Redacción.

En el campo de refugiados de palestinos Shatila, en Líbano —escenario de una de las peores masacres de la guerra civil —, sobreviven más de 10.000 personas hacinadas en apenas un kilómetro cuadrado. En esta pequeña ciudad dentro de la gran capital, los derechos humanos son un lujo escaso. Aunque no existen controles militares, pocos se atreven a cruzar sus límites: no tienen papeles, salir está prohibido y podrían ser detenidos. Además, no se sienten parte de Beirut ni del Líbano. Pese a que ya han pasado cuatro generaciones, sus habitantes continúan viéndose como extranjeros. Shatila es, lisa y llanamente, un pedacito de Palestina.

Ser niña en Shatila tampoco lo hace más fácil. Sin embargo, en medio de un entorno marcado por la marginación y la desesperanza, surge una chispa inesperada de resistencia de la mano de Majdi, un padre palestino y pintor de profesión, que decide formar el primer equipo de baloncesto femenino de todo el Líbano.

En Aliadas, la periodista Txell Feixas, testigo del nacimiento del equipo, muestra cómo la iniciativa de este entrenador sobrevenido iba mucho más allá del deporte. El capitán del Palestina Youth Team quería ofrecer a las niñas una salida ante futuros marcados por matrimonios forzados, violencia machista o drogas. Quería permitirles soñar con algo distinto.

Las amenazas para una niña en Shatila —y en toda la región— son múltiples y constantes: matrimonio precoz, abandono escolar, muerte en el parto, esclavitud doméstica, laboral o sexual, violaciones o incluso ser víctimas de crímenes de honor. En este contexto asfixiante, el disidente proyecto de Madji emerge como un acto de amor y protección, especialmente hacia su hija Razan.

Sin embargo, lo que comenzó como un gesto de defensa paternal pronto se transformó en un proyecto feminista sin precedentes. A través del baloncesto, las niñas comenzaron a descubrir su fuerza, a ganar confianza y a desafiar las normas impuestas, cambiando no solo la visión de sí mismas, sino también del mundo.

Conmovida por su historia, Feixas regresa al campo años después para relatar la evolución de un equipo de baloncesto único. El resultado es una crónica periodística donde el feminismo y la sororidad bailan en la cancha, y donde el deporte se convierte en refugio.