‘Paris era una fiesta’, la autobriografía de Hemingway

GASPAR JOVER POLO.

A parte de recordar que la crítica especializada la considera una de las mejores obras del escritor Ernest Hemingway, habría que añadir, tal vez, que no hay orden cronológico en esta autobiografía, que el libro está compuesto por trozos de vida dispersos, por fragmentos que pertenecen a los años en los que el novelista vivió en París, por descripciones de barrios y de edificios, por conversaciones con otros autores famosos –Gertrude Stein, Scott Fitzgerald, Ezra Pound–, por situaciones y estados de ánimo por los que atravesó el joven escritor que era Hemingway por entonces.

Son fragmentos memorísticos dispersos y sin el orden cronológico preciso que suele llevar la mayoría de los libros de memorias, como es convención en el género, pues, una vez acotado el periodo sobre el que quiere escribir –los años posteriores a la Primera Guerra Mundial, los felices años veinte–, el autor va saltando de un aspecto a otro de su vida, va desarrollando en capítulos bastante independientes los asuntos que, después de muchos años –escribe este libro al final de su trayectoria como autor–, todavía le llaman la atención o piensa que merecen ser recordados.

Da una idea bastante aproximada del orden extremadamente subjetivo con que está escrita la autobiografía la frase que quiso colocar al principio: “Por razones que al autor le bastan, a muchos lugares, personas, observaciones e impresiones no se les ha dado cabida en este libro”. Es un comienzo muy curioso, y a partir de aquí, del momento en que decide no ser exhaustivo en la reproducción, escoge hablar principalmente sobre sus primeros y modestos éxitos literarios y sobre el gran fracaso sentimental que le golpeó al final de esta etapa.

¿Por qué elige este periodo de tiempo en exclusiva, aquellos pocos años, para escribir su autobiografía? ¿Por qué no incluye los años anteriores en los que participó en la Gran Guerra? ¿Por qué no habla tampoco sobre sus viajes a España para ver torear, con tanto que le gustaba el mundillo de los toros? Muchos lectores quizás se lo pregunten. Y la respuesta tal vez nos la da al final del libro, justo en la última frase de París era una fiesta: “Yo he hablado de París según era en los primeros tiempos, cuando éramos muy pobres y muy felices”. Tal vez, al echar atrás la vista, solo le pareció digno de salvación aquel trozo de tiempo en el que fue muy feliz y muy pobre, y en el que todavía no había alcanzado la fama.

Ernest está al final de su vida cuando se pone a escribir su autobiografía, se encuentra enfermo, hundido emocionalmente, le falta poco para tomar la última decisión, la de pegarse un tiro, y, por lógica, vuelve la vista hacia aquellos años de plenitud física y mental, los años que recuerda con mayor nostalgia. Reconoce en el texto varias veces que, a partir de entonces, su vida ha ido a menos y a peor, ha seguido un proceso de constante deterioro. En aquellos años estaba casado con su primera esposa, con Hadley Richardson (1921-1927), y, según se desprende de la lectura de este libro de memorias, sus posteriores matrimonios también fueron a peor, o por lo menos, no le parecen tan dichosos. Por este motivo tal vez, el periodo de tiempo acotado para escribir sobre su vida coincide, de manera exacta, con los años en que estuvo casado con Hadley.

Tal vez no sea demasiado aventurado concluir también que el autor se siente culpable y se toma este texto como un acto de contrición, como una muestra de arrepentimiento. Se siente culpable por haber provocado la ruptura con su primera esposa y con aquel estilo de vida más sencillo y  más limpio.   

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