‘El enigma de las arenas’, de Robert Erskine Childers

El enigma de las arenas

Robert Erskine Childers

Traducción de Benito Gómez

Edhasa

Barcelona, 2022

443 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

La crisis de madurez tiene una relación directísima con la conciencia de lo sufrido que resulta hacerse mayor: se trata de una de las experiencias más traumáticas, pues definitivamente se queda uno a la intemperie. Ya no hay techo, ni siquiera paraguas. Toda la tormenta que supone afrontar el día a día cae, de repente, sobre los hombros, el cuello, los pulmones y las rodillas. La consecuente crisis, la que implica a las señas de identidad, vendrá inevitable y nos arriesgaremos a sentir que además de las inclemencias del clima, nos han robado el suelo bajo los pies.

Les sucede a los grandes personajes de Conrad, con quienes comparte esa inquietud, de entrada, el narrador de El enigma de las arenas: “Y entonces llegó la prueba más dura, porque comprendí la horrible verdad de que el mundo que yo creía tan indispensable podía, después de todo, pasar sin mí”. El sentido a su ruta, que sucede en el mar, pero que es metáfora de vida, le sale al paso con el encuentro de su compañero de viaje. Entre los dos se establecerá una relación de maestro y alumno, en la que el alumno, quien narra, es sobre todo observador y el maestro, que empuja a la aventura, es sobre todo actor. Uno está buscando el eje que justifique y razone una existencia; el otro necesita reinventarse: “Aún no tenía idea de dónde empezaban sus rarezas y acababa su personalidad propia, y supongo que él se hallaba en la misma tesitura con respecto a mí”.

El relato empieza y se mantiene por la inquietud que genera el conocer al otro: “Oírlo hablar era sentir una corriente de aire puro que de pronto soplara en el ambiente cargado de un club, donde los hombres intercambiaban vanas trivialidades, susurran viejas consignas, se marcha y no hacen nada.

“En nuestras conversaciones sobre política y estrategia éramos Bismarck y Rodney manejando flotas y naciones; y, desde luego, no cabía duda de que nuestra imaginación sufría de ven en cuando arranques extravagantes.”

La novela mantiene, así mismo, el interés de las descripciones de paisajes, que son cuadros casi físicos, auténticas pinturas románticas. Sobre esos parajes, nuestros amigos emprenden un itinerario que cobra especial relevancia para los navegantes, debido al lenguaje técnico tan presente. Aunque no será ese su punto fuerte, el que nos atrape, pues la tensión flota debido a la época en que está ambientada la obra, un tiempo en el que el conflicto europeo estaba muy latente y que, iremos descubriendo, es la motivación que mantendrá viva la hoguera en que se convierte la tenacidad de los protagonistas.

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