EL TERCER ASESINATO, de Hirokazu Kore-eda

Por Rafa Mellado

Empatado con Jim Jarmush, pero por detrás de Ridley Scott, Hirokazu Kore-eda se me antojaba de los favoritos en Culturamas por número de reseñas, hasta que lo comprobé. Valga mencionar este título para hacer justicia (no solo para remontar puestos), pues no es el tipo de películas a las que nos tiene acostumbrados el director de Kikesi, De tal padre, tal hijo, o de Nuestra hermana pequeña. Un excelente filme donde Kore-eda demuestra moverse con solvencia en cualquier género de película que elija.

En El tercer asesinato, ¿quién dice la verdad? ¿A quién se juzga? Un abogado crédulo y un asesino reincidente y confeso que se ha tomado la justicia por su mano. Los continuos careos que los enfrentan, separados por un cristal de seguridad o por una verdad esquiva, acabarán confundiendo sus respectivos reflejos. La víctima, un empresario sin escrúpulos, que hacía negocios atentando contra la salud pública y abusaba de su hija. La reflexión de Kore-eda sobre la justicia japonesa. ¿Qué ética tiene quien defiende a un asesino? ¿Merece alguien la pena de muerte? ¿Cómo manejamos el sentimiento de culpa? De fondo las relaciones entre progenitores y prole. En los tribunales no se llega a descubrir la verdad; quizá esto no importe para dictar sentencia, o solo preocupe al espectador. Ésta es la tesis con la que juega el director y guionista de un drama legal plagado de incertidumbres y de encrucijadas morales. Donde se emula el cine negro norteamericano de los años 50, y donde Kore-eda y Mikiya Takimoto se alejan de esa fotografía naturalista, que caracteriza tanto a sus películas. Con un gran acierto del formato scope para retratar los planos de tres.

Desde el título, en la cinta no faltan razones abolicionistas de la pena de muerte. ¿Una persona condenada podría no haberlo sido por otro tribunal menos rígido? ¿Para proteger a la sociedad es suficiente la cadena perpetua? La incongruencia de que no se debe matar y que matamos para que no se mate. Nuestras obvias limitaciones como humanos nos impiden penetrar en los resortes más íntimos de los demás y no podemos saber, con total certeza, el grado de culpa y responsabilidad en que incurre el asesino. El error siempre es posible. ¿No debería ser la finalidad de toda pena la de corregir al delincuente para que pueda reintegrarse en la sociedad?

En la primera escena: exterior noche, un descampado, frontal a cámara un tipo se acerca a otro y le asesta un golpe con una llave inglesa en la nuca. Luego lo rocía en cruz con gasolina y lo ve arder. ¿Quería robarle la cartera? ¿Qué ocurrió?

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