‘Breve tratado de lo efímero’, de Fernando Ugeda Calabuig

JOSÉ LUIS MUÑOZ.

Mi personaje hablaba de esperma cuando en realidad el muy estúpido había brotado de la tinta de mi estilográfica dice el escritor loco protagonista de Crímenes imaginarios, uno de los más brillantes relatos de este Breve tratado de los efímero, y no se equivoca:  todo lo narrado y los personajes perfectamente dibujados y sus historias salen, no de la pluma (no creo que el autor tenga apego por la de ganso) pero sí del ordenador de Fernando Ugeda Calabuig (Villena, 1961) y se produce esa magia creativa sin que medie el esperma creador.

De la valía literaria de este villenense saben los lectores que leyeron su espléndida novela La alternativa del escorpión premiada con el Ciudad de Badajoz por un jurado del que, por cierto, yo formaba parte.  Fernando Ugeda Calabuig acumula en su historial literario un sinfín de premios literarios en la modalidad de cuento y reúne algunos de ellos en este volumen editado por Olé Libros e ilustrado por su hermano Vicente que no tiene desperdicio y es una verdadera delicia literaria.

Abundan entre los textos reunidos las descripciones físicas brillantes como esta de El hijo del sastre: En primer lugar apreció el fino paño que abrigaba las carnes del desconocido, luego reparó en la belleza de sus facciones, su aceptable envergadura, la tersura de su piel y la cuidada manicura. O esta otra, más cruel, de Renglones torcidos, uno de los mejores de la antología sobre el drama de una mujer sin encantos físicos aterrorizada porque su marido invidente pueda recuperar la visión: Y eso que Angelines, desnuda, recordaba el mascarón de proa de un pecio gobernado por peces y algas.

Es conocido el apego del autor por todo lo que suene a victoriano, incluso él mismo reconoce, con sentido del humor, que debe de tener ancestros en el brumoso Londres de Jack El Destripador. En el relato titulado El hijo del sastre se hace evidente: El rostro de Mortimer Clayton permaneció oculto tras el tabique de papel mientras en la sala reinaba el más absoluto de los silencios. Momentos después el abogado bajó el periódico con lentitud y comprobó que la estancia se encontraba desierta. Estiró de la leontina de oro que cruzaba su chaleco y echó un vistazo a su reloj. Levantó su trasero y se desentendió del diario. Se sirve de dos líneas para describir el ambiente nocturno de la capital londinense en Melancolía en tercer grado: La noche asaltó la ciudad de Londres, una urbe de tejados nevados, chimeneas fumadoras y cielo tiznado de hollín.

Abundan en los relatos las frases brillantes: El mayordomo abrió la puerta y, con el barrido de una mano, invito a la dama a adentrarse la estancia. Fue como si la noche cerrada fuera desgarrada por un jirón de luz refulgente (El hijo del sastre). Muy creativa es la forma en que Fernando Ugeda Calabuig describe un beso en Mausoleo, mi relato favorito:  Quizá aquella liturgia formará parte del embrujo, lo cierto es que arrié mis velas de inmediato y atraqué a ciegas en la apetecible dársena de su boca. Demoledora es la alegoría que utiliza para describir la muerte en Incomprensible: En efecto, su marido acababa de salir de escena y la había dejado sola en mitad del proscenio, desorientada, sin texto.

El humor hace entrada de forma irreverente en Adiós, mi amor, truncando lo que es un apasionado relato amoroso que cuenta una mujer a su interlocutor cuya naturaleza solo sabremos al final: Le agradezco el consejo y confieso que me ha encantado escuchar su historia; pero me permitirá ahora que le hable acerca de las ventajas de cambiarse a nuestra empresa de telefonía. El elemento sorpresa está muy presente en casi todas sus narraciones: nada es lo que parece ser.

Lo negrocriminal y el relato de misterio tienen su peso en este conjunto de narraciones: El cuerpo inerte de Alfred colgada de una viga del techo, los pies a un metro del taburete tumbado en el suelo. Los pómulos huesudos, los ojos saltones y la lengua burlona asomada entre los dientes declaraban que el joven pretendiente y habían entrado en comunión con el universo (Melancolía en tercer grado).

En la denuncia de la violencia de género titulado El dilema del colchón asoma la brutalidad: He vuelto a hundir el cuchillo en su pecho. Hay noches que lo clavo hasta el mango, mientras que otras veces tropiezo bruscamente con un hueso. Será una costilla, me digo, y me quedo sentada en el borde de la cama contemplando cómo brota la sangre y resbala por su torso desnudo. La muerte anda muy presente con su carga mefítica en Daguerrotipo, relato narrado por un cadáver: Todo parece indicar que voy a ser uno más de esos cadáveres que se descubren al cabo de los meses, cuando el fuerte olor a descomposición invade la escalera del edificio y avasalla el delicado olfato de algún vecino que en principio achaca la pestilencia a una rata muerta en el cuarto de contadores.

De argumento brillante e imaginativo es el relato titulado El bazar de las palabras sobre una tienda que vende… palabras: En el día de la inauguración la tienda se abarrotó de compradores y curiosos. Los artículos más demandados fueron las palabras afectivas, prácticamente se las quitaron de las manos. Los adverbios también sé vendieron muy bien, sobre todo los acabados en mente, pues eran de uso frecuente. Y el monólogo del escritor loco en Crímenes imaginarios: Si yo fuese una idea tampoco me seduciría dejarme apresar por un escritorzuelo con ínfulas de literato que a buen seguro me confeccionaría un traje grotesco.

El escritor de Villena construye una serie de piezas literarias ubicadas en distintas épocas y países, remueve los géneros, pasa del drama al humor, de lo gótico al romántico, y nos sorprende en esos finales en relatos perfectamente hilados de principio a fin que captan la atención del lector. Podemos hablar, sin lugar a dudas, de un compendio de lecciones del arte de narrar. Fernando Ugeda Calabuig no solo construye historias adictivas que responde a géneros, escenarios y tiempos muy diversos, sino que lo hace sirviéndose de un léxico enriquecedor.  El lector que se adentre en las casi 200 páginas de este Breve tratado de los efímero va a encontrarse con buena literatura. 

Difícil decantarse por un relato u otro puesto que todos, sin excepción, son muy buenos y han sido justamente galardonados, pero quizá los relatos amorosos y trágicos sean los que más me hayan llegado. Incomprensible es uno de ellos: Alberto parecía dormido, no en vano el tanatopractor había realizado un trabajo digno de elogio, razón por la que Carmen aguardaba esperanzada el momento en que su esposo abriera los ojos y contradijera el parte de defunción firmado por el médico. Y el otro Mausoleo, una pieza de delirante romanticismo: He dispuesto junto a él otro féretro abierto. En cuanto acabe esta carta pienso tumbarme en su interior y dejar que el paso del tiempo haga el resto. He clausurado la puerta principal y he atrancado las ventanas. Nuestra casa ya no es un hogar. Ahora es un enorme mausoleo. ¿Para cuándo una segunda antología?

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