‘Marranadas’, de Marie Darrieusecq

Marranadas

Marie Darrieussecq

Traducción de Regina López Muñoz

Tránsito

Madrid, 2022

125 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

Nos volvemos lobos o nos volvemos cerdos. O nos quedamos con lo que somos: una gente gris, que duerme en colchones de ceniza y no mira jamás ni al sol ni a la luna, con el aburrido afán de ganar un buen sueldo, confiando en que al llegar a la vejez uno no tendrá problemas para mear. En este feo mundo, quedan escasas gestiones de la dignidad, y una de ellas es el atractivo que sentimos hacia el perdedor, hacia la pobreza, hacia la melancolía, el mismo que llevó a Chaplin a crear a Charlot, por ejemplo. Como la protagonista de esta novela, Marranadas, que ahora recupera la editorial Tránsito, comenzamos tomando una pastilla para dormir y otra para estar despierto. Y todo sin dejar de presumir de los avances sociales y de lo bien que se vive en nuestro país y en nuestra época. Admiramos el sistema educativo de los países con más alto índice de suicidio juvenil. Sobre estos conflictos se cimentaron corrientes literarias y filosóficas, como el existencialismo: el hombre es una criatura débil y desprotegida ante su propia libertad de elección, que es fuente de angustia continua.

Marie Darrieussecq (Bayona, 1969) lleva todas estas dudas a una resolución sobre el cuerpo, dudando, a través de su creación, sobre quién es el dueño del mismo. Nuestra protagonista desconoce hasta si le pertenece, pues carece de cualquier dominio sobre él. De hecho, asistimos a una metamorfosis sin crisálida, a campo abierto, en la que la decadencia corporal sobreviene en dientes de sierra y llega al extremo de preguntarnos si no sería más sano dejarse llevar por ella. O al menos, si no sería mucho más natural. Y lo más natural, aunque resulte muy sucio, es lo más puro. Nuestra protagonista es una mujer sin estudios, de clase humilde, a la que le viene la regla cada cuatro meses. Este desajuste supone una barbaridad que no se arreglará con perfumes, por mucho que se rodee de ellos. Ni con un sexo rarísimo, del que no sabemos si se tiene para disfrutar o por costumbre, o por el mero hecho de que sucede algo posible, y ya.

¿En qué grado sentirá nuestra protagonista la indiferencia que parece caracterizarla? Esa indiferencia, que es una tabla de náufrago, un manual de supervivencia, la mantiene a flote frente a un destino lumpen que se impone de forma desbocada. Esta mujer parece no estar capacitada para la música de este mundo, si es que el ritmo al que gira se le puede llamar música. La armonía está por debajo del cero, lo absurdo se nos antoja demente y, sin embargo, no podemos dejar de reconocer cierta verdad en la exageración, como si Darrieussecq nos estuviera hablando de un síndrome al que todavía no hemos puesto nombre. Pero en nuestra intuición si cabe definirlo. Entre otras cosas, porque su primera característica es la misma que atosiga la vida de los demás humanos: la soledad. Se trata de una soledad que no es tan fácil de definir, a pesar de las intenciones tan potentemente expresadas por la autora: es una soledad impuesta desde el exterior, pero ¿por quién?; una soledad buscada, tal vez como refugio para no sentir; una soledad normal, siendo normal sinónimo de frecuente y por tanto un mal consuelo; e incluso es una caricatura de la soledad y, ya se sabe, las caricaturas nos permiten decir nuestras verdades, que de otra manera sostendríamos con eufemismos.

Y, además, está toda la crítica social que contiene la novela, la crítica a una forma de economía y a una forma de mando, a una estratificación que se produce en varias direcciones -económica, de género, sistémica-. Cabe preguntarse qué relación existe entre todo ello y eso que Edward O. Wilson calificó como lo más sufrido de nuestra era, la época de la soledad, que llevó a calificarla como Eremoceno. Son muchos los valores de esta obra, pero aunque sólo sea por gestar esta duda, no podemos dejar de recomendarla.

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