Deborah Feldman autora de «Unorthodox», crónica de una profunda rebelión

Por Horacio Otheguy Riveira

Una familia está regida por una histórica secta capaz de atrocidades si no se le rinde culto y pleitesía. Una niña, criada por abuelos tradicionales, lo va comprendiendo poco a poco, nerviosa, confiada en que ha de obedecer como todas para no resultar señalada, pero interiormente mantiene viva la ilusión de una vida diferente.

Largo periplo hasta que, embarazada, hace una promesa que cumplirá por mucho que sufra: «No quiero traerte a un mundo donde el silencio tapa los crímenes más espantosos. No si puedo protegerte de ello. No permaneceré callada siempre. Te lo prometo. Un día abriré la boca y ya no volveré a cerrarla».

Un libro muy interesante para degustar con la misma paciente impaciencia que la autora vivió a partir de los 12 años en que empieza a despertar de prisiones incomprensibles dentro de una familia muy sectaria, ultraortodoxa judía. Aprende a pensar por sí misma, callando por miedo a contradecir las duras reglas familiares que consideran el inglés una lengua impura, como casi todo lo que no se encuentre en sus fanáticas creencias.

Todos prisioneros, hombres y mujeres, dentro de un tinglado muy contradictorio, con severo clasismo interétnico donde importa mucho el statu quo, la riqueza, y el poder social que conlleva, pero ante jóvenes virginales, absorbidos por los estudios de los libros sagrados, son las chicas las más limitadas, quienes deben esconder el hecho de su menstruación cuando surge como un gesto terrorífico, huir de los chicos e incluso no estar nunca solas con otra chica, severamente castigadas si son descubiertas conversando en un bosque…

Un proceso largo entre páginas que reclaman paciencia del lector no judío para dejarse llevar por múltiples detalles costumbristas acerca de un mundo ajeno que, sin embargo, tanto se parece a los fanatismos de otras sociedades enmascaradas en una religiosidad profundamente represora. Un autoritarismo que vive en el interior de democracias aparentemente bien establecidas.

En su primer libro describe terrores, ansiedades y la inusitada felicidad hecha de pequeñas cosas hasta que consigue liberarse plenamente. Por él circulan situaciones muy dramáticas con la riqueza expositiva de una gran narradora que, página a página, nos hace partícipe de aquella emoción de niña sobrecogida, desolada, respirando con el oxígeno surgido de los libros, que compra con ahorros de cuidar niños o coge de la biblioteca y esconde entre el somier y el colchón. Inocente y desinformada busca el conocimiento de todo aquello que le abra compuertas para poder respirar. Ha de tener cuidado porque «Si los encontrara no me libraría de la ira de mi abuelo. Cuando mi zeide se enfada, parece que su larga barba blanca se eleve y se expanda alrededor de su cara como una llama furiosa. El ardor de su desprecio me consume al instante». Y el implacable señor de la casa es quien hace cumplir a rajatabla principios inalterables, como el de la ervá, aunque el discurso principal provenga de la señora Meizlish, maestra de la escuela jasídica:

 

Ervá es el calificativo para cualquier parte del cuerpo femenino que deba cubrirse, empezando por la clavícula y terminando por las muñecas y las rodillas. Cuando se muestra algo ervá, los hombres están obligados a marcharse. Ante algo ervá no está permitido pronunciar oraciones ni bendiciones. ¿Veis niñas, lo fácil que es caer en la categoría “del pecador que hace pecar a otros”, el peor pecado de todos, simplemente por no cumplir con el grado esperado de decoro. Cada vez que un hombre vislumbra una parte de vuestro cuerpo que la Torá (libro sagrado) dice que debería estar cubierta, está pecando. Aún peor, vosotras habéis provocado que peque. Sois vosotras las que cargaréis con la responsabilidad de su pecado el día del Juicio Final.

Los Satmar, la comunidad jasídica ultraortodoxa a la que la escritora pertenecía, se guían por un estricto código de normas, que rigen desde su idioma —el yiddish— o su indumentaria hasta sus lecturas y las personas con las que se le permiten relacionarse. Surgida tras la Segunda Guerra Mundial, esta comunidad jasídica se asienta en Williamsburg, Brooklyn, Nueva York, y considera que la única manera de evitar otro gran castigo, como el Holocausto, es mediante un estilo de vida estricto, alejado de todo lo moderno. En ese contexto, Feldman nació en el seno de una familia disfuncional: su padre tenía una discapacidad mental y ella fue criada por sus abuelos después de que su madre fuera expulsada de la comunidad por ser homosexual.

