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‘La era de las revoluciones’: historia  de dos generaciones

Ricardo Martínez.

En los estudios de historia, la palabra revolución ha tenido distinto predicamento a tenor no solo de la concepción que el historiador le haya otorgado, sino por su valor genérico de que se la hecho de acuerdo a su etimología. Revolución: 1. Acción y efecto de revolver o revolverse. 2: Cambio profundo, generalmente violento, en las estructuras políticas y socioeconómicas de una comunidad nacional.

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Sin eludir matices de ambas consideraciones, el presente trabajo, exhaustivo y didáctico, habríamos de enclavarlo más próximo a la segunda acepción. Al fin, en el estado crítico permanente a que está sometida la actividad social del hombre, la revolución ha entrado de lleno en su actitud interior para representar, en lo exterior, cualquier cambio sustancial que afectaría a su destino, más genéricamente al orden social.

John Adams ¡1737-1826), político y senador en el Congreso de Washington fue testigo de un momento revolucionario especialmente activo tanto a un lado como al otro del atlántico (tales son las áreas geográficas predominantes en el presente estudio);  el trasfondo habría sido ‘un mundo de imperios erigidos con arreglo a jerarquías sociopolíticas que separaban a los dirigentes de sus súbditos, lo que comprendía ‘la revolución estadounidende, la francesa y la haitiana; los movimientos de independencia de Hispanoamérica; y todo un rosario de alzamientos de menos calado’ 

Thomas Paine, escritor y legislador, autor de ‘Sentido común’, aparecido en 1776, habría de definir el período como “la era de las revoluciones”. Dos grandes historiadores posteriores, Palmer y Hobsbawm, hace más de sesenta años hicieron después patente con sus obras que, ‘para entender el papel que representó esta etapa en procesos históricos más amplios, desde el auge de la democracia hasta el surgimiento del capitalismo, se hacía necesario observar más allá de una sola revolución’.

El autor, para la organización de tan denso material histórico y, por extensión, humano, divide su libro en distintos apartados: El peso del antiguo régimen (1760-1783), Revoluciones restringidas (1778-1798), Movimientos y culturas de masas (1795-1815) y Revolución triunfal y fracasada (1805-1825) donde aparece como un actor histórico esencial la figura de Napoleón.

Si hemos de aludir a lo más representativo por su repercusión futura, leemos que ‘Norteamérica (1775-1783) fue la primera parte del mundo imperial atlántico en estallar en un alzamiento de consideración’ Los intereses del imperio inglés no podían convivir con los del imperio francés y, como siempre, el conflicto hubo de dirimirse en guerra (de dominios, de poder, con la economía como desencadenante)

El ‘surgimiento’ de los Estados Unidos de América fue uno de los resultados de la contienda, y aquí, en estas páginas, es  fácil hacer un seguimiento minucioso de los acontecimientos habidos, una de las características distintivas y didácticas del libro.

La aportación de datos como base para explicar los sucesivos avatares socio-político-económicos hasta la conclusión de lo que supone toda revolución, primero como fragmentación, luego como el resultado de unidades distintas dentro del organigrama del poder,  se había puesto de manifiesto a mediados del siglo XVIII: “París, la ciudad más populosa y adinerada de cuentas habían experimentado tales movimientos revolucionarios, estaba fragmentada por diferencias aún más extremas que las que se daban en Norteamérica o los países Bajos”

Si toda revolución política entraña una revolución social, la aparición de los intereses económicos no tardó en ponerse de manifiesto. Y en tal sentido se pueden señalar, aunque alejadas, descripciones históricas acerca de la gravísima cuestión de la esclavitud, motor de tantas actuaciones imperiales a favor de sus intereses.

En Misuri, ‘la doble expansión del territorio y la poca población esclavizada hizo de la difusión de la esclavitud un problema de la política nacional cada vez más difícil de abordar. Cuestión que en Sudamérica habría de tener una consideración matizada: “los empeños de San Martín (Chile, Perú) en su afán por liberarse del dominio del dominio español, fué crear apoyo político a través de la emancipación de los esclavizados, cuestión que no tardó en dar problemas. “Aún antes de la publicación del decreto de emancipación, las minorías criollas habían dado a entender que se opondrían con fuerza a lo que consideraban un ataque a la mano de obra de que disponían”

Digamos que, a modo de una lectura sociológica  -inevitable en las tareas humanas, aún tratándose éstas de los intereses dirimidos mediante las revueltas y las guerras, creo que cabe asociar dos fragmentos de tan documentado libro: así, de un lado, “el mosaico de pueblos, ciudades y regiones leales y rebeldes, conformando por capas diversas, llevó a ambos bandos -sean èstos cuales fueren- a amasar con gran rapidez fuerzas capaces de atacar o defender. En buena parte -referido ahora a América- el continente ardía en guerras intestinas (y por desgracia, muchas de estas no pasaron de ser microconflictos entre municipios vecinos situados en ambos lados contrarios de la brecha política)

De otro lado: “A medida que se extendían tras 1800 las disensiones violentas, fratricidas, la cultura de masas y la organización política a gran escala hicieron más profundos algunos de los cambios revolucionarios que se hallaban ya en proceso, al mismo tiempo que creaban nuevas divisiones entre ricos y pobres (Los siglos de la contienda social se abrían paso)

Como colofón, la organización política multitudinaria consolidó la gobernabilidad republicana en Norteamérica y la abolición en Haití, y permitió a Napoleón ampliar muchas de las transformaciones legales que habían comenzado en Francia durante la década republicana: pero el comienzo triunfal de la política de masas tuvo también un lado oscuro, pues no tardó en convertirse en la base sobre la que se sustentarían las formas modernas de la autocracia.

Tal es, me temo, el mensaje. Revolución para dirimir un conflicto que derivará pronto en otro conflicto tal vez más moderno, tal vez más cruento. Y el código de los intereses y la fuerza siempre presentes. Y la frase de Hobbes sin perder vigencia: Homo homini lupus

Ay del hombre defendiendo sus intereses a través de las armas! La crítica racional tal vez llegue un día. A la espera de tal razón histórica, convenir con la opinión de Eric Foner: basándose en un amplio espectro de fuentes históricas, el autor Perl-Rosenthal nos viene a exponer en este libro ‘el relato vívido e inspirado de una era (1760-1825 aproximadamente) que creó en gran medida el mundo en el que vivimos». La historia, así, cumple con su valor de memoria.

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