“Solos en la oscuridad”: El slasher de antes
Por Carlos Ortega Pardo.
Coincidiendo con las sugestivas fechas pre-Halloween, me gustaría hoy hablarles de un título bastante olvidado —intuyo que tampoco en su día recibió el beneplácito enfervorecido de las masas, que digamos—. Se trata de ‘Solos en la oscuridad’, una estupenda muestra de horror adulto, rodada precisamente en una especie de época bisagra, los primeros ochenta, cuando el subgénero en particular y el cine comercial en general empezaban a orientarse mayoritariamente hacia un público más juvenil y despreocupado, una generación —y dos— abonada a las multisalas, las cocacolas de litro y las palomitas por cubas.
La datación de la película quizá explique algunas dicotomías curiosas y a su modo paradójicas. Por ejemplo, la convivencia de actores del Hollywood clásico —cierto que, en sus estertores últimos, los del clasicismo y los de varias carreras— con Dwight Schultz, el inefable Murdock de ‘El equipo A’ (‘The A-Team’, 1983-1987). También la de temáticas —terror de manicomio— y texturas —pana y satén, paleta terrosa y sangre más espesa que el tomate Fruco— aún setenteras con tropos estéticos característicos de la década siguiente, caso de esa banda de punk festivo que diríase una versión americana de los Pegamoides, o del look que luce Lee Taylor-Allan, anticipo del que popularizaría Madonna en sus inicios.
Prueba de la condición casi paleontológica de ‘Solos en la oscuridad’ son las notas de humor negro e incorrección política que salpican su trama, impensables en el pacato audiovisual de nuestros días. El psiquiatra new age que compone Donald Pleasence supone un rejonazo brillante al nefasto buenismo que por aquel entonces asomaba la patita y campa hoy por sus respetos. Lo mismo que los disturbios y saqueos propios de un Estado fallido a que da lugar, prácticamente sin solución de continuidad, un apagón de unas pocas horas. En cuanto a la escena final, con Jack Palance yéndose de juerga y ligando con una punki adolescente, resulta de un surrealismo hilarante.
Jack Sholder, quien a la postre se especializaría en secuelas prescindibles y paupérrimos títulos de serie B —eso, dedicándole una catalogación asaz generosa—, debutaba aquí con una cinta más que digna. Puede que ‘Solos en la oscuridad’ no dé mucho miedo, pero sí constituye un divertimento sumamente entretenido para la spooky season en que andamos recién enfrascados y una reliquia —si no un fósil— de un modo de hacer y entender el cine —y la sociedad— en las antípodas de los apocados usos actuales. La tienen disponible en Prime, donde abundan pequeñas joyas desconocidas como la que nos ocupa.