“Las cenizas del Cóndor”: novela histórica sobre el terrorismo de estado en Hispanoamérica

Horacio Otheguy Riveira.

Diez años de trabajo (2003-2013) en los que el periodista uruguayo Fernando Butazzoni investigó y noveló el despliegue de violencia institucional para combatir “al comunismo internacional”: una excusa que servía a los objetivos “ultrapatrióticos y religiosos” en defensa de lo que se consideraba el auténtico orden establecido. Para ello, desde el alemán Henry Kissinger como Secretario de Estado norteamericano hacia la América hispanohablante, con figuras señeras del autoritarismo: Stroessner (Paraguay), Pinochet (Chile), los generales Perón y Videla (Argentina, ambos en aparentes antípodas), Bordaberry (Uruguay)… y prácticamente todos los los poderosos e influyentes, civiles y militares, en los países del área.

La documentación manejada es exhaustiva, minuciosa. Desde el primer momento la utiliza sabiamente un novelista de fuste que domina los grandes planos y los más íntimos para sumergirse en las intimidades de personajes históricamente muy conocidos, y a su lado recorrer en detalle calles y lugares precisos de ciudades que fueron muy vividas en las décadas de los 70 y 80, de la mano de otros que existieron junto a recreados sufrientes víctimas de torturas.

Una voraz persecución de opositores se expande como un negocio con muchas caras: en defensa del orden económico y social establecido, y la necesidad de alimentar a los voraces amigos del sadismo institucional, sin respeto por nada ni por nadie. Pero, a su vez, con una ventaja que en Argentina tuvo mucho más potencial que en otros países comprometidos con la misma faena: la lucha interna en las Fuerzas Armadas de tierra, mar y aire. De allí que sus múltiples errores arribaran a la tragicómica Guerra de las Malvinas cuyo fracaso diera pie al fin del régimen de “los salvadores de la patria”, y se abriera la compuerta a una serie de gobiernos democráticos complejos y contradictorios, pero que lograron encarcelar a militares destacados, luego puestos en libertad, y finalmente otra vez encarcelados, algunos hasta su muerte.

 

En los hechos, muchos oficiales ya han comenzado a tomar por asalto las oficinas públicas para convertirse de la noche a la mañana en ministros, subsecretarios, interventores, directores, consejeros y administradores estatales. La empresa refinadora de petróleo, las telecomunicaciones, la Biblioteca Nacional, la universidad pública, los organismos rectores de la enseñanza y hasta los clubes sociales y de pesca, comenzarán muy pronto a mostrar en distintos niveles de jerarquía —de acuerdo a los galones y a la importancia del cargo— a generales, brigadieres, coroneles y comandantes. La premisa es clara, y así la expresa, a viva voz, uno de los generales de mayor peso en el gobierno: “El poder en la sociedad está diseminado en todas sus estructuras, y en cada una de ellas debemos tener el oído atento y el ojo avizor para salvar a la patria”

 

Fundado en 1858, señorial lugar de plácido encuentro para largas charlas, museo a su vez de artistas ilustres, y centro neurálgico para espionaje y contraespionaje en los feroces tiempos de la dictadura argentina del 76 al 83, así como de todas las del Cono Sur…
Interior del célebre Tortoni. Entre acariciantes encuentros, gritos y susurros por donde se convoca el crimen de estado, la lujuria que conlleva el placer de la tortura, y la rebelión de quienes nunca dejaron de luchar.
Ambos líderes golpistas debieron coordinarse durante las décadas de 1970 y 1980 por la Operación Cóndor, que incluyó también a las dictaduras de Paraguay, Uruguay, Brasil y Bolivia y buscó exterminar a los opositores de todos estos regímenes en el continente, lo que constituyó una asociación ilícita internacional para ejercer el terrorismo de Estado. Videla murió en la cárcel, a los 87 años. Hemorragia interna.  Pinochet en su casa, a los 91 años, infarto de miocardio.

«No es miedo ni asco lo que siente, sino vergüenza: la detenida [embarazada] tiene una panza enorme que resalta aún más la flacura de su cuerpo. El rostro muestra la piel pegada a los huesos, y unos ojos que brillan en el fondo de dos cavidades profundas. Durante unos minutos él no atina a hacer otra cosa que mirar aquel montón de restos humanos. Los pies descalzos tienen unos moretones violáceos, y las manos están envueltas en unas vendas con costras sanguinolentas. Lejos, en otro puso, se oyen unos gritos […].

La mujer murmura algo. No puede entender lo que dice, así que se inclina un poco, se agacha, coloca su oído junto a la boca de la prisionera. Afuera hay ruidos metálicos, cosas que se arrastran.

— Todavía no —susurra ella.

El capitán recibe el aliento fétido de la mujer, que respira con dificultad. A simple vista puede apreciar que le faltan varios dientes. Se inclina un poco más.

— ¿Qué quiere?

— Todavía no me mate —dice, pero no es una súplica.»

Las cenizas del Cóndor es una novela magistral bien encausada dentro del llamado periodismo literario, ya que fusiona acendrada documentación con la seductora intriga de toda narración donde las peripecias individuales se producen bajo la alta tensión de un estado de terror excepcional.

Avezado periodista, utiliza en esta novela varias técnicas bien entrelazadas, fusionando autoficción con elaborada documentación y una sólida técnica de reconstrucción del presente al pasado en algunos personajes fundamentales.

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