‘Canción de atardecer’, de Lewis Grassic Gibbon

CATY LEÓN.

Los lectores escoceses aprecian enormemente la obra de Lewis Grassic Gibbon, en concreto las que forman su trilogía escocesa. La consideran una eficaz representante de la narrativa del país tanto por su temática como por su estilo. De ese modo sucede a los grandes clásicos escoceses, como el propio sir Walter Scott, que plasmó con enorme dosis de romanticismo, las escaramuzas bélicas y políticas entre sajones y normandos, contribuyendo al conocimiento de muchas figuras medievales, entre ellas Juan sin Tierra, Ricardo Corazón de León y la tercera cruzada.

Las novelas de Lewis Grassic Gibbon de las que la editorial Belvedere ha publicado dos, no tienen nada que ver con esas gestas, pues están ambientadas al principio del siglo XX, pero conservan el carácter épico y el papel central del paisaje escocés en las historias. Dentro de la corta obra de Lewis Grassic Gibbon (1901-1935) la trilogía es su máxima referencia y así ha sido considerada. La primera novela Sunset Song, se publicó en 1932. La segunda, Cloud Howe, en el 1933. La tercera y última, Grey Granite, en el 1934. Su verdadero reconocimiento llegó más tarde, no obstante. Y la trilogía ha sido convertida por la BBC en una serie, lo que supone el momento de mayor popularización de cualquier obra escrita de las que corresponden al Reino Unido. La BBC convierte en visión cotidiana cualquiera de las obras cumbre de las letras inglesas. Sin embargo, la corta vida de Gibbon no fue nada sencilla y estuvo llena de dificultades, tanto laborales como a la hora de poder dedicarse a la escritura. Esa mezcla de romanticismo y realismo, de naturaleza y espiritualismo, de verdad y de imaginación, parecen estar tanto en su propia existencia como en su obra, difícilmente clasificable por lo tanto y en absoluto bien conocida en España. Como en otras ocasiones las pequeñas editoriales independientes realizan la meritoria labor de poner delante de nuestros ojos esas obras que, de otro modo, tendrían un velo de invisibilidad delante de ellas, apabulladas por el empuje casi insoportable de los grandes best-sellers híper promocionados. 

Una característica de estos libros es que son autoconclusivos, es decir, que pueden leerse independientemente y esa lectura parcial no estorba al resultado final. En este caso, además, la tercera parte no ha sido publicada, al menos todavía, por la editorial y no sabemos si tiene planes de hacerlo. Canción de atardecer se inicia con un preludio, El campo sin arar, que tiene la función de explicar los antecedentes históricos de la ficticia Kinraddie, una aldea decadente con apenas ocho granjas, una casa parroquial y un molino, que una vez estuvo en manos de un señor de las Highlands que no supo conservar su patrimonio. Allí vivirá la familia de la protagonista, Chris Guthrie. La siguiente parte, que es la central, lleva el título genérico de La canción y consta, a su vez, de cuatro capítulos: Labranza, Ahoyado, Siembra, Cosecha. El postludio final vuelve a titularse El campo sin arar. 

La parte central de la novela, La canción, tiene como centro a su joven protagonista, Chris Guthrie, y cada uno de sus capítulos son el reflejo metafórico del proceso de formación, crecimiento y maduración de la protagonista, dividida entre sus intereses intelectuales y la atracción por la tierra, sin saber que habría un hecho externo que significaría para todos el fin de una época. Toda la narración tiene un aire por eso marcadamente nostálgico, seguramente también porque el autor la escribió en Inglaterra mientras rememoraba los paisajes de su infancia y dejando fluir también ese sentido del lirismo que caracteriza su literatura. 

La dedicatoria y la nota del autor van seguidas de un mapa en el que se recrea el espacio físico en el que tiene lugar la historia. Kinraddie es el territorio y varios elementos se conjugan en la narración, tanto de carácter personal (la evolución de la propia protagonista) como sociales, económicos y hasta políticos (la tierra, los campesinos, los ecos de la guerra y sus consecuencias, los cambios). Escocia es tanto, y así aparece en la novela, ese territorio épico que genera episodios de valor y de generosidad, como una tierra dura, que pide más de lo que ofrece. Ese contraste permanente entre dualidades, que conviven en una situación no exenta de tensiones, es una constante de la historia. Chris quiere ser maestra, un trabajo que se basa en las cualidades intelectuales, pero su destino parece ligado a los trabajos duros del campo y la crianza. Por su parte, la propia naturaleza tiene, al menos, dos caras, una de ellas hermosamente fértil y abierta a las estaciones y la otra áspera y complicada, en ocasiones contraria a la vida humana. Las eventualidades cambiarán el destino de los protagonistas y el influjo de la guerra será definitivo.

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