‘Tienes que mirar’, de Anna Starobinets

Tienes que mirar

Anna Starobinets

Traducción de Viktoria Lefterova y Enrique Maldonado

Impedimenta

Madrid, 2021

184 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

La dificultad estriba en aprender a separar la tristeza del dolor. Esa es la enseñanza básica de esta obra, en la que Anna Starobinets (Moscú, 1978) nos habla de una experiencia reveladora, dura, pero reveladora. Hemos conocido a Starobinets a través de sus relatos, sus ficciones con buenas dosis de fantasía y terror, y ahora afronta el recurso literario a modo de método cauterizante. Dentro de Starobinets crece un bebé inviable. Y ese ser imposible da lugar a una serie de desencuentros, si bien la expresión es un eufemismo. En lugar de acudir a su auxilio, los profesionales de su país demuestran una inhumanidad que aturde. Son los antimédicos, la gente que en lugar de sanar, echan sal en la herida. Hasta ahora esa función sólo estaba asignada al enemigo, al canalla, y ahora sabemos que se esconden entre las filas de quienes nos deberían ayudar a tener una vida mejor. Frente al dolor, regalan pánico.

Starobinets trata de informarse en un trabajo de búsqueda que obedece a una necesidad: sí o sí, debería imponerse la vida. Y, sin embargo, se impone el tipo de miedo que los pastores griegos identificaban con el dios Pan escondido entre la naturaleza: como no se dejaba ver, sacudía con más fuerza, pues todos sabemos que no podemos dominar a la naturaleza. Si ella quiere acabar con nosotros, le resultará fácil lograrlo. Starobinets descubre que puede acabar con ella desde fuera, pero también desde dentro. Aun así, su empeño en salvar a un condenado nos remite a los defensores de causas perdidas. No pueden dejar de ayudar, pues no existe opción dentro de su juicio ético, pero saben, o van sabiendo a base de darse cabezazos contra las paredes, que nadie les va a ayudar, a su vez.

Hasta que sale de su atmósfera y da con un lugar en el que sí existe la empatía e, incluso, la compasión en su esencia: padecer con el otro. Starobinets deberá decidir si quiere vivir con la marca de la muerte en las entrañas. Pero los empáticos le mostraran que no es exactamente así, que en las entrañas no existe sólo el tóxico de la culpa, que se puede guardar la tristeza sin conservar el dolor. Sin embargo, en su regreso a casa vuelve a toparse con los individuos sin alma ni norte, sin ética ni bondad. Ella precisa de consuelo, ese valor tan poco apreciado, para afrontar la curación de ataques de pánico, de depresiones, de crisis de ansiedad, para superar el duelo. En un planeta en el que se cultiva en egoísmo, la codicia, en el que la gente está de vuelta sin haber ido a ninguna parte, lo que nos salva es encontrar buena gente y gente sensata. Si la memoria se ilumina con las pequeñas cosas, el vínculo con el presente se iluminará con esa forma de sensatez que es la bonhomía. La necesitaremos durante la lectura de esta obra, para aliviar el malestar que sentimos al leer, como nos exige Starobinets, con las emociones ardiendo.

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