«El gran juego», de Benjamín Péret

Por Gaspar Jover Polo.

Se trata de un poeta vanguardista, de uno de los más rupturistas, lo que se aprecia a simple vista porque emplea el verso libre y no utiliza los signos de puntuación; pero la fórmula mágica de Benjamín Péret quizás resida principalmente en mantener la sintaxis, cierta estructura, incluso alguna dosis de hilo argumental al mismo tiempo que va combinando palabras con significados muy alejados entre sí, procedentes de muy distintos campos asociativos y hasta conceptuales, palabras que, según la lógica más elemental, no pueden aparecer juntas en un mismo párrafo, en un mismo poema y menos todavía en un mismo verso. Este poeta francés utiliza todas las conjunciones (las adversativas, las consecutivas, las causales…), pero enseguida notamos que estos conectores no cumplen la función habitual, descubrimos con júbilo que el significado de la proposición que precede al “pero” y el significado de la proposición que va inmediatamente detrás no se oponen, no pueden hacerlo porque la verdad es que no presentan ninguna relación, no tienen nada que ver entre sí: “En la simplicidad de su alma/ hubiera querido ser caballo/ pero tenía una lámpara que alumbraba/ alumbraba”.

También forma parte de la fórmula revolucionaria, brillante, mágica de Benjamín Péret el hecho de que muchos de estos poemas parecen hablar en serio, defender un tema importante, más aún, transcendente, y con un tono en apariencia elevado, cuando lo cierto es que no es así de ninguna manera, en absoluto es así. Enseguida nos damos cuenta de que se trata de puro juego o, como mucho, de una broma mordaz, de ensalzar la victoria del disparate más profundo, radical y subversivo. Un poema de El gran juego se titula “Honrad a vuestros muertos”, que es un título a primera vista cargado de connotaciones serias, transcendentes, religiosas o patrióticas; sin embargo, el poema empieza con unos versos que echan por tierra al instante esta primera suposición: “En la mano/ está el hacha/ en el hacha/ está el sombrero la cabeza el cuello los pies/ y el recuerdo de los intestinos”. Y en otro poema del mismo libro, por poner otro ejemplo, debajo del grandilocuente título “El lenguaje de los santos”, los dos primeros versos dicen: “Vino/ y orinó”.

En este mismo poema, en “Honrad a vuestros muertos”, encontramos también un buen ejemplo del encadenamiento de palabras que pertenecen a muy distinto campos conceptuales, que la experiencia del mundo real nos dice que no deberían aparecer próximas: “Está también/ el valor de las lucecitas/ que no temen al contagio/ Está asimismo un temblor nervioso/ Es el contagio/ y una pendiente abrupta”; me refiero a palabras como “lucecitas” y “contagio”, tan alejadas por lo que se refiere a sus respectivos campos tradicionales de actuación. Y en “Las osamentas se agitan”, el poeta no duda en ir directamente contra la lógica al afirmar: “el cabello y su jinete se agitan separadamente”, que resulta un verso completamente inapropiado si lo que se desea es mantener el sentido racional.

Parece lógico que, al encuadrar a Benjamín Péret en el sector más radical del movimiento vanguardista, su objetivo principal sea desorientar al lector, sacarlo de sus casillas, de lo que tiene aprendido y espera encontrar en un texto de literatura. Este es uno de los objetivos principales de todas las vanguardias, producir el extrañamiento; pero, en este caso particular, la gracia está en que no parece precipitarse sin más al vacío, sino que pretende dar la impresión de no querer romper del todo con la tradición; es más sutil que algunos de sus colegas de movimiento literario pues pretende dar la impresión de que sus poemas no están completamente desposeídos de la lógica –y por eso su interés por mantener la sintaxis y algún atisbo de estructura lógica y argumental–, con el objetivo último, tal vez, de esquivar las defensas racionalistas que se le pueden oponer y penetrar de formar más contundente en la conciencia de los lectores.

El poema “El enfermo imaginario” plantea una especie de hilo argumental en su primera estrofa, una acción que, a pesar de todos los lujos surrealistas imaginables, conserva un cierto orden cronológico: “Soy el caballo de plomo/ que cae de astro en astro/ y se convertirá en el cometa/ que te destruirá dentro de un año y un día”; pero esta insignificancia lógica salta del todo por los aires en el siguiente verso, en el quinto, cuando dice: “Ahora no existe ni día ni año”. Y en el poema titulado “El porvenir de los audaces”, la primera estrofa adopta en apariencia la estructura y el tono de una definición científica, al mismo tiempo que la elección del dispar vocabulario destruye esta ligera apariencia de estructura lógica: “Bajo los pasos del horizonte/ se excavan los pozos del amor/ que llamamos arveja de fraile”.»

El gran juego

Benjamín Péret

Traducción de Manuel Álvarez Ortega

Visor

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