Edith Södergran difusa en San Petersburgo difusa

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Por Antonio Costa Gómez.

Hice una foto en San Petersburgo y me salió difusa. Y Edith Södergran, que pasó su infancia en San Petersburgo, escribió: “Soy un ser indefinido”. Era su forma de escaparse, de que no la encerraran en un concepto. Como las mujeres difusas que pintaba en París Jules Pascin. Como las molduras exquisitas que desmienten la prepotencia arquitectónica.  San Petersburgo es grandiosa e imperial, pero yo la vi en una niebla. Me asomé al Almirantazgo, al otro lado del río Neva, pero me impresionaron más las hojas de otoño en el suelo. Miré la estatua de Pedro el Grande a caballo pero la miré a través de la bruma simbolista de Andrei Biely. Contemplé las infinitas ventanas azules del Ermitage. Pedro el Grande quiso hacer algo muy anguloso y potente, pero cerca de allí estaba Carelia y la niebla.

Pensé que allí fue Edith Södergran desde los lagos de Carelia. Pero era demasiado intensa, demasiado solitaria. Y tal vez llevaba demasiado dentro a Carelia de los mil lagos y de los inatrapables sentimientos. Tal vez ella era otro personaje del Kalevala, la más silenciosa y la más difícil de trazar. Y tenía el sampo, ese molino misterioso que los héroes quieren buscar en el Norte.

Me sentí tan inasible como ella cuando escribió en 1916 en su libro Poemas: «No soy una mujer, soy un ser indefinido. / Soy una niña, un paje y una decisión atrevida. / Soy el trazo sonriente de un sol escarlata». Era libre y profunda, era de Carelia, por eso no cabe en ideologías ni en banderas como ahora algunos pretenden. En cierto modo se parecía a Emily Dickinson, otra mujer a la quisieron meter en cien cajones. Ella era Edith, libertad susurrante : «Soy un paso hacia el azar y la perdición. / Soy un salto hacia la libertad y mi propio yo./ Soy la sangre susurrante que habla al hombre».

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