejar atrás la lógica racional y entregarse al acto de observar: “Un viejo estanque / Una rana que salta: / el sonido del agua”.

Las composiciones del haiku son muy breves y están compuestas sólo por tres versos, que en español se rigen por la métrica de 5-7-5 sílabas. Desde esta brevedad, la poesía apela al hallazgo del instante y lo dota de una dimensión más profunda. Desde sus haikus Bashō cruza la frontera entre un mundo y otro, entre los vivos y los muertos, entre lo sagrado y lo profano, entre el pasado y el futuro. No rompe con la tradición sino que la continúa de una manera inesperada, o como diría alguna vez: «No sigo el camino de los antiguos, / busco lo que ellos buscaron».

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