Calle Arcediano de Salamanca, “La Celestina”

UNA CALLE, UN LIBRO

Calle Arcediano de Salamanca, “La Celestina”

 

 

      La calle Arcediano conduce al Huerto de Melibea. No soy un erudito, no sé si Fernando de Rojas pensó exactamente en ese sitio para situar “La Celestina”. Pero el libro habla de un jardín junto a la muralla y ese es un jardín junto a la muralla. Y todo lo demás (el pozo misterioso, la fuente chopiniana, las rosas, el camino de ronda) se presta.

   Me encanta sobre todo la bruja Celestina.  Calixto y Melibea son hipócritas relamidos, pero ella habla con fuerza  de cosas oscuras.  Las brujas traen  lo pagano cuando el cristianismo ha enterrado en el subsuelo nuestros deseos. Cuando la naturaleza se ha declarado diabólica, ellas proclaman la naturaleza. Si el sexo es pecado,  ellas reivindican el sexo y la desnudez. Ante el “viento helado de Dios” (lean a Arthur Miller) y  la  iglesia policíaca ellas se liberan en la  noche.

      Si la iglesia impone el bien implacable ellas detentan el mal liberador. Son la parte oscura del Dios de Bohme, la manifestación de Abraxas. La paradoja, la negación. Si la estética oficial nos ofrece las vírgenes de Murillo, ellas representan el expresionismo y el grito de  Goya.

      Las brujas son trágicas porque  se oponen a lo establecido y son aplastadas. Pero muestran su obstinación y su resistencia. Según el antropólogo Carmelo Lisón, las brujas las crearon los propios inquisidores que las perseguían. Ellas simplemente eran mujeres intuitivas que seguían con pasión la naturaleza.  Y las doctrinas triunfantes siempre demonizan a los que pierden.  Me gusta Celestina porque  representa la noche y  la poesía. Y la Diosa Blanca de Robert Graves.  Y el encanto del mundo, contra el aburrido mecanicismo moderno.

ANTONIO COSTA GÓMEZ    FOTO: CONSUELO DE ARCO

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