‘El ritual de la serpiente’, de Aby Warburg

RICARDO MARTÍNEZ.

El coleccionismo equivale, de alguna manera, al origen de la enciclopedia de un saber. Constituye un referente cultural que define, a modo de identificación, el origen y la naturaleza de lo primigenio y defiende (definiendo) un canon de belleza. Así fue considerada la labor de Warburg, expresa en lo que fue considerada su obra capital, el afamado Atlas Mnemosyne, en cuyo origen estaría el trabajo aquí recogido, junto con los textos posteriores a esta conferencia y que componen el libro Per monstra ad sphaeram, también publicado en esta editorial 

En 1923 este historiador en sentido amplio (su fama, a posteriori, la debe a esa elaboración de un amplio catálogo-enciclopedia de carácter estético a propósito de la actividad del hombre desde los tiempos del nacimiento del arte) concluyó su convalecencia por causa de una crisis nerviosa (es conocida, digamos, también, su carácter de naturaleza introvertida, nada propicio a la expresión mundana) en una clínica de Kreuzlinden.

Como discurso de despedida, y a modo de catarsis, elaboró un trabajo conocido como ‘El ritual de la serpiente’ en cuyas páginas relata lo que consideró su revelador encuentro en 1895 con los indios pueblo. Y, se nos informa oportunamente en la introducción, “maravillado por estos hombres, que sitúa entre el mundo de la lógica y el de la magia, Warburg describe su danza con serpientes hembra vivas, ceremonia mágica que busca producir un efecto real: la lluvia” No obstante, este ritual, “forma extrema del culto animista de los indios, no es para él sino el punto de partida de una reflexión sobre el poder de la imagen y los símbolos, necesariamente ligada a su concepción del arte”

La ubicación geográfica de los pueblos de estos indios pueblo está próxima a la ciudad estadounidense de Alburquerque, y sus casas “están formadas por dos pisos a las cuales, a falta de una puerta en la planta baja, se accede por el techo mediante una escalera, y ello como forma de defensa ante los posibles ataques enemigos” Volviendo a la danza de la serpiente, que tanto interés despertó en el antropólogo, “ésta no es sacrificada sino transformada en mediadora, a través de la consagración y de la danza mimética, y enviada de vuelta junto a las almas de los muertos para que, en forma de rayo, provoque la tormenta en el cielo (…) En el mito, la serpiente aparece como deidad meteorológica y, a la vez, como tótem responsable de las migraciones del clan”

Y aclara, en este texto escrito con gran pulcritud de lenguaje e interés argumental: “Para el hombre profano es natural considerar estas manifestaciones de la religiosidad como una peculiaridad de la barbarie primitiva, totalmente ajena a la cultura europea. Sin embargo –y esto resulta de una importancia histórica y cultural insoslayable- resulta que en Grecia, justo en el país donde se originó la civilización europea, hace dos mil años se practicaban rituales tan extravagantes como los que hoy podemos observar entre los indios”

Entiéndase, pues, hasta qué punto la interculturalidad, incluso en el orden de los rituales y mitos, supone una similar idea o sustrato cultural entre pueblos bien distintos, lo que, acaso, venga a afirmar hasta qué punto hombre y cultura no conviven exactamente separados, sino unidos por un lazo invisible que tal vez sea un atributo propio de su alma cultural, o bien, sencillamente, de la comunicación como un bien integrador, identificador, expresivo de un cierto vinculo que, unidos sus significados, contribuye a explicar lo primigenio del saber y el mito mismo como forma de identificación de la especie.

Tal como hoy se conoce y existe, si bien ha cambiado sustancialmente la escala del vínculo, del conocimiento mutuo, de la relación integradora de esa misma especie.

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