Crash (1996), de David Cronenberg – Crítica

Por Jordi Campeny.

Asomarse al abismo de Crash, 25 años después de su estreno, es una experiencia tanto –o más– fascinante que la primera. El tiempo ha transcurrido, el contexto global y nuestra mirada han cambiado, pero la película sigue siendo la misma. ¿Qué preguntas o reflexiones nos hacemos ahora que no nos hicimos entonces? Varias, y entre ellas, sobresale una: ¿podría, a día de hoy, salir adelante un film tan perverso y envenenado como Crash?

Basada en la obra de J. G. Ballard, publicada en 1973, la película aúna de forma magistral las dos pulsiones más elementales del ser humano: sexo y muerte. Muestra los devaneos circulares de un grupo reducidos de personajes que entran en una espiral de atracción y destrucción debido a una extrañísima parafilia: persiguen su éxtasis mezclando sexo y accidentes de tráfico. Sentirse penetrada mientras acaricias el metal frío de una avioneta, gozar con los envites del sexo salvaje entre hierros humeantes tras una colisión múltiple, lamer con frenesí cicatrices que dividen la piel en dos. Perseguir el orgasmo y el choque frontal. La petite mort y la muerte definitiva.

Su estreno en el Festival de Cannes suscitó muchos abucheos, un gran escándalo y el rechazo explícito del mismísimo Coppola. Este año compitieron para la Palma de Oro pesos pesados como Mike Leigh, Lars Von Trier, los hermanos Coen o Bertolucci. A pesar de todo ello, Crash se hizo con el Premio especial del jurado y el paso de los años la ha colocado en la esfera de los films de culto y a los accidentes de automóvil en posible fetiche erótico para preferencias sexuales alejadas de las zonas de confort.

Con mensaje un tanto críptico, la película deambula sin un hilo argumental que la haga avanzar y sus personajes sonámbulos carecen prácticamente de arco dramático. A pesar de ello, continúa fascinando; sigue sin duda conectada a una parte oscura y zozobrante de nuestro inconsciente. ¿Se podría hacer una película como Crash a día de hoy? Probablemente no; no tanto por la temática en sí –puesto que sigue habiendo cine valiente que no tiene miedo a bucear en aguas turbias–, si no por el tipo de producción: una película mainstream con nombres muy relevantes del Hollywood de la época. Aunque muchos aplaudieron su audacia y atrevimiento, un sector nada desdeñable de la crítica la tildó de asquerosa, pornográfica e inmunda. Incluso se intentó orquestar una campaña para prohibir su estreno en Reino Unido.

Pero el mundo se ha movido. Y a pesar del escándalo generado en su momento, si analizamos Crash con ojos actuales, nos asaltan algunas reflexiones interesantes que probablemente no hicimos entonces. Por un lado, resulta más evidente la mirada exclusivamente masculina tras la cámara. Los cuerpos de ellas se exhiben completamente desnudos, sin omitir ni un milímetro de su anatomía. No ocurre lo mismo con ellos, cuyas partes íntimas quedan siempre fuera de plano. Por otro lado, mención especial a la representación de los encuentros homosexuales, situados al final de, digamos, la cadena de depravación. Tras deambular entre fetichismo, sadomasoquismo, voyerismo y sexo con discapacitados, los personajes tocan fondo cuando follan con alguien de su mismo sexo. Cabe puntualizar aquí que el coito entre hombres fue el último tabú del cine comercial de la época. Algunos elementos que hace 25 años resultaban subversivos, hoy se nos antojan prácticamente reaccionarios.

Con todo, celebramos el reestreno de este clásico de la provocación. Su lubricidad y capacidad para subyugar o repugnar permanecen intactas. Sigue siendo una orgía macabra de gemidos, noche, carne, semen y metal.

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