El Tour como ficción 2021 (I). Aquiles y Ulises parten como favoritos

Amigo amante del ciclismo y de la literatura, te acompaño en el sentimiento. Cuando creías llegado con el verano el momento de tumbarte en tu acomodo campestre y disfrutar de tus dos pasiones, he aquí que empieza el Tour de Francia, la carrera que mata ambas con su solo comienzo y malbarata de un soplo todo tu retiro estival. Pero no desesperes aún, que es posible que haya una solución para guarecerse de la tempestad veraniega de allende los Pirineos sin tener que renunciar al reposo. Culturamas, implicada siempre en la defensa de la literatura y del descanso corporal y anímico, pone a tu disposición en este modesto especial una salida al tedio del velocípedo recuperando para tu disfrute, y el de todo inadvertido veraneante, el interés literario de la Grande Boucle. Recibe los saludos de Julio Salvador y Luis Fernández, tu seguro servidor, enviados especiales de esta revista a la carrera con la única misión de extraer de sus restos exánimes un último aliento narrativo. He ahí nuestro quijotesco empeño: dotar al Tour de altura literaria, aunque para ello debamos inventarlo.

Bienvenido, en fin, a estas cuatro crónicas en que pretendemos relatarte el Tour como si aún imperasen en él los valores de la antigua orden de la caballería rodante, como si hubiese aún héroes acometiendo hazañas y buscando aventuras por las carreteras francesas y nosotros fuésemos historiadores arábigos o cronistas cortesanos. Y aunque este preámbulo y las costas neblinosas de la Bretaña, donde esperamos a que comience mañana la carrera, invitan sin duda a una narración artúrica, llena de sobresaltos mágicos insospechados que, por otra parte, nunca cabe descartar, hay que reconocer que el ambiente general de la caravana de la carrera tiene un claro y luminoso sabor a sal mediterránea. Sí, cerramos los ojos al viento de Poniente mientras bebemos un buen vaso de vino frío de la tierra y todo se nos transfigura como por ensalmo… Ahí vemos una ancha playa repleta de cóncavas naves; acerquémonos: ¡es el ejército de los aqueos, que acampa frente a Troya! Enseguida reconocemos a sus dos grandes guerreros, Aquiles y Ulises, los dos amigos y compatriotas que se jugaron el último Tour y se debaten, por una parte, entre su sincera amistad y su aún más sincera rivalidad y, por otra, entre el propósito común de conquistar la ciudad enemiga y el deseo de alcanzar en solitario la más alta gloria.

¿No hay aquí interés literario? ¿No es acaso el contraste entre la fortitudo del temible Aquiles y la sapientia de Ulises, rico en recursos, uno de los más fiables motores de toda narración épica? Ya podemos empezar a tomar partido. Quien prefiera el triunfo del valor y el arrojo frente a todo peligro, que apoye a Pogacar, el de los pies ligeros, ganador el año pasado con una formidable exhibición de fuerza vital, casi nietzscheana, en la que arrasó en apenas treinta kilómetros con la añorada Ítaca que ya vislumbraba su amigo en el horizonte. Los partidarios de la inteligencia, que aclamen al astuto Roglic, experimentado combatiente siempre dispuesto a calcular hasta el segundo para obtener de su menor pericia guerrera el máximo rendimiento. Esta es la gran batalla del Tour, y su resultado se antoja incierto y emocionante: desde el vuelco final del año pasado, Roglic ha ganado nada menos que la Lieja-Bastoña-Lieja, la Vuelta a España y la Vuelta al País Vasco, en la que derrotó a Pogacar con un ataque a sesenta kilómetros de meta, y este último ha resultado vencedor en otra edición de la Lieja-Bastoña-Lieja y en la Tirreno-Adriático, con el añadido de que ha ganado o sido segundo en todas las carreras por etapas en que ha participado este año. Aunque quizás el vino me esté haciendo demasiado efecto y lo vea todo al revés: a Julio se le antoja que es Roglic el más poderoso y Pogacar el intrépido aventurero odiseico. Yo, a estas alturas de mi ensoñación, no alcanzo a comprenderle, pero él se compromete a explicarles su visión de las cosas si sobrevive a la plomiza primera semana de carrera.

En todo caso, es claro que ambos comparten un enemigo común: el ejército de Troya, la de las altas puertas, en cuyo rey Príamo creemos reconocer el semblante de Darth Brailsford, otrora comandante en jefe del Imperio Galáctico, el equipo tenebroso que ha ganado siete de las últimas nueve ediciones del Tour con cuatro corredores diferentes arrasando, como el caballo de Atila, con el ciclismo bajo sus pies. En fin, su caudillo, Héctor-Froome, el de tremolante pedal, ganador de cuatro Tours, murió hace ya dos años y su espíritu vaga ahora en busca de los Campos Elíseos por la parte trasera del pelotón enrolado en las huestes del reducido contingente hebreo, donde ha recuperado mágicamente (ahí está, un elemento artúrico) su nivel anterior a la Gran Transformación de agosto de 2011. Froome, domador de bicicletas, caballo ufano convertido como por embrujo del sabio Frestón en rucio ajado y rebuznante.