A los 17 consigue un buen trabajo, saborea cierta libertad, menos control, ya puede leer libros sin necesidad de esconderlos debajo del colchón. Pero todo eso es un caramelo envenenado, ya que sus abuelos traman casarla. Le buscan candidato a quien entra en la adolescencia «sin saber que tenía vagina, viviendo en un cuerpo desconocido» . Y allá que la llevan de visitar hasta casarla en un matrimonio “de prestigio”. Pormenorizada la penosa rutina, pasamos por el curso prematrimonial saturado de normas a cual peor, siempre arrastrando el estigma de la impureza menstrual, debido a la cual su marido no deberá tocarla ni comer con ella, de manera que tendrá que estar constantemente con la prueba del algodón: una sola gota de sangre basta para marginarla. Sangre en un sexo inerte.

La boda interminable, los penosos encuentros sexuales con un joven acostumbrado a masturbarse con sus compañeros de la sagrada yeshivá… son solo algunos de los numerosos temas tortuosos que la llevarán a un embarazo a los 19 años. A los 23 rompe amarras. Consigue asesoramiento legal que la lleva a comprender que si quiere ganar la custodia, también necesitará tener publicidad, generar mucho ruido para que la gente hable de su caso internacionalmente, no solo en Estados Unidos.

Boda impuesta para Deborah con 17 años. Foto auténtica presente en el libro editado por Lumen en España.
El matrimonio, según la miniserie producida por Netflix.

Lo único que podía hacer era escribir un libro. Empecé a escribirlo antes de abandonar la comunidad. A escondidas. Lo escribí con mucha presión, sabiendo que era mi única puerta de salvación. No tuve tiempo para reflexionar ni para convertirme en escritora, por eso para mí Unorthodox es algo crudo, sin digerir. Estaba en medio de todo aquel campo emocional y de dolor. Así que, a diferencia de lo que ocurre con las memorias, no hay una retrospectiva, no hay una reflexión. No son unas memorias al uso.

Desde esta declaración han pasado alrededor de ocho años en los que escribió, con mayor dominio literario otros dos libros. Exodus (2014), donde narra su experiencia como madre soltera, refugiada religiosa: En 2009, a la edad de veintitrés años, Deborah Feldman se alejó de la opresión, el abuso y el aislamiento desenfrenados de su crianza como Satmar en Williamsburg, Brooklyn, para forjar una vida mejor para ella y su hijo pequeño. Desde que se fue, Feldman ha atravesado experiencias extraordinarias: criar a su hijo en el mundo “real”, encontrar consuelo y soledad en una carrera como escritora y buscar el amor. Culminando en un viaje inolvidable por Europa para volver sobre la vida de su abuela durante el Holocausto, Éxodo es una exploración profundamente conmovedora de los lazos misteriosos que nos unen a la familia y la religión, los lazos que a veces debemos romper para encontrar nuestro verdadero yo.

En 2021 salió Exodus Revisited, mi viaje poco ortodoxo a Berlín. Ambos se pueden conseguir en España en edición inglesa. Aún no han sido traducidos.

Otra rebelión, más allá del tiempo

Naomi Alderman (Londres, 1974) es la autora de cuatro novelas, de las cuales solo se ha traducido una en España, Power (respetando el título original), pero la que en este caso nos interesa es una obra que trata la represión y liberación de un gran amor por su mejor amiga en Desobediencia, una novela aún no traducida al castellano, pero a la que podemos acercarnos a través de su versión cinematográfica con el protagonismo de Rachel Weisz.

Trascribo parte de un interesante comentario firmado por Concepción Moreno, fechado en 2018 y publicado en Alta Fidelidad:

«(…) La película de Lelio es discreta y elegante. Cuando se lee el libro uno solo puede imaginar los ritos milenarios del judaísmo; la cinta los pone en manifiesto. Son hermosos.

Si no ha visto la cinta ni leído la novela, no le arruinaré ninguna de las dos, solo diré que cada una tiene un sabor diferente. Mientras que la novela de Naomi Alderman tiene un final más o menos feliz (aunque un tanto inverosímil, todo sea dicho), la cinta de Lelio acaba de modo incierto.

La trama es, en esencia, la misma. El Rav Krushka, líder espiritual de la comunidad judía de Hendon, en Londres, muere. Su única hija, Ronit, vive en Nueva York. Mientras que en la película Ronit es fotógrafa, en la novela se dedica al oficio menos glamouroso (por llamarlo de alguna forma) de las finanzas. De manera misteriosa, alguien le hace saber de la muerte de su padre a ella, desterrada por razones de las que nos enteraremos después.

Desobediencia se lee rapidísimo aun cuando no se esté familiarizado con las formas y rituales del judaísmo. Cada episodio comienza con un versículo de la Torá, el libro sagrado de los judíos, en el que las mujeres son sobajadas, despreciadas, esclavizadas».

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