En el centenario de Julio Mariscal (1922 – 1977)

Por Jorge de Arco.
No tuve oportunidad de conocerlo. Sus versos y su memoria, relatada por tantos que sí compartieron su honda verdad y su humildad, me han ido llegando a lo largo de los años.
Al menos, sí pude estar en el homenaje que se le dedicara en 1999, con la colocación de un busto de bronce en la calle Corredera de Arcos de la Frontera y participar en la bella antología Memoria de Julio Mariscal, que en noviembre de 2002 y con motivo del veinticinco aniversario de su muerte se publicó en la colección gaditana Torre Tavira. Preparada con esmero por Antonio Murciano, era este un florilegio que reunía poemas de un buen número de autores -en su mayor parte andaluces- que conmemoraban y homenajeaban estas “bodas de plata con su muerte”.
En la extensa nómina de aquellos homenajes, latía con intensidad la remembranza doliente de un hombre que se fue tan de pronto, que apenas si hubo tiempo para preparar la tristeza de todo un pueblo. Desde entonces, y como bien señalaba el citado compilador en sus “Notas finales”, se han sucediendo póstumamente actos, reediciones…, que han ayudado a sostener aún con mayor intensidad la llama de su decir. En aquel volumen, incluí un poema titulado: “He crecido en tu ausencia”. En mis versos daba cuenta de mi admiración por su quehacer y de mi nostalgia por su adiós:
Otro tiempo sostuvo la memoria
que ahora guarda la página encendida
de tu verbo. Jamás habrá remedio
que espante la tristeza que te piensa,
mas los hilos dorados de tu sombra
seguirán despuntando en cada luna.
En verdad, la poesía de Julio Mariscal me ha ido entrañando en este pueblo suyo y mío y ha dejado huella en mi forma de entender y amar un Arcos abrochado a “un puñado de casas, una plaza, una fuente, / una vieja rutina de misas y rosarios/ y luego un horizonte cansado de olivares, / eternos lutos, recuas y canciones / tres días de verbena para la Cruz de Mayo / y el baile transparente del domingo”.
Hay poetas, sí, a los que a uno le hubiera gustado conocer. Poetas a los cuales, sin embargo, se los llevó la muerte antes de haber dicho todo cuanto hubieran querido cantar y contar. Siempre que vuelvo a Julio Mariscal, siento esa desazón de no haber podido verlo cruzar de parte a parte las callejas arcenses, su blancura, el haber estrechado su mano abierta y generosa. Pero aquel Noviembre de 1977 en que Julio se nos fue, quien esto escribe, contaba pocos años y era Arcos un lugar que tan sólo rezumaba aroma a familia, a juegos, a feliz infancia…
Por eso, cada nueva oportunidad para poder retornar “sus desvelos de azahares marchitos”, para derribar “el muro enorme de los prejuicios” y adentrarse en “este rayo de sol, este cielo, este aire” fresco que son sus versos, es motivo de dicha.
Han pasado ya más de cuatro décadas, en efecto, sin Julio, pero décadas que también han servido para calibrar, con el rigor y la distancia suficientes, la espléndida obra de un autor de honda condición y de una contagiosa autenticidad lírica: “Por ti, amor mío, tengo un enjambre en los labios / y hasta lo más terrible – lujuria, muerte, sangre-, / se me vuelve de mieles, se me edifica en altos / ventanales de gozo”.
Asomarse a su verbo, es retomar el pulso vital de un hombre y de un poeta entrañable. “Allí estaré detrás de las palabras”, dejó escrito. Y por ello, es sencillo hallar el lugar desde donde aún llegan los ecos de su cántico, el noviembre de su alfabeto, los hilos dorados de su verso y su acordanza: “Porque tengo tu nombre para medir la luna / y tu recuerdo para clavármelo en la sangre”.
EL CORAZON SIN ESTRENAR
Me decía mi madre:
“Ahora los libros que después tendrás tiempo”.
“Ahora los libros”…
Y yo guardaba el corazón sin estrenar, ileso,
por teoremas y batallas.
Las tres, las cuatro, y a las cinco en punto
la merienda: su leche con galletas.
Mis hermanos mayores perdiéndose en sus cosas
y el cartero de azul galoneado.
Pero a las seis cruzabas tú, el crepúsculo
te traía de la mano, y ya Pitágoras
se empolvaba en mi olvido, y ya las rosas
clavadas en la página, y el río
como un lejano, muerto crisantemo…
Eran las seis, cuando las nostalgias,
cuando el andar primero de las sombras,
y tú cruzabas, y contigo el mundo
que mi madre quería para luego,
pero que yo llevaba entre los ojos…

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