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‘Libres’, de Ana Santamaría

Libres

Ana Santamaría

Comba

Barcelona, 2023

122 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

No es tan sencillo tener un paraíso propio. Fuera de la cabaña en el árbol de la infancia o la siesta tostada en la playa adolescente, apenas queda refugio y si uno aspira a inventárselo, por mucho que ponga toda la carne en el asador ha de ser consciente de que la vida te va a azotar con fatalidades. A eso que se conoce como destino, que significa no ser dueños de nuestro futuro, que apenas sirva de nada sembrar y labrar para garantizar la cosecha, que estemos al desamparo frente a todas las plagas, es a lo que se refiere la suerte de los personajes que Ana Santamaría (Burgos, 1970) reúne en este volumen. Libres es, precisamente, lo que tanto les cuesta ser. Frente a la realidad, y estos cuentos son de carácter realista, sólo existe una libertad auténtica, que no es la de querer, sino la de querer querer. Debería bastarnos con saber qué nos gustaría ser, para disfrutar de nuestros días: el valor del sueño no es que se realice, sino soñarlo. Pero aceptar esto supera casi todos los atributos que podemos poner en juego. De ahí que no nos quede más remedio que idear conceptos como la saudade y pensar que esta forma parte inevitable de nuestra vida. Y a partir de ella, crear un proyecto estético, saber convivir con la belleza, que puede ser triste, pero es acogedora. Y saber materializar esta idea a través de palabras es literatura.

Ana Santamaría comienza recordándonos que reconstruirse tras la batalla puede ser imposible, y que para darnos cuenta de nuestra limitación nada hay más oportuno que la falta de intimidad. Estamos demasiado expuestos. Nos hará acompañar a gente que entiende que la tristeza ya es irrevocable y vive al borde del suicidio. Nos recordará que sueño y vigilia provocan sensaciones que son igual de veraces. Aterrizará en la idea de que el tema central en cualquier relación entre seres humanos es la comunicación, su falta o la comunicación en diferente frecuencia. Será capaz de detenerse a contar un mero instante, que será lírico y representa el desencuentro, es decir, de hacer un relato donde no debería haber relato. Nos desnudará al mostrar que ejecutamos constantemente el pensamiento a través de proyecciones: ese oso polar desubicado es como yo, soy yo, un hombre de aldea en una ciudad. Vagará por la sana fantasía infantil a través de la niña que quiere ser sirena, mostrando cuál debería ser la pureza del deseo que perdemos al hacernos adultos. Nos expondrá ante la idea de que no somos capaces de dominar nuestro entorno, pues ni siquiera podemos dominar qué llamadas recibimos. Tendremos que volver a pensar si el otro es el que es o el que yo creo que es para mí (creo o quiero). Tratará con la idea de la disonancia cognitiva a través de alguien que intenta justificar un abuso a través de un psicoempacho, atorado de sustancias y presión social y sociolaboral. Hablará sobre cómo crea un pueblo una leyenda antes de terminar recordándonos lo duro que es saber que uno tiene más vida por detrás que por delante, y que con tanta nostalgia se hace muy difícil vivir.

El tema de la libertad es uno de los asuntos centrales de un relato, así como el de la dignidad lo es de la psicología o la narración psicológica. Ana Santamaría nos ofrece una serie de cuentos que son algo más que apuntes sobre ese eje central, sobre ese sentimiento que buscamos como se busca el aire bajo las mantas. Con un estilo sereno y sobrio, nos dejará un sabor a inquietud, una de esas sensaciones que a uno le invitan a seguir investigando, a seguir curioseando, a no vivir a través de la inercia. Y eso es mucho.

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