‘Nada se opone a la noche’, de Delphine de Vigan

DAVID PÉREZ VEGA.

Leí cinco libros seguidos de Annie Ernaux, la premio Nobel de 2022, y me apeteció seguir con literatura francesa, escrita por mujeres y que practicaran la autoficción. Me había fijado, desde hacía tiempo, en Delphine de Vigan (Boulogne-Billancourt, 1966), como representante de una nueva literatura francesa que me apetecía leer y, sobre todo, en su novela Nada se opone a la noche (2011), en la que sabía que analizaba la vida de su madre. Un día, paseando entre los anaqueles de la biblioteca pública de Móstoles, vi la edición de Panorama de narrativas de esta novela y de la siguiente que sacó, Basada en hechos reales. Me llevé las dos en préstamo.

Nada se opone a la noche comienza con la narradora encontrando a su madre muerta en su casa. No mucho después va a tener que asumir que la muerte de Lucile, su madre, ha sido debida a un suicidio. Desde el comienzo el lector va a identificar a la narradora de la novela con la propia autora, sintiendo que no hay distancia entre las dos figuras. La autora, Delphine de Vigan, vive esta escena terrible y toma la decisión de escribir una novela reconstruyendo la vida de su madre, desde que era una niña, pasando por su relación con ella, hasta el momento de su muerte. «Entonces pedí a sus hermanos que me hablasen de ella, que me contaran. Los grabé, a ellos y a otros que habían conocido a Lucile y a la familia feliz y devastada que era la nuestra. Almacené horas de palabras digitalizadas en mi ordenador, horas cargadas de recuerdos, de silencios, de lágrimas y suspiros, de risas y confidencias.» (pág. 18)

De Vigan trata de ser objetiva y dar forma al material recuperado sobre la familia numerosa que representaba su madre y sus tíos, pero en más de una ocasión también rellena los huecos especulando sobre lo que podía sentir su madre sobre determinados sucesos. «Lucile sintió cómo su corazón se aceleraba por efecto de la cólera.» (pág. 35). Esto hará que la autora también deje en el texto reflexiones metaliterarias sobre este tipo de decisiones artísticas. «Pero ¿qué me había imaginado? ¿Qué podría contar la infancia de Lucile mediante una narración objetiva, omnisciente y todopoderosa? ¿Qué me bastaría con hacer una criba del material que me habían entregado y elegir, como si fuese a la compra? ¿Con qué derecho?» (pág. 41)

Los abuelos, Georges y Liane, engendrarán ocho hijos, y adoptarán a otro, tras la muerte accidental de uno de ellos. Lucile es la tercera de los ocho hermanos.

Roberto Bolaño afirmaba que uno debe escribir siempre su novela como si tratase de una novela de detectives, aunque no lo sea en absoluto, y éste es uno de los grandes aciertos de la novela de De Vigan. La autora se ha propuesto indagar en la historia de su familia para tratar de descubrir el origen del dolor de su madre. Así, por ejemplo, la autora se plantea si debe hablar de la época en la que su abuelo pudo ser, aunque fuera de lejos, colaboracionista durante la época de la ocupación nazi, y se pregunta: «¿La posición de Georges durante la guerra podía haber afectado al sufrimiento de Lucile?» (pág. 96)

Hay momentos sorprendentes en el análisis del pasado familiar, y el lector llegará a pensar en ese tópico que afirma que la realidad supera siempre a la ficción. La familia que compusieron los abuelos George y Liane se va a descubrir pronto como una familia excesiva: muertes accidentales, suicidios, posibles abusos sexuales… y todo esto dentro del contexto de una clase media que, en algún momento ‒cuando a Georges le va mejor en la empresa de publicidad que ha creado‒ consigue cumplir algunas de sus aspiraciones burguesas.

De Vigan informará al lector de las dificultades técnicas con las que se va encontrando al escribir. Pensaba que le iba a ser fácil introducir ficción en la historia de su madre de niña, pero al final tiene la sensación de que no puede tocar nada, aterrorizada ante la idea de traicionar la historia.

«¿Tengo derecho a escribir que mi madre y sus hermanos fueron todos, en un momento u otro de sus vidas (o durante toda su vida), heridos, dañados, desequilibrados, que todos conocieron, en un momento u otro de sus vidas (o durante toda su vida), una gran pesadumbre, y que llevaron su infancia, su historia, sus padres, su familia, como marcada a fuego?» (pág. 154)

En la página 155 termina la primera parte de la novela, una parte en la que la autora ha reconstruido el tiempo de vida de su madre en el que ella no ha estado presente. Desde el principio nos indicará que no va a querer hablar o especular sobre la vida o la intimidad de su madre con su padre, o con sus otras parejas. En esta segunda parte la narración se volverá mucho más intensa, puesto que la autora usará como material narrativo la subjetividad de sus recuerdos personales sobre su madre. Delphine y su hermana pequeña, tras el divorcio de los padres, cuando la madre tiene veintiséis años (tuvo a Delphine con tan solo diecinueve), van a pasar a vivir a solas con ésta, en una situación de precariedad económica, con diversas parejas de la madre que, en el contexto de la década de los 70, pasan por hippies o contraculturales. Pero todo se complicará cuando aparezca la bipolaridad en la madre, enfermedad que hará que tenga diversos ingresos psiquiátricos. A estos estados mentales no va a ayudar su adicción a la marihuana. Las historias de muertes y suicidios se seguirán sucediendo en el entorno de la familia.

La autora consulta, para dar vida a sus recuerdos, los diarios que empezó a escribir a los doce años. Y vemos ya aquí un núcleo inicial de su futuro de escritora. La madre también era aficionada a escribir y la autora conserva un texto en el que la madre describe algunos de sus ataques de locura. Un texto que pensó insertar en su propia novela, pero que luego se dio cuenta de que no encajaba en el proyecto. En Nada se opone a la noche, la autora también nos hablará del periodo depresivo que le hizo caer en la anorexia, y la relación que tuvo esto con su madre, y cómo esta situación le condujo hacia la escritura de su primera novela.

Frente a las novelas de Annie Ernaux, que tenía muy recientes, me parece que Ernaux practica una escritura más reflexiva, y era muy interesante ver cómo ponía los acontecimientos de su vida en relación a los procesos históricos y sociales que le tocó vivir. En este sentido, De Vigan es una narradora más pura que Ernaux, pero de su análisis de la vida de su familia y la suya propia también se pueden extraer enseñanzas o principios universales. Nada se opone a la noche me ha parecido un libro muy intenso, de una gran fuerza poética desgarrada, una narración muy auténtica, donde la autora se ha adentrado en el dolor de su madre, y en el suyo propio, sin temor y sin descanso. Un valiente y valioso libro de la nueva narrativa europea.

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