Henri Michaux en Quito

Foto: Consuelo de Arco

Por Antonio Costa Gómez.

Yo me alojaba en la plaza de san Francisco, en el barrio antiguo. Era muy hermosa, porque allí estaban la iglesia de san Francisco con sus escaleras y balaustradas, la iglesia de santo Domingo, con su torre solitaria blanca. Pero tenía fama de peligrosa y los taxis se negaban a llevarme cuando regresaba del cine en la parte nueva. Una vez se me acercó un macarra, cuando ya estaba entrando en mi hotel, y me dijo: “No me obligues a matarte”. En la Nochebuena estuve dando vueltas por las callejuelas aledañas buscando un sitio para cenar y solo lo conseguí en un local chino.

Mucho antes se alojó en esa plaza Henri Michaux, que hacía viajes alucinados por el mundo entero, invitado por Alfredo Gangotena, el autor de Tempestad secreta. En el libro Ecuador Michaux soltó un montón de impresiones desconectadas y oníricas. Yo volvía a esa plaza cada noche y me acordaba de los textos de Michaux en Lejano interior: “está en pleno océano y, de repente, la voz de su Salud sofoca a todos sus Microbios, va por un hotel y un huésped lleva en el brazo un animal come-cabellos insaciable, mientras se afeita por la mañana sus dientes se vuelven de oro y alguien quiere robarle su nombre”.

Entraba en mi hotel histórico y decadente, y recordaba los textos hipnóticos de Lejano interior: “Solamente a los 24 años me convertí en pez-martillo. ¿Cree que soy lo que se llama una retrasada? Ahora tengo 27 años. Respóndame, es urgente. Le hago saber que el día 22 de este mes, a las 4 horas y 8 minutos, una morsa se ha interesado por mí. ¿Debería permitir, si las circunstancias lo permiten, que aproveche la obscuridad para jugar con mi membrana? Respóndame pronto, me acerco a los 28 años”.

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