‘Ours to explore’, de Pippa Biddle

Ours to Explore

Pippa Biddle

Nuestro para explorar

 

Por Mario Amadas

Quizá la mejor forma de traducir el neologismo clave de Ours to Explore, es decir, “voluntourism”, sea voluntariado turístico. Se trata de esos voluntariados que se hacen con buena intención pero en un marco que lo único que fomenta es el beneficio, el lucro de las plataformas de viaje, y no la ayuda desinteresada y útil. El subtítulo del ensayo es esclarecedor: Privilege, Power, and The Paradox of Voluntourism, es decir, Privilegio, poder y la paradoja del volunturismo. A parte de la lectura crítica que hace Pippa Biddle, la autora del ensayo, de estos voluntariados (que de ayuda real tienen poca), a parte de su deconstrucción de las intenciones y resultados de esa industria depredadora, hay que destacar, por encima de eso, yo diría, dos cosas: la primera, la autocrítica con que está escrito el ensayo, infrecuente y ejemplar, y, segunda, la demostración, página a página, de que los voluntariados turísticos son, sobre todo y en primera instancia, nuevas mutaciones del colonialismo de siempre. Biddle no duda en relacionar esta industria, en adscribirla, más bien, al autoritarismo y a la dominación de las políticas coloniales de los imperios.

La autora reconoce haber participado de esos mismos voluntariados turísticos, contribuyendo así a la industria (saqueadora) del turismo desenfrenado, que, como ella misma demuestra, no es nuevo, y lo hace con la humildad de la autocrítica. Critica Biddle el turismo que se reviste de las intenciones y las infraestructuras de los voluntariados para, como veremos más tarde, aumentar el rédito moral de quien viaja (a costa de la población local). La autocrítica personal y la contextualización de una industria, señalando sus orígenes e implicaciones, son el doble logro de este libro, donde está el mérito y la perdurabilidad de un ensayo en el que destaca un pensamiento consciente de sus errores y del daño causado en comunidades necesitadas (no precisamente de voluntarios sino de estructuras que fomenten el bienestar local).

Más que en la crítica a los hechos en sí, es la crítica a ese tipo de turismo necio –de cuyas necedad y prepotencia no es difícil ser consciente– lo que destaca, y la certeza de que las buenas intenciones, amparadas por una estructura de poder allanadora y exculpadora, no son garantía de buenas consecuencias, sino, muchas veces, de todo lo contrario. Lo que se consigue es que los niños se manchen la cara para dar pena y generar así una experiencia más ‘auténtica’ al voluntario turístico. Pippa Biddle pone este, y otros escalofriantes ejemplos reales, como imagen de una economía moral de la que se pretende sacar algún beneficio. En otras palabras: caché moral que se acaba traduciendo en ingreso económico, en poder, para el voluntario turístico. Es ahí donde acaban las buenas intenciones, vemos.

Hay una historia del turismo, del turismo interesado, del de las buenas intenciones, que empieza a mediados del siglo XIX, con la revolución industrial. Y “se apoya mucho en la infraestructura creada por el colonialismo”, orillando, desplazando lo local en favor de los enclaves turísticos que benefician a la empresa occidental, dueña del enclave. No tiene un impacto económico positivo local, demuestra Biddle; sólo contribuye al furor lucrativo de la agencia de viajes de turno en un fenómeno conocido en inglés como “economic leakage”. Estas fugas económicas no son difíciles de advertir pero para el voluntario turístico quedan ocultas. Un juego de intereses mutuos las ocultan porque no benefician a lo local, público, lo que sería afín a las desinteresadas pasiones de los voluntarios, sino a lo privado occidental, foráneo. La industria turística global se cimienta, nos dice Biddle, “sobre los proyectos imperiales británicos, estadounidenses y holandeses y sus colonias”. Las colonias (pone el ejemplo de dominio británico de la Inda), eran lo suficientemente exóticas como para que despertaran el interés del turista, pero estaban lo suficientemente domesticadas y occidentalizadas, es decir, sometidas, como para no incomodar ni afear la experiencia al que viaja como turista encapullado como la flor por nacer. Esta dinámica sigue intacta ciento cincuenta años después.

Otro ejemplo, claro y macabro, del sustrato colonialista de los voluntariados turísticos, son los misioneros contemporáneos. La fe, como dice Biddle, “se puede convertir rápidamente en excusa para imponer la superioridad occidental”. Llego con buenas intenciones a anular tus costumbres e imponer las mías, que tú no lo sabes pero son mejores que las tuyas. Pone como ejemplo al misionero John Allen Chau, que se autoadjudicó la tarea de cristianizar a los habitantes de la isla Sentinel del Norte, del archipiélago de Andamán (en el mar de Andamán), y murió flechado. Sus intenciones eran, para él, buenas, pero no es la primera vez en la historia que en nombre superficial del bien se cometen cruentos abusos de poder. Esta actitud “está en el centro del imperialismo colonial”, dice la autora. Y Sánchez Ferlosio, en Esas Yndias equivocadas y malditas, lo dice, tajante y seco, así: “Cortés usa la religión como instrumento de dominación”, en el que huelga decir que el Cortés citado es Hernán, así que vemos que no hay nada nuevo bajo el sol en los afanes dominativos de quienes tienen el poder ni en el uso de las buenas intenciones como excusa para colonizar.

Hay una valiente, documentada crítica al capitalismo en este ensayo: la industria del turismo de voluntariado, o de los voluntariados hechos sólo para hacer turismo, no se enfrenta a las motivaciones ni a los vicios del capitalismo. Al contrario: demuestra la autora que está todo ligado, imbricado en un patrón armonioso, y que de las avaricias innatas del capitalismo ourse desprende con naturalidad esta forma de entender el viaje y los voluntariados. Como análisis de toda una industria, de todo un fenómeno social tan difícil de delimitar como el que separa las intenciones de los hechos, Ours to Explore es poderoso, ejemplar. Es, creo, donde destaca el libro en nuestro tiempo.

Una de las cosas que se puede decir de este libro, aparte de lo brillante que es, de lo analítico que es, de lo mucho que abarca, aparte de todo eso, se puede decir, con la misma rotundidad, que, como gesto personal de la autora, Ours to Explore es un ejercicio de autocrítica como pocas veces se han visto. Porque sí: nos ayuda a ver la hipocresía del ecoturismo, vinculándolo a una dinámica estructural mucho mayor, mucho más grave e intimidante, desliga las buenas intenciones de las consecuencias que pueden tener esas intenciones, tanto en terceros como en la propia cosmovisión de quien las tiene, pero también es un ejemplo de cómo coger la mirada, darle un giro de 180 grados, y enfocarla a nosotros mismos. Pocos libros esconden gestos así. ¡Lo tendríamos que traducir cuanto antes!

 

 

 

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