Los libros de la isla desierta: ‘Rojo y negro’, de Stendhal

ÓSCAR HERNÁNDEZ-CAMPANO. Twitter: @oscarhercam

Cuando Stendhal (Henri Beyle, 1783-1842) estaba escribiendo esta inmortal obra, la revolución de 1830 se gestaba en París. Francia vivía su primera Restauración y los ecos de la Revolución y del periodo napoleónico seguían muy recientes en la memoria de los galos y de la Europa del siglo XIX.

Rojo y negro narra los avatares de Julien Sorel, un muchacho ambicioso y soñador de la Francia rural. El joven Sorel, a sus diecinueve años, idolatra la figura de Napoleón y odia profundamente al resto de los mortales. La rabia que atesora empieza por la que siente hacia su propio padre (un carpintero), hacia las clases dirigentes de su ciudad, Verrières, y hacia el resto de la sociedad. Julien aspira a progresar social y políticamente, a convertirse en un líder y a terminar lo que su admirado emperador comenzó. Su memoria prodigiosa y la paciencia del párroco de su localidad han hecho de Sorel un perfecto seminarista, apariencia o disfraz (la novela está llena de disfraces y fingimientos) que usará como vehículo de progreso. Así, entra a trabajar como preceptor de los hijos del alcalde, el señor Rênal. En la residencia del mandatario Julien inicia el ascenso anhelado: seduce y/o se deja seducir por la señora de Rênal. La historia de amor, odio, desamor, celos, arrepentimientos, traiciones, pasión y locura que se desarrolla entre ambos está salpicada de momentos tragicómicos que recuerdan al más puro sainete. Stendhal usa el humor, la sátira o la caricatura para dibujar unas relaciones que, sin embargo, tendrán una importancia capital en el desarrollo de la obra.

La novela está estructurada en dos partes. La segunda de ellas ocurre en París, tras una breve estancia de nuestro héroe en el seminario de Besançon (salvo la capital, las localidades que aparecen en el libro son inventadas). En la capital, después del aprendizaje personal, sentimental y político en su ciudad natal, Julien vivirá una relación aún más hiperbólica con la señorita Mathilde de La Mole, hija del marqués de La Mole, aristócrata, poderoso y conspirador. Julien Sorel será el secretario del marqués y verá en su temperamental hija un trampolín para sus planes arribistas. Aunque pronto las pasiones nublan la mirada del muchacho.

Stendhal escribió una mordaz crónica de la Francia del primer tercio del XIX. Lo hizo con inteligencia, siendo crítico y exacto en sus análisis. Rojo y negro sería para la novela romántica del XVIII, tan influyente en el continente, lo que fue Don Quijote para las novelas de caballerías. Solo que Rojo y negro, además, no deja títere con cabeza en la Francia de la Restauración. La crítica social y política impregna cada página. La religión, las tradiciones, la economía y las relaciones sociales y sentimentales son diseccionadas por un autor que, en una vuelta de tuerca moderna, aunque ya usada por Cervantes, interpela al lector en diversas ocasiones. Stendhal va haciéndose presente poco a poco en la narración, haciendo sutiles interrupciones en la trama para hacer aclaraciones, comentarios o matices, hasta convertirse, en un fragmento delirante, en personaje junto a su editor (imaginario, pienso). De forma que el lector va acompañando al autor en esta autopsia que realiza sobre una sociedad francesa en descomposición, sobre un régimen agónico cuya clase privilegiada pugna por sobrevivir, y sobre una sociedad pacata que soñaba con novelas de amor y pasiones embriagadoras.

Stendhal, uno de los autores cumbre de la narrativa gala y occidental de la primera mitad del siglo XIX y que dio nombre a ese síndrome que provoca el exceso de belleza (pasó largas temporadas en Italia), nos regaló con Rojo y negro un mural extraordinariamente certero y crítico de una sociedad, de una forma de vivir, sentir y entender el mundo y la política, que se desmoronaba. Pero además se trata de una novela maravillosa, repleta de detalles, capas de lectura y frases lapidarias. Un libro, en definitiva, que hay que releer. Por eso se viene conmigo a la biblioteca de la isla desierta.

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