Michaux como tienda de ultramarinos

Por Antonio Costa Gómez.

Michaux nos alimentaba extrañamente. Era como una tienda de ultramarinos en un pueblo donde todo exterior es desconocido. Lo convertía todo en literatura y caligrafía para alimentarnos. Lo señalaba todo y todo se volvía interesante porque Michaux lo trazaba. La vida es absurda y ajena pero Michaux la arrinconaba para nosotros, le sacaba con nombres y con letras un alimento para nosotros.

Michaux escribía garabatos como los chinos, le interesaban tanto los chinos, y pintaba imágenes sin fin, pintaba reyes absurdos y fragmentarios en la noche. Porque todo era tan extraño pero podía convertirlo en signos bien trazados como hacían los chinos. Podía parapetarse detrás del alfabeto como hacían ellos, podía esconderse detrás de las imágenes y de las palabras.

Son maneras de defenderse contra el vacío metafísico, contra el silencio absoluto, por eso Michaux escribía y pintaba. Los chinos domesticaban ese silencio absoluto con signos y caligrafía, levantaban una muralla china de signos y letras, por eso los demás les parecíamos bárbaros.

Por eso Michaux escribió “Un bárbaro en Asia”, un montón de observaciones inconexas, instantáneas, llenas de estupor, como icebergs perdidos. Por eso observó con millones de miradas, planos, segundos de asombro, a Asia, y le pareció que todos los no asiáticos solo éramos icebergs perdidos en el vacío.

Y toda su vida se sintió en ese vacío y quiso documentarlo. Y sus experiencias con las drogas fueron como informes notariales, como absurdos milagros. Y también lo fueron sus visiones fantásticas y kafkianas, que puso en tantos libros, Frente a los cerrojos, Puntos de referencia… Donde seres como figuras de Tanguy en la arena desolada tienen tanta seriedad como los reales.

Ese tipo del que todos se aprovechan, ese otro al que expulsan de todas partes y le pasan los trenes encima en Un tal Pluma” Esa mujer que a los 27 años convertida en pez martillo no sabe si permitir que una morsa juegue con sus membranas, en Lejano interior. Michaux sobriamente anota toda la extrañeza de la existencia, real o imaginaria, qué mas da. Todo es igual de extraño, lo real parece imaginario y viceversa, ¿qué nos puede salvar?

Quiere alimentarnos y sostenernos con los nombres, con las grafías, con la escritura sin fin. Con las anotaciones a la millonésima potencia, con sus dibujos surrealistas y sobrios, con sus observaciones kafkianas sin misericordia ni aliento. Lo convierte todo en nombres y en letras para alimentarnos, lo describe todo, nos cuenta la infinita extrañeza del mundo, todo el desaliento de los sueños. Y así nos alimenta, porque lo nombra todo.

Por eso su personaje principal se llama Pluma, es el acto mismo de escribir, es su identidad más profunda. Es el acto esencial del lenguaje, solo el lenguaje es un parapeto, solo el lenguaje nos dejará sobrevivir. A condición de que Pluma se convierta en Pluma, de que escriba sin fin, de que se libere de todo condicionante, de que nos lo señale todo.

Su más profunda identidad es el hecho de escribir, es el hecho de tener tinta. Y manchará de tinta los papeles con sus dibujos, hará lo que sea con tal de poblar este silencio, de recoger todas nuestras extrañezas.

El mundo es un montón de icebergs para Michaux, es un montón de desmembramientos. Es un montón de añadidos, de una totalidad imposible, de un sentido que nunca tiene sentido. Es un agregado de fantasías y seres, es un sinfín de escrituras.

Por eso yo monté una taberna encima de un iceberg de Michaux, y me tomaba no sé qué licor raro, sin nombre, con todos los nombres juntos. Hecho con todos sus libros, con sus cientos de títulos, en que expone sin límites todas sus extrañezas, todas sus negaciones, todos sus despegos.

Él es como su rey de la noche desgajado, hecho de fragmentos, con una corona mal pegada, debajo de unas estrellas mal definidas. En una religión de la negación, los icebergs son catedrales de silencio y de abandono, de dioses raros y absurdos que se callan.

 

En la noche

En la noche

Me he unido a la noche

A la noche sin límites

A la noche.

Mía, bella, mía.

Noche

Noche de nacimiento

Que me colmas con mi grito

Con mi trigo

Tú que me habitas

Que haces olas olas

Que haces olas en todos lados

Y humeas, eres tan densa

Y muges

Eres la noche.

Noche que yace. Noche impecable.

Y su fanfarria, y su playa.

Su playa en la altura, su playa en todas partes,

Su playa bebe, su peso es rey, y todo se hunde bajo él.

Bajo él, más delgado que un hilo.

Bajo la noche

La Noche.

 

Cierta pluma (1930)

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