«El beso de la mujer araña» en un frío ejercicio de estética

Horacio Otheguy Riveira.

Cine y teatro, cine y vida, ficción y vida cotidiana para comprender lo que sucede y respirar mejor. No importa la tragedia que nos rodee, siempre llega la imaginación a tiempo para brindarnos el socorro preciso. Así, en los libros de Manuel Puig [Argentina, 1932-México, 1990] (Epopeya de un francotirador sentimental), creador de una literatura diferente que costó encajar en mercados donde la élite le despreciaba «porque no es narrativa ese estilo a base de diálogos, dónde se ha visto…», pero como tantas otras veces fue en Francia donde se le editó con éxito y se expandió, gracias a la confianza del escritor español allí residente, Juan Goytisolo.

En su producción hubo un potente ascenso mundial con El beso de la mujer araña donde supo unir —no por vez primera, pero sí con mayor estilo hipnótico— política, terrorismo de estado, pasión por el cine y amor imposible, con una mujer y entre dos hombres.

Años después de la novela escribió la versión teatral (estrenada en España en 1983, dirigida por José Luis García Sánchez con Juan Diego y Pepe Martín), ahora revisitada «lingüísticamente» por Diego Sabanés, un hombre de letras y cine, guionista, investigador, escritor, quien logra un castellano neutro depurado del habla rioplatense. La directora Carlota Ferrer, notable muy a menudo, también estupenda actriz de tanto en tanto, ha plasmado una versión muy personal que ruborizaría a Puig por expandir en evidencia lo que él siempre manejó narrativamente, evitando exponer aquello que imaginamos.

La recreación audiovisual de la directora se pierde en un vaivén estético que va devorando los elementos más importantes de la obra: el contador de una película fantástica como La mujer pantera, de 1942, la brutalidad policial, la sensual experiencia del discurso de un tipo de izquierdas y otro que vive colgado de la ilusión de ser una mujer. Entramado complejo que se presenta de manera superficial, con subrayados que no existen en la obra original, pues tanto en la novela (con más películas relatadas) como en el teatro del propio Puig, se apuesta por el valor de la narración del personaje de Molina, tan presente que alcanza esa cualidad al revolucionario Valentín, quien también se convierte en un buen narrador. El encanto, la traición, el deseo por una mujer perdida y la vigorosa necesidad de placer de pronto por un hombre femenino… dentro de una celda conforman una historia de gran interés aquí congelada en despliegue de postalitas.

Carlota Ferrer muestra lo que debería relatarse o imaginarse y se entusiasma con varios efectos muy artificiales que desnaturalizan la profundidad del drama, tan cercano a la experiencia del autor, cuya obra fue prohibida en la Argentina de la última dictadura militar (1976-1983) para luego triunfar internacionalmente, exilio tras exilio.

En esta versión no hay contexto político preciso, lo que no está mal en cuanto universaliza el tema principal: un hombre heterosexual riguroso en su concepción revolucionaria llega a unirse temporalmente a otro hombre homosexual, pero elimina tensiones propias de un ambiente presidiario que no conviene desvelar, si bien pasa por el escenario de manera más anecdótica que fundamental, con un toque satírico también fuera de lugar.

La puesta en escena reescribe tanto que afecta a los actores, embarcados en una interpretación muy irregular. Quien fuera primerísimo bailarín, ahora al frente de una prestigiosa Escuela de danza, como Igor Yebra, compone un Valentín entrañable, muy bien aprovechadas sus dotes con un cuerpo de bellísima flexibilidad. Empieza muy frío, incluso con una voz poco agraciada, para ir creciendo y alcanzar una gran riqueza interpretativa a partir de la escena del desnudo, y su posterior confesión del amor por una mujer extramuros, probablemente la escena más lograda de todo el montaje, al fin desprovisto de filigranas que no vienen a cuento.

Eusebio Poncela mantiene siempre un tono susurrado muy frío, abocado en todo momento a mostrar el comportamiento de su personaje, clave en toda la historia, de manera que su exceso de técnica a la vista impide la empatía y desde luego no emociona en absoluto, una rara mujer araña que debería atraparnos a todos.

En síntesis: una historia muy potente de singular encuentro de dos hombres en tiempos oscuros, jugada con una estética audiovisual a ratos atractiva, pero que torna muy artificial el complejo entramado que propone el autor, metido a fondo en el abismo de la persecución política y el amor entre hombres, atrapados a su vez por la fuerza de las imágenes cinematográficas: un mundo de ficción donde todo es posible para alejarse de la crueldad de la vida cotidiana.

 

Intérpretes: Eusebio Poncela, Igor Yebra

Autor: Manuel Puig
Dirección: Carlota Ferrer
Ayudante de dirección: Manuel Tejera
Versión (actualización lingüística): Diego Sabanés
Diseño de escenografía: Eduardo Moreno
Diseño de iluminación: David Picazo
Diseño de vestuario: Carlota Ferrer
Diseño gráfico: María La Cartelera
Espacio sonoro: Tagore González
Productor: Jesús Cimarro

Una producción de Pentación Espectáculos

TEATRO BELLAS ARTES DE MADRID HASTA EL 16 DE OCTUBRE 2022

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OTRAS CREACIONES DE CARLOTA FERRER:

Esta no es la casa de Bernarda Alba (Dramaturgia, coreografía, escenografía y dirección)

La leyenda del tiempo (Dramaturgia y dirección junto a Darío Facal)

Fortune Cookie (Dramaturgia, coreografía y dirección)

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