‘La enfermedad’, de Klabund

La enfermedad

Klabund

Traducción de Olga García

El Desvelo

Santander, 2022

107 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

El comentario, que explica tantas cosas, es bien conocido: si uno mete en un terrario hormigas rojas y hormigas negras, no pasará nada. Cada especie formará su propia colonia y comenzará una vida a su estilo, en la que bastará con que tengan comida y a su propia reina para seguir adelante como si nada sucediera. Sin embargo, si alguien se dedica a agitar el terrario, los nervios de las hormigas saldrán hasta la punta de sus mandíbulas y entonces comenzará la batalla entre las rojas y las negras.

Probablemente el ejemplo es un poco exagerado, pero algo de esto sucede en el relato principal que se reúne en este volumen: La enfermedad. Un extraño grupo de gente se reúne en una pensión, como se reunieron, aunque en diferente escala, los protagonistas de La montaña mágica. Y así se da origen a algo que está trazado con el formato del cuento largo o de la novela corta, pero que bien podríamos catalogar como teatro de situación. De hecho, hay un ligero guiño metanarrativo, pues dentro de la obra algunos de los protagonistas se disponen a participar en una obra de teatro, y otros a ser espectadores. Se nos indica, de alguna manera, que ellos son conscientes de formar parte esencial, tan esencial como es la creación de personajes, de una obra. Y el tema de esta obra es una exploración acerca de los límites de la dignidad. Entendiendo por dignidad un atributo social: la dignidad se demuestra manteniendo una compostura en un entorno y en unas circunstancias, que pueden ser tan tristes como una tuberculosis_

«-Querido Sylvester… quiero verle por una vez actuar… ¡Hágalo por lo menos una vez! Actúe una vez no de forma artística, artificial, poética, teatral. Actúe por una vez de forma humana…»

Esto es lo que reclama uno de los personajes principales a otro, para incitarle a montar a caballo y participar en una competición. Da la sensación de que si no se agitara el terrario, lo que podríamos narrar de los sucesos sería un gasto de energía innecesario.

Vemos a los personajes débiles, a cuenta de la enfermedad que, por prescripción facultativa, les lleva a un obligado reposo. Y no dejamos de identificar a quien reposa con alguien que se encuentra débil. Es decir, son enfermos que deben actuar como enfermos. Para su sorpresa, o para sorpresa del lector, el tiempo no se detiene mientras nos molestamos en lamer nuestras heridas con más o menos dignidad, con más o menos compostura. De hecho, hacia el final comprobaremos cómo el mundo no ha cesado de evolucionar mientras nosotros nos hemos encerrado para tratar de sanar. El cine sustituirá al teatro y el automóvil a los trineos. La edición de estos textos es un gran acierto editorial, pues nos ayuda a comprendernos mejor.

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