‘Bajo los cielos gigantes de Bucarest’, nuevo diario de viajes de Javier La Beira, el dios de las fronteras

ANTONIO ALCAIDE.

Si Mann le proporcionaba el título para su primer diario de viajes, Múnich resplandecía (Frato Editorial, 2020), esta vez es Mircea Cărtărescu a quien rinde homenaje el autor en su nuevo diaro, Bajo los cielos gigantes de Bucarest (El Toro Celeste y Fundación Unicaja, 2023), un paseo —¿por qué no?— ilustrado por la desconocida capital de Rumanía, país a la vez lejano y cercano.

Mi primer recuerdo de los países del este se lo debo a mi prima María Virtudes, que en la España provinciana y gris de los setenta viajaba a la antigua Yugoslavia, a Rumanía y a Hungría, ya que era agente de viajes y, en consecuencia, tenía que conocer de primera mano lo que ofertaba. Eran países de más allá del paraguas protector del capitalismo occidental, pero mi mente infantil de viajero adivinaba en sus relatos la vitalidad y la inocencia de aquellas gentes y pueblos tras el Telón de Acero. Por aquel tiempo descubrí entre los escasos libros de casa una edición de lujo del Reader’s Digest, Viajes sin fronteras, que me iba a marcar para siempre: fotografías de gran formato junto con relatos de escritores, aventureros y periodistas de mediados del siglo XX —supe, precisamente, por los Diarios de Souvirón, editados por La Beira, que allí trabajaron el diarista y Luis Rosales—. Con el paso de los años compré aquel libro de segunda mano que ahora sé que nunca heredaré. Nada aparece sobre Bucarest en esta obra, ni tampoco en Ciudades del mundo, un práctico coleccionable del periódico El Mundo —ignoro si pretendían hacer un juego de palabras— que dos jóvenes enamorados reunieron pacientemente allá por el año 90. Ciudades a las que nunca fuimos, quizá vayamos o hemos ido tarde. Leyendo con agrado las páginas de este diario, adivino un impulso gemelo en su autor, niño o joven rodeado de más libros que maletas y pasaportes.

¿Qué sentido tiene un libro de viajes ahora que todo el mundo viaja? La narración del escritor romántico, con el que empezó el género, venía a cubrir un vacío, una necesidad: la de mostrar países lejanos e inalcanzables para cierta burguesía letrada. La respuesta no es obvia en modo alguno: lo que leemos en estas páginas es la mirada del escritor, el viaje que el arte y la literatura añaden al viaje meramente físico. Este es el propósito de Javier La Beira, recuperar un género olvidado, hacerlo suyo y añadir al viaje lo que solo la cultura puede proporcionar: el placer de conocer realmente, de aprehender el lugar visitado, más allá del simple coleccionable de experiencias turísticas.

Quienes se acerquen a Bajo los cielos gigantes de Bucarest podrán apreciar, además de un recorrido ameno por calles y palacios, la cita precisa, la plusvalía de aquellos que viajaron a la ciudad primero, el viaje interior, el intraviaje, si se me permite el neologismo a la manera del 98. Pero no se llamen a engaño. La cultura pop, el gracejo crítico malagueño y andaluz, el puntito —no hago publicidad de ningún vino rondeño— de ironía y sarcasmo salpimentan por doquier sus breves capítulos y, al final, el lector se queda esperando más —no preocuparse, que se diría en nuestra tierra: el autor prepara dos nuevas entregas—.

Me gusta, sobre todo, que el viaje empiece antes del viaje, el estilo desenfadado que se vuelve serio cuando la ocasión lo requiere, el prurito filológico siempre presente y el humor sutil que impregna sus impresiones: «su centro neurálgico, neurótico y hasta esquizofrénico»; «pero ¿hubo una vez en Rumanía setecientos arquitectos?»; «seis horas y media por las magníficas carreteras que no pudo ordenar construir Ceauşescu porque se hallaba enfrascado en asuntos más importantes».

Rumanía es un país cada vez más cercano para mí. Tengo nuevos amigos allí y pronto seguiré los pasos del autor, a medias por placer y a medias por trabajo. Mientras, me asaltan y sorprenden los versos de sus poetas: Eminescu, con el que La Beira cierra el libro, pero también Coşbuc, Stănescu o Doinaş. Unos versos del último dan título a esta reseña: «Ahora comprendo que hasta el día de la muerte / de la edad del fuego, de los corazones y los astros / el dios de las fronteras nos separa». Agradezco en lo que vale su esfuerzo por que ese dios fronterizo del siglo XX no nos divida y espero esas dos nuevas entregas —mi adorada Cádiz y el descubrimiento del pasado verano, Burdeos— que anuncia la solapa de esta, por cierto, magnífica edición de El Toro Celeste. Que su autor siga viajando y escribiendo sus viajes como en el juego del escondite: por él y por todos nosotros, por todos sus compañeros… de viaje.

Antonio Alcaide

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