‘Putas para Gloria’, de William T. Vollmann

Putas para Gloria

William T. Vollmann

Hurtado y Ortega

 

Por Mario Amadas

Si a alguien me recuerda el Jimmy de Putas para Gloria es al Travis Bickle de Taxi Driver. Los dos deambulan, solitarios, desesperados, por barrios hostiles, entre gente perdida que no quiere saber nada de ellos; los dos vuelven de Vietnam sin que quede muy claro hasta qué punto, realmente y como dicta ya casi el tópico, han vuelto de la guerra o se la han traído consigo. Pero William T. Vollmann, con este libro de 1991, desde una primera frase magistral, consiguió un vasto retrato de la sordidez, de las calles oscuras y del lumpen, que es más que todo eso. Y si digo que me recuerda, de todos modos, al personaje de De Niro en Taxi Driver, no es sólo por los ambientes en los que se mueven ni porque ambos sean veteranos de Vietnam –con todo el peso de esa experiencia lastrando sus pasos–, ni por sus corduras cuestionables, ni porque busquen lo que simplemente no está; me recuerda, sobre todo, por su soledad. Tan solos están que tienen la necesidad de crear(se) personajes que les den algo de calor.

Sí, Putas para Gloria se inscribe en una atmósfera y en un submundo que ya hemos visto (en Nelson Algren, por nombrar otro referente afín), y, aunque el peso del libro esté, como digo, en otra parte, el microcosmos que retrata, pese a no ser nuevo, nos llega con toda su violencia reimaginado aquí en las conversaciones que mantiene el protagonista con las putas de la calle. Están, claro, el bar y los callejones oscuros y las meadas y el alcohol; las peleas y el dinero y el miedo. Pero el elemento quizá más definitorio del libro, el que destaca hasta el punto de ser uno de sus mayores aciertos, son las conversaciones (algo que también se puede decir, por cierto, de la reciente El pasajero de Cormac McCarthy). Jimmy, el protagonista, les pide a las prostitutas del distrito Tenderloin que le cuenten historias. Que le den algo con lo que alimentar su recuerdo o su fantasía de esa Gloria que ya no está. Todas las conversaciones son desesperadas, y en lo único que el protagonista encuentra algo de consuelo es en su imaginación, recreándolas para sí mismo para protegerse un rato de su soledad.

Toda búsqueda es desesperada y angustiosa; en este libro alucinado es, además, consuelo. Parece contradictorio pero las necesidades humanas a veces lo son. La búsqueda del amor, de ese alguien a quien querer y que te quiera, el consuelo de sentirse arropado entre tanta hostilidad, es lo que vemos en cada página, lo que está inscrito en cada palabra de esta historia sin argumento. Porque ¿de qué va la novela? De sentirse solo en un mundo que no sabe que existes y de intentar combatirlo y perder.

Uno de los amigos de Jimmy, Código Seis, es otro veterano de Vietnam que vive en la calle, emanando una nube de hedor constante, y las conversaciones entre ellos y su presente estado de abandono también inscriben la novela en otro subgénero que es el del veterano que vuelve a casa para encontrar sólo rechazo social y culpabilidad. Secundario de lujo, diríamos si habláramos de una película, Código Seis se puede entender como el reverso de Jimmy. Está igual que él, igual de destrozado y solo, pero quizá lo está de peor manera. A Jimmy le queda el resquicio de esperanza de encontrar a Gloria. Y la Gloria del título a la que se alude constantemente, sobre la que se fantasea sin fin, es la idea que se persigue, es lo que busca Jimmy, exista de verdad o no. Tiene eso, al menos, esa fantasía: Código Seis, no. No tiene nada. Estará más cuerdo pero más solo.

Parece que Gloria y Jimmy se conocen desde críos y después de una ruptura él busca encontrarla y reconstruirla mediante los testimonios de las otras putas que faenan por el barrio Tenderloin de San Francisco, e intenta encontrar en ellas aunque sólo sea el rastro de lo que había sido su antiguo, perdido amor. ‘Simplemente cuéntame historias de cosas que te hayan pasado’, les dice, para poblar así su soledad y configurar un panorama de recuerdos ajenos para su visión de Gloria. Y así tenemos en Gloria una pertinente aunque quebrada metáfora de nuestras ilusiones: si no existe lo que necesitas, lo creas. Y así pasan los días para Jimmy, y si Jimmy proyecta más de la cuenta o no, no sabemos, pero da igual: cada escena es una ventana a la acechante soledad del mundo contemporáneo. El libro es una atmósfera y una desesperación.

Impacta saber que Vollmann escribió esta novela con sólo 32 años. Hay un dominio de la escritura infrecuente, atrevido, en alguien de esa edad. Todo a veces se confunde y se emborrona en el recuerdo de Jimmy, y eso se refleja, también, como digo, en la escritura, y le da un elemento de alucinación a veces a la historia. En la página 32 tenemos lo que, extraído, podría considerarse un poema en prosa sobre la soledad y el vano intento de combatirla. Y la escritura de los diálogos, liberada de la puntuación, no es una coquetería (o una fanfarronería) estilística: es el reflejo de la urgencia y la desesperación del habla cuando es angustiada y tiene miedo. El salto de una escritura a otra es hábil y tiene sentido que lo haya decidido así, el autor.

Y qué bien traducida está la novela, por otra parte, y qué delicada edición de Hurtado y Ortega para un libro que es sentimiento puro, en el que la empatía está del lado de los que no han tenido nunca oportunidades de nada. Putas para Gloria es una gran puerta de entrada a un autor complejo, grafómano desbocado, proclive a la monumentalidad tanto en la ficción como en el ensayo. Una maravilla.

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