El parroquiano ejemplar

GASPAR JOVER POLO.

En la novela El Jarama, Lucio es el personaje que pasa muchas horas al día fijo en su puesto, sin moverse del sitio durante horas, que se mantiene sentado y con el codo apoyado casi siempre sobre la barra: horas amables, casi de sol a sol, durante las que proporciona consejos y hasta opiniones al camarero y al resto de los clientes habituales en el bar de Mauricio. Lucio bebe vino a pequeños sorbos; con lo que raramente raya en lo ebrio. Come poco al parecer, lo que se puede comer en una barra, alguna tapa, y entabla conversación desde su posición de costumbre, vigilante aguerrido de la más estricta actualidad, con parroquianos de muy distinta condición social y distinto pensamiento; se incorpora con naturalidad al fluir de los diálogos que se desarrollan entre los clientes habituales. Cada una de estas personas entra con sus goces y con sus problemas, también con alguna dosis de malhumor, y enseguida se desarrollan allí dentro del bar animadas conversaciones de almas y de intereses.

Lucio llega todos los días poco antes de que den las nueve de la mañana y ya es como uno de la familia. El dueño y camarero tiene con él gran confianza; es el cliente que hace comentarios jocosos de vez en cuando, no exentos a veces de alguna malicia y con un punto de socarronería. El parroquiano Lucio se sienta siempre en la misma postura, y el camarero y dueño del establecimiento, que es una venta con merendero, piensa seguramente que, si su silueta desapareciera de pronto, si un día no estuviera allí su gesto característico desde por la mañana, al fondo de la barra y ya casi dando a la entrada de la cocina, el conjunto del negocio sufriría una pérdida importante, pasaría, al menos, por un momento de marcada incertidumbre. O lo que es peor, se produciría un cambio abrupto y radical. Contar con él se ha convertido en una necesidad para el establecimiento. El amigo Lucio es ya un punto de apoyo para que todo transcurra con normalidad y a la velocidad de crucero.

A mediodía sostiene una agria disputa con uno que trabaja en el ayuntamiento, con un cliente que se siente muy ofendido con las palabras de Lucio y que eleva el tono de voz mucho más de lo conveniente; es un vecino importante, pero el altercado no altera en lo profundo el estado de ánimo más bien bienhumorado y sonriente del parroquiano ejemplar, no modifica siquiera su postura característica al lado de la barra. Tal vez sufre un ligero enrojecimiento en el color de las mejillas y por un momento le brillan con mayor ferocidad los ojos.

Con su pose habitual y siempre orientado en dirección a la puerta que da a la calle, Lucio parece cómodo dejándose llevar por el continuo fluir de las horas. Desde su puesto en la barra, no quiere poner puertas al tiempo; no le ofrece la menor resistencia. En su madurez, parce haber llegado al punto en el que se siente bien en el papel de aliado del tiempo y en el que, sin nada que alegar en su contra, deja que pase, con asentimiento beatífico, a la velocidad que prefiera. No le importa que pase tan rápido, que es precisamente de lo que se queja, con acompañamiento de aspavientos y de exabruptos, el resto de los clientes.

El parroquiano Lucio no es el personaje más importante, el protagonista de la novela, porque este libro es una novela coral y todos los personajes que pueblan sus páginas tienen una parecida importancia, incluidos el río y el perro Azufre. Pero, al mismo tiempo y por lo que acabo de decir, sí que es uno de los que más contribuyen a convertir la lectura de El Jarama en una grata sorpresa.

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