‘El leopardo de las nieves’, de Sylvain Tesson

El leopardo de las nieves

Sylvain Tesson

Traducción de Juan Vivanco

Taurus

Barcelona, 2021

168 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

Para que el paso de los días deje de ser duro y pedregoso, el hombre dispone de la inocencia y de la rebeldía. A primera vista se nos puede antojar que son medios contrarios, como lo son la fuga y la resignación, pero es posible reunirlos en armonía y para ello se idearon las distintas facetas del arte. Ahí están las muestras de salvación que presenta la pintura, que es una de las artes que más admira Sylvain Tesson (París, 1972), en viajero y poeta autor de este libro de viajes. El leopardo de las nieves lleva el mismo título que la obra maestra de Peter Mathiessen y, en buena medida, ambas hablan sobre uno mismo, sobre quien protagonizó el viaje y escribió con poesía. La naturaleza pasará a ser la fuente de la que bebe la inocencia y el descanso que nos ofrece la rebeldía: por fin logramos abandonar la civilización, que es una olla podrida, y nos adentramos en un lugar sin fronteras, en el que nos sentimos retratados con cortesía, con la amabilidad de no sufrir el paso del tiempo o los ruidos del tráfico. En la naturaleza no hay polución. Y la forma de conocimiento viene impuesta por un solipsismo bien entendido, pues serán las impresiones directas en los sentidos lo que motive emociones y pensamientos, sentimientos e ideas, sin tener que recurrir a fuentes de segunda mano, a la literatura ajena o a los discursos de los profesores.

Así es como se plantea Tesson este libro, de capítulos cortos, frases cortas y una sencillez extrema, para ayudarnos a ser parte de la experiencia, que es, al fin y al cabo, el objetivo más honesto que puede tener un libro de viajes. Le vemos a él retratado y vemos retratado el paisaje, que describe con un amor de una pasión muy balsámica. La voluntad de expresarse con poesía se impone, porque se impone el anhelo de una vida sincera, sin el malestar de la civilización, de la farsa. Tesson lleva a tal extremo este deseo que es capaz de sentir añoranza por el inicio, por el Edén que no llegamos a conocer en ningún otro sitio que no sea los fósiles: en algún momento el planeta estuvo cubierto al cien por cien de pura naturaleza, y que no exista un gramo de cemento ni de asfalto debe de causar el placer más sano, el auténtico, algo que uno se atrevería a llamar la verdad: el origen de la verdad. En esos principios, con los que viaja y escribe Tesson, sobrenada la inocencia y sobrenada la rebeldía. Asiste a la belleza del mundo, en Asia, en el Mekong, en Tíbet, en la montaña, y aprende el valor de la paciencia. El tiempo no existe mientras uno aguarda durante semanas a que aparezca el leopardo de las nieves para ser fotografiado, pues será un célebre fotógrafo de zoología quien le acompañe en el viaje o, para ser más exactos, al que acompaña él. E intenta celebrar esta belleza con las palabras. Mientras tanto, a través de la convivencia con las otras dos personas con quienes comparte viaje, y a través de una inquietud que le es propia, reflexiona sobre el misticismo, que aparece, sin mencionarlo, como un deseo y, por tanto, se le cuestiona. Tesson encuentra consuelo en el Tao, una fuente de conocimiento que se asemeja a la naturaleza, al menos en los efectos que nos produce, y que se asemejan a una tierna combinación de inocencia y rebeldía. Que será lo que haga atractiva la lectura de esta obra, compartir, no sin envidia, este viaje.

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