‘Río de las conjogas’, de Libertad Demitrópulos

DAVID PÉREZ.

Río de las congojas de Libertad Demitrópulos (Jujuy, 1922 – Buenas Aires, 1998) es el tercer libro que leo de la Serie del Recienvenido, colección de libros encargada por la editorial mexicana FCE al escritor argentino Ricardo Piglia. La labor encomendada a Piglia consistía en que éste propusiera rescates de la fértil literatura argentina que hubieran caído injustamente en el olvido. Le dio tiempo a seleccionar trece libros antes de que le llegara la lamentable hora de su muerte, siempre prematura. De la Serie del Recienvenido había leído anteriormente Hombre en la orilla de Miguel Briante y Nanina de Germán García. Uno de mis proyectos es leer los trece libros, porque Piglia ‒que además de ser un gran escritor era también uno de los grandes teóricos de la literatura‒ no dispara con balas de fogueo, y la muestra de tres que llevo de esta colección me parece de un nivel impresionante.

Desde que empecé a comentar libros en un canal de YouTube (David Pérez Vega – Bienvenido, Bob) uno de mis vídeos más vistos ha sido el de mi canon de las diez mejores novelas argentinas. Al finalizarlo, le pedía al público que me recomendara grandes novelas argentinas escritas por mujeres, porque mi canon estaba formado solo por hombres y quería romper esa tendencia. Entre las recomendaciones que recibí destacaba la novela Río de las congojas de Libertad Demitrópulos, libro publicado en 1981 y del que ya había oído hablar porque formaba parte de la Serie del Recienvenido comentada. Este fue uno de los libros que compré en mi primera visita a la nueva librería madrileña Lata Peinada, especializada en literatura latinoamericana.

Dice Ricardo Piglia en el prólogo: «A pesar de nuestra pobre historia colonial ‒o a causa de ella‒, la literatura argentina puede jactarse de tres obras maestras que reconstruyen imaginariamente la conquista española del Río de la Plata. Río de las congojas de Libertad Demitrópulos es una de ellas ‒quizás la más pasional y la más lírica‒; las otras dos, inolvidables, son Zama de Antonio Di Benedetto y El entenado de Juan José Saer. Las tres forman una suerte de inesperada trilogía y se instalan en un territorio fantasmal, que está en el principio de nuestra memoria histórica, delimitado por Buenos Aires, Asunción y Santa Fe.»

En el libro no hay ninguna fecha concreta, pero sí se relatan algunos hecho históricos constatables y aparecen personajes históricos reales, principalmente el conquistador español Juan de Garay. En 1573, Garay fundó la ciudad de Santa Fe, en el que sería su primer emplazamiento; se movería 80 años después para evitar los ataques de los guaycurúes. El viaje a Santa Fe se organizó desde Asunción, y desde Santa Fe saldría, río abajo, la expedición encargada de refundar Buenos Aires en 1580.

Juan de Garay aparece como personaje secundario en la trama de Río de las congojas, pero los principales son Blas de Acuña y María Muratore.

Blas de Acuña es un anciano de cien años cuando empieza a relatarnos algunos de sus recuerdos como fundador de San Fe, y como soldado que combatió en un gran número de ocasiones contra los indios para poder mantener la ciudad. María Muratore será una joven que también llegó en esa expedición y que, más tarde, continuará hacia Buenos Aires, detrás de su admirado Juan de Garay.

En gran medida, Río de las congojas es una novela sobre amores contrariados: Blas de Acuña ama a María Muratore sin ser correspondido, y ésta ama a Juan de Garay sin ser tampoco su amor correspondido. Isabel Descalzo, por su parte, sin amar apasionadamente a Blas, sí desea casarse con él, porque su padrastro le dejó una herencia envenenada, tanto a ella como a Blas: Blas heredaría una chacra, donde le gustaría vivir, con la condición de que se case con Isabel. Ella está conforme con este acuerdo, pero Blas no. Los pleitos, los desencuentros ‒y también los encuentros‒ se sucederán entre ellos.

Blas de Acuña es el narrador de una parte de los capítulos de Río de las congojas, y de otra será María Muratore. Sin embargo, aunque durante los dos primeros tramos de la novela se van intercalando estos dos narradores, hacia el final nos encontraremos con un capítulo narrado por Isabel Delcazo, y alguno más por un narrador innombrado. Así que, como podemos observar, la estructura de la novela es bastante abierta.

El tiempo narrativo tampoco se organiza de un modo lineal, sino que son frecuentes los saltos temporales hacia delante y hacia detrás. En este sentido, una de las influencias de la novela puede ser la narrativa de Gabriel García Márquez o la de la Elena Garro de Los recuerdos del porvenir. Además, en alguno de los últimos capítulos, parece establecerse una conversación entre algunos de los supervivientes de las peripecias vitales contadas y algunos de los muertos. En esta parte, Demitrópulos se acerca a lo «real maravilloso», o más sencillamente al «realismo mágico» de la gran época del boom latinoamericano.

En María Muratore, Demitrópulos ha querido dibujar a una mujer muy libre y muy adelantada a su tiempo; una mujer que sabe manejar armas con la misma destreza que un curtido soldado varón y que decide sobre su destino, sin que éste sea el de buscar el matrimonio, como ocurría con el personaje de Isabel Descalzo. María Muratore no dudará en travestirse para hacerse pasar por hombre, en una época en la que los hombres ‒motivados por la fuerza eclesiástica‒ están dispuestos a apedrear a una mujer a que consideran «pecadora», algo que ocurrirá con el personaje de Ana Rodríguez, que ha sido una de las amantes de Juan de Garay.

En realidad, debería apuntar que, muy por encima de las anécdotas históricas relatadas, intercaladas con las vivencias de sus personajes inventados, la gran aventura que propone Río de las congojas es una aventura del lenguaje. Demitrópulos recrea, o más bien inventa, un lenguaje arcaizante lleno de lirismo. Por ejemplo usa mucho la expresión «los despueses» por «el futuro» o usa un apabullante lenguaje que describe la naturaleza. Por ejemplo, en la página 30 podemos leer «bordea callejuelas con cercos de tasis y pisingallos». Descubro en internet que «tasis» es una especie de enredadera y que «pisingallo» es una variedad del maíz, que se usa para preparar pochoclo.

Con esto no quiero decir, que sea muy complicado leer Río de las congojas, sino, más bien, que su libertad expresiva es muy estimulante. Y como metáfora simbólica recurrente siempre nos encontramos con el río Paraná que desembocará en el Río de la Plata, en el ir y venir de los personajes entre Asunción, Santa Fe y Buenos Aires. «Garay preparó otra salida al sur, buscando ese puerto donde hubo una ciudad quemada, para volver a levantarla. Sacó hombres de Santa Fe y se fue un día por el río tragahombres, más negro que nunca, río de las congojas, enemigo del amor.» (pág. 37)

Leí El entenado de Juan José Saer, Zama de Antonio Di Benedetto y ahora leo Río de las congojas de Libertad Demitrópulos. Tres obras magníficas, siendo, como dice Piglia ésta última «la más pasional y la más lírica». Río de las congojas es una delicia.

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