Los caminos que no escogemos

Por Gerardo Gonzalo.

Hace unas semanas, en la plataforma Amazon Prime se estrenó la última película de la directora Sally Potter. Protagonizada por Javier Bardem y Elle Fanning, nos cuenta un día en la vida de un hombre junto a su hija, en un delicado estado emocional y al que le invaden la confusión y los recuerdos.

El estreno de una película de Sally Potter es en cierta manera un acontecimiento, ya que hablamos de una realizadora que hizo su debut en 1983 y que hasta esta película, solo había rodado 9 largometrajes en casi cuarenta años de carrera. Sally Potter ocupa, en mi opinión, un pequeño espacio en la historia del cine por haber dirigido Orlando (1992). Esta adaptación de la novela de Virginia Woolf, es para mí una de las grandes películas de los años noventa, donde además descubrí a esa actriz, o mejor dicho, esa presencia, que es Tilda Swinton. Tras esto, pocas películas, muy espaciadas y que en la mayoría de las ocasiones deambulan por los territorios de lo íntimo y lo experimental. Algunas son insoportables, como ese ejercicio estúpido de anticine que es Rage (2009), otras interesantes como La lección de tango (1997), unas cuantas casi inencontrables hoy en día y en general obras que en ningún caso se han acercado a la excelencia de Orlando. De hecho el cine de Sally Potter ha deambulado normalmente por terrenos minoritarios a excepción de la película anterior a la que nos ocupa, The Party (2017) que sí que tuvo un amplio reconocimiento, difusión y varios premios, pero que por lo que a mí respecta, se trata de una film teatral en el peor de los sentidos e histérico en su desarrollo e interpretaciones.

En el caso de su última película, The roads not taken (su título original), da la impresión de que los medios y la ambición de la historia apuntan más alto. El argumento parece atractivo y el elenco de actores resulta más que notable, figurando junto a los protagonistas intérpretes de peso como Salma Hayek o Laura Linney.

La película intenta transmitir la confusión de su protagonista, el siempre brillante Javier Bardem, completado con algunos flashbacks de su pasado, en el contexto de la ciudad Nueva York y en compañía de una espléndida Elle Fanning que hace de su hija. El problema es que estos buenos mimbres no terminan de rematarse. Da la impresión de que el film apunta en varias direcciones, pero sin terminar de dotar de coherencia a una historia que no termina de encajar. La confusión de Bardem acaba por contagiarse al propio espectador que termina igualmente confundido y en estado de perplejidad, al ver como la trama le lleva de un lado a otro sin saber muy bien lo que realmente está sucediendo, con lo cual el propio espectador acaba como el protagonista, ambos sin saber por dónde se andan.

Es una lástima, ya que estamos ante un film sustentado por unas robustas interpretaciones y que durante bastante rato nos mantiene en la expectativa de que surja esa chispa que ilumine, explique y dé coherencia a su discurso. Lamentablemente esta chispa no llega a saltar, y al final el resultado resulta frío y desangelado, con una historia a la deriva que trunca las expectativas creadas y mantenidas durante parte de su metraje, derivando en el desinterés final de un espectador confundido y agotado. Una pena.

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