‘Leica Format’, de Dasa Drndic

Leica Format

Daša Drndić

Traducción de Juan Cristóbal Díaz

Automática

Madrid, 2021

405 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

No siempre es fácil distinguir locura y disparate. Leica Format trabaja sobre la idea de locura desde distintos puntos de vista -la persona y la sociedad, la historia y el entorno, la cultura y la construcción psicológica-, pero se aparta de lo que tenga que ver con los desatinos por el método de acercarse a su frontera. Nos movemos en un territorio terrible, en los límites que separan y, a la vez, comulgan, el realismo y su deformación, que es un lugar que nos deja sin aliento: “Es la alegría de vivir provinciana y burguesa: relatada, mal recreada, una imitación de la vida durante mucho tiempo, más bien, un sucedáneo ostentoso, un vacío”.

La novela comienza introduciéndonos en unos seres algo contrahechos y en el exterminio, para pasar a continuación a una compleja definición de la ciudad y la estupidez, de manera que nos lleva, inevitablemente, a cuestionarnos qué es esto que llamamos civilización. Daša Drndić  (Zagreb, 1946 – Rijeka, 2018) nos traslada al lugar que mejor conoce, el corazón anónimo de Europa, para hablarnos de las partes de su ser, del de ese lugar geográfico y sus habitantes, pero también de la narradora que ella crea.

Se trata de una persona que observa y casi participa, que nos lleva a preguntarnos en qué grado pertenece a ese entorno, pues la novela es, en gran medida, una descomunal descripción. No se trata de una narración en el sentido habitual del término, con su trama y su desenlace, como comprobamos, por ejemplo, a través de las referencias literarias que la surcan: Thoma Bernhard, Ítalo Calvino y sus ciudades invisibles, El libro del desasosiego de Pessoa… ¿Es autorreferencial? Esa definición no importa. La narradora no cesa de explicarse, pero no tiene ningún problema en convertirse en un narrador múltiple, en hablar por la gente, como sucede cuando se entrega a describir la llegada de inmigrantes a Estados Unidos. Está siempre relacionando la derrota, en la que no encuentra nada romántico, porque es la gran derrota, la que es fruto de la guerra, de las guerras que han marcado el siglo XX, que no deja de ser lo que más concierne a la autora.

El texto aparenta ser desnortado y, sin embargo, consigue que esa sea la intención, que perder el norte se la estrategia para organizar una obra en la que vamos descubriendo, junto a la narradora, el mundo. Se trata de un tipo de descubrimiento solipsista, pero trascendente. De ahí que nos estemos cuestionando, durante la lectura, en qué medida esta construcción, la del mundo, la de la civilización, la de la sociedad y el individuo, es una farsa. En realidad, somos la decadencia de algo. ¿De qué? Ese algo está fragmentado y deberíamos deducirlo de cada detalle de lo inmediato. Pero la exploración es tan compleja, que ni siquiera cuatrocientas páginas de literatura de alto voltaje nos permiten otra cosa que colocar los signos de interrogación y empujarnos a meditar, si es que tras la lectura de la novela la marea que sentimos nos permite la meditación. Nos obliga, eso sí, a vivir inquietos y, en consecuencia, a intentar ser mejores.

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