‘El sótano’, de Begoña Huertas

El sótano

Begoña Huertas

Anagrama

Barcelona, 2023

160 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

 Esa costumbre de reunir en un relato a un grupo de personajes en un lugar del que no parece haber escapatoria, puede tratarse de una gran metáfora. No podemos eludir a los demás, nuestros cuerpos no están solos, y sin existir un motivo aparente para poder alejarnos, no somos capaces de despegar. Buñuel llevó el relato al paroxismo en El ángel exterminador, pero se ha dado con mucha frecuencia, tanto en literatura como en cine, en formatos menos neuróticos. Ahí están los personajes coloniales, por ejemplo, o los que se encuentran en un hotel huyendo de la policía y los maridos desalmados. El mundo queda reducido a lo poco que tenemos a nuestro alcance y toda la humanidad será esa minúscula proporción con la que tenemos que convivir. Todo esto suena a amenaza, porque el resultado suele ser algo claustrofóbico y no se resolverá hasta que no entre una luz nueva a través de la ventana.

Sin embargo, en El sótano no habrá tal luz nueva, porque nuestros protagonistas están enfermos y a lo que se enfrentan es al final. Uno no puede dejar de leer esta novela de Begoña Huertas (Gijón, 1965 – Madrid, 2022) como una despedida y lamentar su desaparición. Begoña Huertas nos dejó obras que merecen mucho la pena, como sus relatos de A tragos o el libro testimonial El desconcierto, pero, sobre todo, de una novela muy consistente que se titula Por eso envejecemos tan deprisa. Su delicado estado de salud interviene en este El sótano, tanto por el ambiente que crea, a partir de un grupo que se concentra en un sanatorio para intentar reponerse de las enfermedades, como por el tono, con frecuencia casi aforístico al que se recurre, y que nos indica que apenas queda aliento para largas conclusiones. Así y todo, la obra parece tratar más con el no dolor que con el daño que sufren los cuerpos. Es inevitable deducir que la vida nos va desgastando, pero no hacernos creer que este desgaste supone sufrimiento:

«Es curioso que donde no hay nada, nada puede morir, y, sin embargo, todo lo ocupa la idea de la muerte. Una lágrima que cayera sobre aquel suelo alicatado no originaría nada. El espíritu escurriéndose por el desagüe.

«Por el contrario, donde el cambio es continuo todo aparece, crece, desaparece, y, no obstante, no hay muerte ahí donde todo está muriendo. Musgo en la roca, flor en el mugo, tallos en la madera.»

Como podemos comprobar, lo prioritario es la expresión a través del yo, la creación que hace de sí mismo la narradora, que tiene que encontrar su identidad en el grupo y en la situación. En realidad, nos está hablando de una etapa del amor en la que se proyecta hacia lo universal, que es tanto como decir hacia donde están hasta los desconocidos:

«Con el tiempo he llegado a la conclusión de que dos cosas merecen la pena en este mundo: el impulso creativo y el amor, si es que no son la misma (…). Ambas requieren una fuerza que no procede de la voluntad, una fuerza que no se construye con empeño intelectual porque es algo material, que sale del cuerpo, que se produce en el cuerpo. Será el aire oxigenando las células, los fotones atravesando la piel, el empuje d ellos músculos, yo qué sé.

«Sólo sé que a veces el peor enemigo no es el dolor, sino el cansancio.»

A pesar de la fatiga, se nos sugiere, conviene no rendirse. Y para eso se creó la literatura, que puede entenderse como una expresión de afecto hacia las personas.

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