‘El arreo de los vientos’, de Israel Centeno

El arreo de los vientos

Israel Centeno

Kálathos

Madrid, 2021

155 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

El manierismo es siempre una apuesta arriesgada. Esa tendencia que intelectualiza el arte, a la par que con el subjetivismo muestra el ansia de libertad a través de la forma, que contiene: dinamismo, gusto por lo insólito, contradicciones, metáforas atrevidas, distorsiones, agudezas conceptuales y un afán ornamental. Todos estos rasgos están contenidos en esta novela, El arreo de los vientos, de Israel Centeno (Caracas, 1958). Se trata de una novela que no es nada novelesca, una obra en la que la forma se come a la trama, en la que el ingenio se sobrepone, gracias a esfuerzos inusitados, a la psicología, a los conflictos. Ni siquiera los personales centrales, una mujer y un hombre, consiguen salir con volumen del trance. Tampoco es esa la intención del autor, consagrado a un espíritu libérrimo que nos recuerda, por momentos, a Julián Ríos. Aunque no excede las reglas con tanto ímpetu como sucede en Larva, por ejemplo, en esta obra se expone una muestra de alardes barrocos propios de quien quiere agitar algo, tal vez las conciencias, en ocasiones la lucha de clases, a veces el propio lenguaje y los límites de la imaginación y del intelecto. Centeno crea una obra que pretende contar el mundo con la estrategia de sumar detalles. De hecho, es la enumeración el punto descriptivo fundamental sobre el que se asienta esta experiencia literaria.

Y para que el mundo entero quepa en la obra, deberá caber cada época y todas las épocas, desde la Viena de Freud a las embarcaciones de esclavos que abandonaban África en el siglo XVI para encaminarse hacia América. Y también toda la geografía, que se va concentrando en las páginas como se concentra la visión del planeta en el Aleph de Borges. Para que todo esto tenga consistencia, Centeno se refugia en la magia. Se siente la tentación de hablar de realismo mágico, pero el realismo ha abandonado su lugar a una caricatura del realismo, sin que caricatura tenga un sentido peyorativo, pues por condensación de datos, de ideas, de ingenio, es, forzosamente, el recurso con que vincular el texto con la realidad. Una realidad que así se va apareciendo ante nuestra memoria inmediata como un Aquelarre, como un diseño de brujas nocturnas en etapa somnolienta, en duermevela. El resultado es un texto mestizo, influido por la literatura y el arte de todos los lugares, erudito y fragmentado, que hará disfrutar a quien entiende la lectura como una liberación de las ataduras del malestar que nos alcanza a todos.

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