La atención de las cosas

 

Hay gentes que tienen anegada la cabeza por las palabras, pero que pueden desaguar
lanzándolas al exterior; y así hablan y hablan soltando lastre. Se da el caso inverso en
los que están desbordados por las ideas, ideas que, por su propia naturaleza, tienden a
mantenerse en su lugar natural, la cabeza, con lo cual ese lastre se va acumulando y
acumulando… hasta estallar. Creo que es peor este último caso para la estabilidad
psicológica.

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Tengo una duda que a lo largo de mi vida he sido incapaz de resolver: los que hablan
sin parar, ¿es que tienen previamente ya pensado todo lo que dicen o quizás es que van
pensado sobre la marcha? Cualquiera de las dos posibilidades me deja perplejo, como
me dejan perplejo los políticos por ello.

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Tan importante como saber cuándo hablar o cuándo callar es saber qué palabras elegir.

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El exceso de lenguaje tiene como objeto, no tanto persuadir, cuanto emborronar.
Acordémonos en esto de la contraofensiva del aforismo.

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Otros hay a los que no es ya solo que les guste hablar: es que les gusta la simple
emisión de palabras ―y con ello se placen y en ello se gustan― como una simple
musiquilla que quieren poner de fondo para llenar su propia vaciedad. ¿…O quizás
como una máquina que funciona autónomamente una vez puesta en marcha?

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Para algunos, las ideas quedan enredadas en la red estructural de las palabras: no son
de su misma naturaleza y, por tanto, éstas se constituyen en un inconveniente. Para
otros, de mente más confusa, esa red es su constitución esencial.

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Hay gentes tan pobres intelectualmente, tan desgraciadas, que solo tiene como guía
de su pensamiento las palabras (a veces su mero juego o su enredo), gentes para las
cuales el infinito o la dignidad, por ejemplo, son solo unas palabras.

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Curiosamente, cuanto más ignorantes sean los interlocutores, más se debe cuidar el
lenguaje, sobre todo en precisión y llaneza: es decir, en el más precioso de los
equilibrios.

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A veces me sorprendo de que quien verdaderamente piensa en profundidad pueda
expresar más de cuatro palabras seguidas. Si dice más de cuatro es que está está
subiendo hacia la superficialidad el nivel de su pensamiento… Ni, aún más, que este
mismo pueda hablar con floritura y floripondio. Y es que las palabras no pueden reflejar
las ideas, y es que el floripondio verbal es vaguedad, y es que “el árbol no puede dar
fruto al mismo tiempo que flores” (G. Guèvremont).

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Es por ello que las personas reflexivas no suelen hablar ni fluida ni brillantemente,
porque hablar supone una respuesta urgente y provisional, lo cual entra en colisión con
la naturaleza misma de la reflexión.

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La mejor manera de hablar sobre las cosas es como si ellas estuvieran atentas
escuchando lo que dices: entonces te obligan a afinar.

 

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