‘Diario de una soledad’, de May Sarton

CATALINA LEÓN.

Este diario de May Sarton transcurre como un tranquilo río que va mostrando sus lodos, sus piedras del fondo, sus mareas y sus cambios de luz conforme el tiempo pasa y las horas pasan. Desde el principio se hace necesario tomarlo como lo que es: una memoria íntima y activa, una muestra de escritura luminosa y una efervescente mirada a su alrededor. El oficio de escritora de May Sarton está aquí al servicio de la verdad y por eso es tan fácil y tan delicado sumirse en el interior de lo que va narrando, con tanto detalle, despacio, abiertamente. 

“Empiezo aquí. Está lloviendo”. Estas son sus palabras iniciales. Con sencillez observa lo que ocurre desde su ventana y ese primer párrafo es revelador. Pues no hay nada que sea “vida real” más allá de ese tiempo de intimidad absoluta en su propia casa, cuando el ruido cesa y la gente no está. “Ni los amigos, ni siquiera los amores apasionados, son mi vida real”. 

No me despojéis de mi edad. Me la he ganado”. El libro tiene un aire melancólico, casi triste, apesadumbrado, evidente. No es solo su título, tan descriptivo, ni su intención, encontrar algo que le devuelva el entusiasmo perdido, sino también el devenir de sus páginas, con relatos sencillos pero profundos en los que cada día tiene un tono diferente, aunque todos los días parecen mostrarse como una pérdida que se va acumulando. 

De sus palabras se desprende una difícil dicotomía entre la vida de relaciones sociales y esos momentos de soledad que transcurren en su casa, el centro de un mundo que es propio y que no parece contaminado por el exterior. Es ella misma cuando contempla las flores que la rodean, analiza sus colores, su olor y su forma; cuando vuelve hacia dentro la mirada para hallarse, en una búsqueda permanente que puede encontrarse también en otros textos con carácter autobiográfico. La escritura es un talismán, una puerta abierta a la comprensión y una manera de sortear los peligros del mundo. La mayor belleza está en las dos condiciones de su escritura que ya enunciaba Jane Austen: imaginación y verdad. Ambas tienen lazos indisolubles y sin ellas no es posible que la literatura haga el recorrido adecuado hasta el lector.

En el caso de Sarton está asegurado que lo que nos cuenta con su estilo limpio, ruidoso y callado a la vez, nos interpela, nos afecta, incluso nos responde a algunas cosas que todas tenemos en la mente. Es una lectura, hay que decirlo, muy femenina, muy cercana al mundo de la mujer y en eso están de acuerdo sus lectores. Pero también es una lectura universal, donde todos los seres humanos pueden encontrar ecos que les resultan familiares. Su estilo directo, sin alharacas ni circunloquios, fielmente urbano, ayuda a que el libro tenga un hálito de veracidad y de vida impresa. 

“He estado pensando que, por muy terribles tormentas que nos sacudan, si el armazón de nuestra vida es lo bastante estable y fructífero, nos ayudará a resistir sus devastadoras secuelas”

“La vida nos viene en pequeños racimos: un racimo de soledad, y luego otro racimo que apenas nos deja tiempo para respirar”

“¿Por qué me resulta tan terrible implicarme en la venta de mis libros? ¿Cómo puede una escritora de mi generación sobrevivir a esa enorme maquinaria?”

En ese relato de la vida cotidiana durante ese periodo de soledad y de breves encuentros con otros escritores, con personas diferentes y a veces distantes, May Sarton intercala su propio pensamiento, su visión de lo que sucede. La desesperanza, quizá el escepticismo, preside sus reflexiones, una mujer en la sesentena que tiene dudas y que, aunque reivindica su edad y el tiempo vivido, parece entrar en un círculo de palabras que no quieren callarse más y que desean salir a la luz. Es la evidencia del paso del tiempo, tan atroz y tan inevitable. Las mujeres mayores están en su relato tanto en la forma de mirar las cosas como en sus encuentros e indecisiones. No es frecuente que la novela se acerque a estas mujeres, invisibles según decía Barbara Pym, mujeres cansadas, primorosas, llenas de incertidumbres, que miran el futuro con aprensión y el pasado con nostalgia. May Sarton lo hace. Y la creemos. 

Este es un libro para leerlo despacio, para leerlo poco a poco, para subrayarlo, para anotar sus frases. Acompaña y muestra, sin ánimo de moraleja pero con sinceridad, una parte de vida que puede resultar reconocible y, sobre todo, tierna, anhelante, invencible en su pequeñez. 

Breve noticia de la autora

May Sarton (Eleanor Marie Sarton) nació en Bélgica en 1912. Con la primera guerra mundial su familia se fue a Inglaterra y después a Boston. Su padre, historiador, fue profesor en Harvard. Su madre, que era inglesa, se dedicaba al arte. Ella murió en 1995, una larga vida, y escribió un total de 53 libros, 19 novelas, 17 libros de poesía, 15 obras de no ficción, dos libros infantiles, una obra de teatro y varios guiones. Entre sus obras de no ficción se encuentran algunos diarios, como este. De modo que es una excelente memorialista y así lo demuestra con “Diario de una soledad”. En su adolescencia y juventud fue actriz, estudió en la universidad y escribió muchísima poesía, de modo que como poeta es un referente para los lectores. Pasó un año en París en 1931 y allí trató a otras escritoras como Elizabeth Bowen y Virginia Woolf. Sus opiniones sobre ellas han quedado plasmadas en algunas de sus obras. Después vivió en Nuevo México, donde conoció y mantuvo una relación larga con su pareja, Judy; para pasar después a New Hampshire y más tarde a Maine. Siguió escribiendo toda su vida a pesar de importantes problemas de salud que tuvo que soportar y superar. En ella hay una especie de aura personal, de luz que ilumina sus palabras, nacidas de lo hondo y convertidas en manifiestos de vida gracias a su estilo literario turgente y lleno de vitalidad. Esa vitalidad contrastaba a veces con la dureza de su propia existencia, pero, a pesar de todo, siguió escribiendo. 

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