Pero no bajemos aún a la tierra. Las huestes troyanas están aún lejos de ser derrotadas y presentan en el Grand Départ de Brest nada menos que cuatro candidatos al triunfo: Geraint Thomas, el ciclista creado por Thomas Pynchon, cuyo triunfo en 2018 solo puede ser fruto de un delirio paranoico como el que sostiene que “los huesos de los soldados americanos caídos en acto de servicio se están utilizando para fabricar filtros de cigarrillos”; Richie Porte, tercero el año pasado y ganador este año de la gran carrera de preparación, el Dauphiné Libéré, antiguo gregario vuelto al redil que, por qué no, podría ser el líder del equipo por primera vez a los treinta y seis años; Tao Geoghegan Hart, campeón del Giro de 2020 con el estilo marca de la casa, sin un solo ataque; y Richard Carapaz, posiblemente el mejor escalador en la línea de salida y ganador de la reciente Vuelta a Suiza. Ninguno de ellos es un ganador verosímil, pero tampoco lo eran Wiggins ni Froome y ahí están sus cinco títulos. La verosimilitud, en realidad, hace mucho que dejó de contar en el Tour de Francia. La buena noticia es que si, como se espera, son inferiores a los héroes aqueos, deberán atacar desde lejos y con frecuencia; la mala, que nunca lo han hecho y, con un equipo que puede llevar el grupo de favoritos a ritmo sostenido hasta la línea de meta, nada indica que vayamos a librarnos de su reputado tren en montaña.

Y con esta idea estruendosa se acabó la fantasía. Podríamos desarrollar aún algún deliquio aventurero (el enésimo héroe local perdido en la búsqueda del Santo Grial del ciclismo, hoy David Gaudu como antes su compañero Thibaut Pinot; algún exótico sátrapa bahreiní, el que sea, conquistando los Alpes; el coronel Quintana, que continúa su peregrinaje desde Macondo aunque renunciando ya al sueño amarillo; Julian Alaphilippe, representante insigne de la comedia del arte que esta vez dará sus saltos de Arlequín con el traje rayado de campeón del mundo…), pero la prosaica realidad se impone. Este Tour, como el pasado, será galdosiano: reinarán la bobería, el cotidiano conversar de los burgueses apurados, la tacañería y, frente al tren del progreso científico-técnico dirigido por Brailsford, el quiero y no puedo más absoluto. Ya nos lo recuerda, deshaciendo por completo nuestra ilusión, la voz de doña Lupe, la de los Pavos, o del prestamista Torquemada, o de quienquiera que sea la inteligencia clerical y apostólica que envían las partidas carlistas navarras este año, que adiestra en una mesa cercana a la que ocupamos nosotros a sus pupilos del Movistar para el buen cumplimiento de su papel oficioso pero asentado de selección nacional: “¡Aguanta ahí, a rueda! ¡Vamos, vamos, me cago en sos! ¡A rueda ahí, que vas a quedar quinto!”. No es otro el modesto objetivo hispánico: un doble top-ten con Mas, un ciclista-plazo fijo que al parecer no debe rendir sus frutos hasta dentro de cinco o seis años, y el siempre refrescante López, el único escalador del que cabría esperar algún ataque digno de tal nombre pero capaz al tiempo de los desequilibrios espirituales más galdosianos, y quizás un decimocuarto puesto de añadidura o algo así con el venerable Valverde, que vuelve al Tour por pura costumbre y sin propósito conocido. Y a buen seguro que lo conseguirán, estando como están sin vacunar y por ello a resguardo de los efectos adversos que han afligido a sus homólogos en la Eurocopa. Los corresponsales de Culturamas, en cambio, nos permitimos elevar una queja al Ministerio de Sanidad, totalmente indiferente a nuestra protección. ¿Cómo no se nos vacuna, siendo los representantes únicos de la literatura patria en el ancho mundo del deporte? Está en juego el prestigio internacional de nuestras letras, y, si enfermáramos durante la carrera, dejarlo en manos de los directores del Movistar no es necesariamente mejor idea que encomendárselo a Luis Enrique.

En fin, sea como fuere, es preciso reconocer el más que probable fracaso. Primer intento de salvar la literatura en el Tour y primer descalabro. ¡Bebamos, amigo lector, que desde mañana mismo ayunaremos durante tres semanas! Bebamos si queremos llegar a París. Solo el vino blanco de Bretaña puede aliviar este esplín horroroso.

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