Reyes de la noche (2021), de Cristóbal Garrido y Adolfo Valor – Crítica Serie TV

Por Gerardo Gonzalo.

Gatillazo.

Movistar ha estrenado recientemente y rodeada de una gran expectación, una serie de producción propia, Reyes de la noche. Una ficción que toma como base argumental el enfrentamiento radiofónico de los años 80, en la radio deportiva nocturna de nuestro país.

De partida, advertiré que va a resultar un tanto ardua esta crítica, ya que me va a requerir hablar de cosas tangenciales no relacionadas con la calidad de esta ficción. Pero la estrechez, incomprensión y escasa cintura de muchos espectadores y de casi toda la profesión periodística, involucrada en las peleas radiofónicas entre José Ramón de la Morena y José María García, parecen hacer necesaria una disertación de las diferencias que hay entre un documental y una serie de ficción.

Preguntado no hace mucho Mario Vargas Llosa por el compromiso con la realidad en sus novelas, el autor afirmó que ninguno. Reconocía que se documentaba exhaustivamente y utilizaba mucho tiempo en conocer el contexto, las circunstancias y los personajes concretos para a partir de ahí, trazar un relato de su invención y sin atadura con la realidad, pero al que ayuda un rigor investigador en la contextualización de los hechos.

Podemos poner otros ejemplos, sin ir más lejos, algunas de las últimas películas de Tarantino. En Malditos Bastardos (2009) el director nos sitúa en el contexto de la II Guerra Mundial, acompañando a un batallón americano, que entre otras cosas se carga a Hitler ametrallándolo en el palco de un teatro. Todos entendimos que si bien la historia se movía en un contexto histórico concreto, Tarantino desplegó su imaginación para dar la vuelta a la misma y mostrarnos cosas que no sucedieron y que solo debemos juzgar por la calidad y entretenimiento de un producto de ficción.

Otro ejemplo tarantiniano es su última película, Érase una vez… en Hollywood (2019). Aquí el director hace el extraordinario ejercicio de recreación de un contexto, unas sensaciones, un espíritu y unos personajes que son pura realidad y que te trasladan con verosimilitud a una época muy concreta, para luego ficcionarlo como él quiere y por supuesto, cambiar el final de lo sucedido en realidad.

Y es que Tarantino estaba haciendo una película, no un documental de Hitler o Charles Manson, como Mario Vargas Llosa escribió una novela, La Fiesta del Chivo (2000), situada en la dictadura de Trujillo, que no un libro de historia. Y así cientos de novelas, series o películas, que intentan captar un contexto y unos personajes básicos, para luego hacer las recreaciones, reales o no, que el autor como creador (faltaría más), estime pertinentes.

Pues ahora, un par de tipos hacen una serie, que pretende recrear el ambiente y el contexto de una época muy concreta y sentimentalmente ligada a una determinada generación de españoles, que como yo, disfrutamos gozosamente de las riñas entre dos comunicadores. Pero la mayoría de los personajes más cercanos a ese mundo no han sido capaces de comprender que se trata de una serie de ficción, que toma unos referentes a partir de los cuales el argumento vuela solo y no tiene que responder al rigor de la realidad.

Así, escucho atónito una entrevista de José Ramón de la Morena con los protagonistas de la serie diciéndoles que las cosas no eran así, que si la familia de cada uno no es como aparece, que si a él le han pasado cosas que no salen y que si Luis Aragonés no es así. Bravo José Ramón, llevas toda la razón en lo que dices, tanta como la que tendría el director de una central nuclear que llamase al guionista de Los Simpson para explicarle que el trabajo que realiza Homer no se ajusta a la rutina real de esos lugares. Y es que parece que, lamentablemente, estaríamos o estamos ante discursos que no entienden lo que es la ficción, la sátira o la caricatura al hablar de una época cuando les toca de cerca.

Más lástima da aún leer algunos artículos de opinión que desmontan minuciosamente, ojo al dato, lo que es una ficción, como si la ficción fuera desmontable, o como si yo escribiera un artículo contra Tarantino recordándole que Hitler murió suicidándose en un búnker y no ametrallado y quemado con un lanzallamas en un teatro de Francia. Creo que hacer esta refutación me colocaría en el ridículo. De ahí que me vengan a la cabeza ejercicios muy sanos, como el que protagonizó José Luis Garci en un falso documental sobre el 23F en el que afirmaba que el Golpe de Estado fue parte del rodaje de una película y que todos los allí presentes eran actores. Repito, novelas, películas, series, falso documental, parodias, caricaturas, sátiras, etc., no tienen ninguna obligación ni compromiso con la verdad. Ensayos, documentales, libros de historia, telediarios, boletines de noticias, etc, sí.

Ya siento esta introducción, y es que en circunstancias normales entiendo innecesaria e inútil tan larga disertación, pero me han sorprendido tanto algunas reacciones como las comentadas (y otras muchas más), que no me queda más remedio que apostolar, en este caso, sobre lo obvio.

Hablemos entonces de la serie. Por un lado, como he dicho antes, el tema concierne a una generación (sobre todo de hombres, me atrevería a decir) que durante una determinada época estuvimos enganchados a la radio con García y De la Morena y yo personalmente, como integrante de ese espectro, me apetecía ver cómo se recreaba un mundo tan intensamente vivido en mi juventud.

Pero claro, llegamos a lo importante y lo que debería importar en exclusiva: ¿está bien la serie? Pues realmente, más allá de la polémica generada, la expectación y el acierto y originalidad de desenterrar esta época, la serie al final resulta ser muy poquita cosa.

Lo único que realmente me gusta es Javier Gutiérrez, no tanto por su actuación, sino por su labor imitadora de García y por desenterrar todo un vocabulario garcianesco que oído hoy resulta, tras tantos años, aún desternillante. Aparte de eso, la nada. La trama es de una simpleza atroz, todo ocurre de sopetón, no se profundiza en las relaciones entre los protagonistas, todo resulta impostado y excesivo, hay uno que siempre gana y otro que siempre pierde, el final es abrupto, falta recorrido y solo los monólogos de Gutiérrez insultando y la relación con su hijo son los únicos momentos donde realmente disfruto.

Una auténtica pena, porque creo que el material podría haber dado para hacer algo más parecido a Lou Grant con un punto más desenfadado. Pero la opción elegida ha sido hacer una comedia de brocha gorda, sin mucho cuidado por los detalles, breve, sin la ambición de contar una historia realmente importante, sino simplemente moverse en el territorio de los clichés y los chascarrillos.

Una serie, que por cierto, para su promoción y aludiendo a lo que decía en la primera mitad de este artículo, ha jugado al doble juego de “cuento la historia de García y De la Morena con fidelidad” para luego acabar diciendo “no, si todo al final es ficción”, lo cual provoca una doble decepción. El que esperase un biopic riguroso de ambas estrellas radiofónicas, no lo ha tenido, y el que asumiera que era una ficción sobre una época y buscara diversión o emoción, pues tampoco. El juego promocional de la doble banda ha permitido tener esta serie en el candelero mediático unas semanas, pero sospecho que su escaso fondo y poca trascendencia hará que la olvidemos rápidamente, constituyendo esta ficción un punto de depresión en las series originales de Movistar, que habitualmente tienen un nivel bastante más elevado.

En resumen, la serie no es gran cosa, pero no porque sea más o menos fiel a la realidad, sino porque a lo que no es fiel es a la calidad.

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