«Equus», de Peter Shaffer: adolescencia y represión sexual en un envolvente montaje

Horacio Otheguy Riveira.

Psicosis y psiquiatría, una hermandad compleja que estalló en muchos estamentos de los años 70, cuando el inglés Peter Shaffer estrenó esta pieza en torno a la violencia de un adolescente contra animales que adoraba. Estrenada en España en 1975, despertó la ira de algunos por los desnudos integrales de los jóvenes María José Goyanes y Juan Ribó con un inédito López Vázquez que dejaba la comedia popular  para ser el psiquiatra Dysart. Hoy se renueva aquella obra maestra, colmando de interés escénico e ideológico sobre las temibles constancias de disfuncionalidad familiar y social ante las irrefrenables pasiones juveniles. Así, Equus, dirigido por Carolina África, presenta atractivas novedades presididas con un diván que cobra muchas dimensiones, todas lindantes con la esperanza de salvar al quinceañero Alan Strang de acabar autodestruido.

El doctor en psiquiatría Martin Dysart se ocupa de atender a Alan, un adolescente que ha cegado a los caballos que atendía amorosamente en una caballeriza. Así comienza esta obra teatral cuyo autor, Peter Shaffer (Ejercicio para cinco dedos; La Real Cacería del Sol; Amadeus; Leticia…) la estrenó en 1973, inspirado en un caso real que le comentó un amigo de la British Broadcasting Corporation (BBC), sobre un joven británico que cegó a veintiséis caballos en un establo, aparentemente sin causa. Shaffer nunca investigó ni descubrió más detalles, pero la historia lo incitó a interpretarla de una manera totalmente personal. «Mi objetivo dramático —escribió en la primera edición— fue crear un mundo mental en el que el hecho pudiera hacerse comprensible, dentro de las dificultades de las problemáticas mentales», y lo hizo teniendo en cuenta el entorno de su época, los nuevos enfoques para afrontar el miedo a la libertad que planteó por vez primera Erich Fromm, maestro de la psicología social.

La inspiración del autor fue muy influenciada por varios aspectos de la renovación de la psicoterapia, para llevar a cabo una terapia muy distinta al psicoanálisis tradicional, bien servido el dramaturgo por las nuevas corrientes que impulsaban una mayor cercanía hacia la vertiginosa experiencia de cada paciente, una época en que llegó a plantearse la antipsiquiatría por parte de algunos sectores muy influyentes, en torno a una nueva valoración de las enfermedades mentales; en el aluvión de propuestas se presentaron métodos de psicoterapia que rompieran los límites impuestos por la deontología psiquiátrica estándar.

Algo de todo esto le sucede al doctor Dysart cuando entra en las emociones y vivencias del joven Alan Strang, víctima de una disfunción que deberá indagar y en este doloroso camino descubrir sus propias contradicciones, su propia derrota personal.

En este sentido, la obra de Shaffer [Inglaterra, 1926-Irlanda, 2016] (también llevada al cine dirigida por Sidney Lumet con Richard Burton) tiene una lectura testimonial que entonces tuvo un carácter revolucionario hoy no menos apasionante, ya que, tras una muy agitada modernidad en la comprensión de la vida sexual de la juventud, gran parte del primer y último mundo continúa prisionero de disfunciones que llevan a numerosos crímenes, y como arranque, la tristeza profunda que acompaña al joven protagonista, una agonía que encuentra en esta puesta en escena de Carolina África, un fluido encuentro con la imaginación audiovisual y el realismo de elementos que en aquellos años no existían, tales como Internet y móviles. Tras ello se entreteje el naturalismo singular de un proceso desesperante en la existencia de alguien que crece entre dos fanatismos encarnados en sus padres que le conducirán a lesionar lo que más ama, realizando sobre los caballos una transferencia basada en el amor que necesita, en la exuberante sexualidad que reprime… para entrar después en la liberadora confesión de una experiencia que solo la sabiduría del psiquiatra puede conseguir, claro que a costa de entrar en su propia convivencia con angustiosos conflictos interiores.

Carolina África (Vientos de Levante; El desdén con el desdén; Verano en diciembre y Otoño en abril) conecta con el inquietante espíritu de la pieza, y su montaje avanza con creciente intriga (incluso para los que conocemos la obra), así como con tanto riesgo que, por momentos, parece andar sobre una cornisa, a punto de desbarrancarse por el sinuoso recorrido dentro y fuera de la volcánica situación del chico y el lento desgarramiento del médico hecho a la medida de su rigurosa profesión. Pero la función no decae, los espacios imaginarios y reales no llegan a dañarse en ningún momento.

