Liberación de Tamara Tenenbaum en irónicas maldiciones

Horacio Otheguy Riveira.

Tamara Tenenbaum, periodista, autora de cuentos y ensayos, debuta en la novela con Todas nuestras maldiciones se cumplieron, un título engañoso que parece advertir sobre un género muy dramático, lindante con el terror, y sin embargo se trata de una autobiografía con mucho de la clásica ironía literaria del judaísmo de Europa Central.

Expiación de conflictos propios y ajenos

Cuando Tamara contaba con cinco años, murió su padre en el mayor atentado sufrido por la comunidad judía en Buenos Aires, una ciudad con gran concentración israelita de diversas etnias desde el siglo XIX, y posterior animadversión propia de grupos neonazis.

El brutal atentado ocurrido en 1994 tuvo gran repercusión internacional, pero hasta hoy se han delimitado responsabilidades oficiales, pero no se llegó a ninguna conclusión respecto a sus autores, más allá de especulaciones en torno a Irán, gran enemigo de Israel. La destrucción del edificio de AMIA (Asociación Mutual Israelita) estuvo cargada de intenciones, ya que allí se llevaban a cabo gestiones de ayuda social para los numerosos judíos de diferente condición religiosa: ortodoxos, liberales, creyentes respetuosos de ciertas fiestas, no creyentes…

Tamara Tenenbaum, a sus cinco años, vivía en un ambiente de creencias relativas y creció al margen de la tragedia, jugaba a su aire con sus hermanas y amigas y su madre viuda se sobrepuso con ayuda de buenas compañías hasta que encontró nueva pareja. Tamara la retrata y se retrata en un recorrido por sus actuales 27 años (edad en que fue escrito el libro en 2021), en el que prevalecen emociones y pensamientos trascendentes bajo mínimos y máximos en busca de una identidad de judío no practicante, pero que cada tanto rememora inevitables acontecimientos ligados al judaísmo.

 

https://www.planetadelibros.com/libro-todas-nuestras-maldiciones-se-cumplieron/331975

 

Un diario sin orden

 

La clave de esta seudo novela, en muchos aspectos diario sin orden cronológico, está al comienzo, cuando se explica el título y las corrientes narrativas que asumirá en sus 139 páginas escritas con simpático estilo, notable cultura ajena a toda pedantería, y mucha empatía:

«[Tenía 11 años]… Estar en el baño era estar sola y estar en el agua era estar sola en serio. Metí un poco más la cabeza y me picó ese frío en el paladar que se siente cuanto te entra agua en la nariz. El mar no se le desea a nadie, me acordé. Eso había entendido medio dormida a la mañana temprano, cuando escuché a mi tía hablándole a mi hermana, mientras íbamos para el colegio. Pensé que hablaban de naufragios. Pero seguí escuchando y entendí que mi tía hablaba del mal, no del mar: es el mal lo que no se le desea a nadie. Por eso las maldiciones en idish siempre vienen mezcladas con una cosa linda, decía mi tía, aunque a veces suene confuso: “que entre la bendición de Dios en su paquetito de desgracias”, por ejemplo, o “que sea rico, muy rico, el único rico de toda la familia”. Claro, como la de “que tengas una vida interesante”, dije yo; pero mi tía me dijo que esa no es en idish, que esa es una maldición china, aunque se parezca a las que vienen del idish…»

«Todas nuestras maldiciones se cumplieron: [como dijera mi mamá] tuve piojos hasta muy grande y todavía me los agarro cada vez que comparto ascensor con un chico de primaria o duermo en un hostel. Se los pasé a todos mis novios y a los no-novios también. Mamá nunca se casó. En nuestro paquetito de desgracias entró la bendición de Dios: hace poco cobramos la indemnización por el atentado a la AMIA, en el que murió mi papá. Mamá, mis hermanas y yo somos ricas. Las únicas ricas de toda la familia».

 

Calor de hogar con los lectores

 

A partir de aquí, capítulo a capítulo, Tamara —”Tami” para uno que la desviste y besa y no la toca durmiendo a su lado—, organiza un monólogo de cotidianas historias, de revelaciones propias de una mujer que se acerca a los 30 pero por momentos renueva lazos con su infancia y adolescencia: fugaces recuerdos que quedan registrados en alguien que se busca a sí misma sin ansiedad, dejando que la vida la vaya forjando, y nos lo cuenta con amable encanto, nos hace cómplices de una judía que evita los rastros de ese origen como del atentado en que murió un padre que no recuerda; feroz agresión que, sin embargo, años después indemnizó a las mujeres de la familia del  muerto entregándole una fortuna… Ironías, ternuras, libertad sexual sin alardes y un tono narrativo del que se esperan nuevas aventuras, seguramente más apasionantes, tras esta encantadora manera de conversar con anónimos lectores como si merendáramos en su cocina…

 

Una niña que simboliza el devenir de la autora que al borde de los 30 años, sigue en gran medida en aquel tiempo de peculiares maldiciones oídas a la hora de la siesta…

 

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