El progreso, del disparate a la banalidad

 

Decía Cervantes que “más acompañantes y paniaguados debe de tener la locura que la discreción”. Es lógico, pues, que tales acompañantes los sean la moda y la estulticia.

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Entre ellos, “quien no reconoce a un tonto nada más verlo, es tonto también”, advertía Gracián. Yo, que no tengo tanta perspicacia como el filósofo aragonés, diría que nada más oírle las cuatro primeras palabras, ¡…pero ni un punto más!

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Aquí hallamos que en ese cortejo se entremezcla una variedad muy especial… Progre: unas ideas progresistas metidas en la cabeza de uno de esos acompañantes.

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El progre de antes decía disparates y tonterías serias (incluso algunos de ellos habían intentado leer El Capital). El progre de ahora dice tonterías infantiles y banalidades (ha leído Bambi en los años de su formación y algunos han llegado a Cien años de Soledad).

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En esto, si antes los hombres tenían que soportar guerras, ahora tienen que soportar tonterías (de los promotores de corrientes ideológicas pueriles, de psicólogos del buenismo, de las películas y literatura de buenos y malos…)

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Esta caravana, como todas, está parasitada por unas élites que aquí encuentran el campo abonado: son aquellos que en los momentos de moda o locura generalizada –pongamos de progresía generalizada- comprenden que es necesario hacerse también el moderno o el loco para no parecer tonto y, sobre todo, enemigo de los locos. Intuitivamente captan la estrategia de parecer “loco con todos antes que cuerdo a solas”, como decía también Gracián, o -relacionado con lo que mejor viene al caso- que en los momentos de tontería generalizada perciben que es necesario hacerse también el tonto para no parecer inteligente y enemigo de los tontos. De forma que, parafraseando el consejo anterior del aragonés, podrían precisar: antes tonto con todos que admirable a solas. (“Dame pan y llámame tonto”, había sentenciado el refrán).

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No hay género más nefasto, insoportable y peligroso que el de un tonto que piense por sí mismo O, para ser más exactos, que piense por sí mismo lo que otros le han hecho pensar.

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Bien es verdad que yo tampoco soy una persona avispada de esas que quería Cervantes…, aunque siempre estoy a punto de serlo: es decir, soy medio tonto, pues me doy cuenta casi enseguida de la tontería última que acabo de decir o cometer (pero, desgraciadamente, no antes de cometerla, que sería lo propio de una persona discreta).

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Ni siquiera he conseguido llegar a los niveles de un progre cualquiera, que, a sus veintipocos años, y desde hacía ya mucho tiempo, había sabido ver las claves interpretativas de la realidad…
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A pesar de todo, en el fondo soy tan inocente que, con los progres como con los niños, se suscita en mí tanta ternura por lo despistados que están de las cosas de este mundo, que estaría dispuesto a invitar a la indulgencia… Sólo cuando alguno de ellos se alza como portavoz de la ciencia del bien y del mal mi ira se hace universal hacia todos.
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Con todo, lo más indignante del progre es que a última hora, cuando está en su declive, comienza a caminar hacia lo que era obvio para todos menos para él. Después de haber dejado tantas víctimas de su progresía…

 

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