Al comienzo, cuando una jueza amiga le pide que se ocupe de este muchacho —firme candidato a ser encerrado en prisión—, el prestigioso alienista le explica que está hasta arriba, que no le queda hueco atendiendo a psicópatas y psicóticos que ya no le sorprenden, pero ha de dedicarles mucho tiempo. Nada le sorprende, hasta que entra en el mundo de la familia Strang. Entonces sí descubrirá renovada capacidad de sorpresa y la obra entrará en una zona de poético enlace dramático, donde la profesionalidad de sus intérpretes hace todo lo demás:

Modélica Manuela Paso en dos personajes, madre ultrarreligiosa y jueza sensualmente distante; Jorge Mayor, el padre feroz con medido alcance actoral, al expresar físicamente su impotencia; ambos también representan a caballos, tres caballos junto al de Claudia Galán, quien sobre todo se ocupa de la desinhibida muchacha dispuesta a enamorar al tímido Alan: tres con máscara de equinos para representar las delicias y los conflictos del protagonista. Personajes y caballos que ayudan a iluminar un proceso escénico con muy eficaz acompañamiento de imágenes cinematográficas, aportando dimensión audiovisual imprescindible que enriquece aún más la producción, cuya escenografía —con banquetas manipuladas por los intérpretes— está plenamente integrada en todas las situaciones, gracias a la coreografía y asesoría de movimiento de Andoni Larrabeiti.

Dejo para el final la actuación de la pareja central: el psiquiatra a cargo de Roberto Álvarez, en una encomiable contención dramática, fiel a la dinámica de las terapias de las que se ocupa el autor en la personalidad de Dysart, pero yendo más allá en la capacidad de ternura ante el drama de la familia del muchacho y de cuantas experiencias ha tenido. Una composición que recuerda, en gran medida, a la del logopeda Lionel Logue en  El discurso del rey.

A su lado, Álex Villazán galopa en una carrera vertiginosa bien nutrida de matices, jugando como un niño que quiere crecer y a la vez detesta hacerlo, rabioso y muy dulce, vestido como tantos o desnudo por completo, física y psicológicamente, volcado en texto y dinámica plástica, bien protegido por la directora y por unos compañeros que en todo momento entran y salen de la ficción con el vigor de quienes asumen la conciencia de estar en uno de los dramas más importantes del teatro psicológico del siglo XX.

Arriba: Jorge Mayor, Claudia Galán, Manuela Paso. En el centro: Carolina África. Abajo: Álex Villazán y Roberto Álvarez. (Las cuatro fotos, gentileza de Antonio Castro).

 

Dysart ROBERTO ÁLVAREZ

Alan ÁLEX VILLAZÁN

Dora/Jueza MANUELA PASO

Jill CLAUDIA GALÁN

Frank JORGE MAYOR

 

Dirección CAROLINA ÁFRICA

Adaptación NATALIO GRUESO

Ayudante de Dirección JUANMA ROMERO

Diseño de Escenografía BENGOA VÁZQUEZ

Diseño de Iluminación SERGIO TORRES

Diseño de Vestuario LUPE VALERO

Diseño de Videoescena DAVID MARTÍNEZ

Diseño de Sonido MANUEL SOLÍS

Coreógrafo/Asesor de movimiento ANDONI LARRABEITI

Producción/Regidor SANTIAGO AYALA

Jefe técnico JOSÉ GALLEGO

Técnico de Sonido y Vídeo AURELIO ESTÉBANEZ

Ayudante de Escenografía ISI PONCE

Ayudante de Vestuario MELIDA MOLINA

Realización de Vestuario SASTRERÍA CORNEJO

Fotógrafo GERALDINE LELOUTRE

Maquillaje y peluquería CHEMA NOCI

Producido por JOSE VELASCO

Productores asociados

ROBERTO ÁLVAREZ

NATALIO GRUESO

Producción TRIANA CORTÉS

Ayudante de Producción AÍNA GARCÍA

Distribución MARÍA ÁLVAREZ

TEATRO INFANTA ISABEL

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Otras creaciones de Álex Villazán:

La edad de la ira

El curioso incidente del perro a medianoche

¿Que no…?

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